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Pereira - Colombia. Año 61 - Segunda época - Nº 05 - Jueves 29 de julio del 2009 Página 07-4 |
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REPORTAJES
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las cartas del tarot, pues esperaba encontrar en ellas alguna respuesta para sus inquietudes. Al darse cuenta de que la mía no era la mansión del horror, los investigadores llegaron a la conclusión de que a lo mejor no me gustaban las damas mayores y entonces probaron con una más joven; mejor dicho, una auténtica Lolita, que decía buscar en mí al maestro que la guiara por el camino de la verdad. Frente a tamaño empecinamiento, opté por dedicar mi tiempo a darle consejos, inútiles como todo consejo, sobre lo que debía o no debía hacer con su adolescencia en tiempos tan difíciles. Al final, en una medida extrema propia de los desesperados, optaron por mandarme jovencitos, convencidos como estaban de que si no me gustaban las mujeres otoñales ni las muchachas de dieciocho años, no quedaban dudas de que el diablo tenía que ser un maricón empedernido. En este último caso, mi salida fue hablarle a los muchachos de las raíces culturales que explican la necesidad de la figura del demonio y su papel en las civilizaciones de todos los tiempos. No sobra decir que a todos los enviados por las autoridades los traté con el respeto y deferencia propios de mi estirpe. Al convencerse de que no era con espías como iban a conseguir algo, recibí la visita del jefe de investigadores, quien viajó especialmente desde Bogotá para entrevistarse conmigo. Su sorpresa debió ser de tamaño mayor, cuando comprobó que El diablo de Pereira no solo carecía de los consabidos cuernos, cola y pezuña hendida que aparecen en tantas imágenes alusivas al tema, y que su casa no exhalaba el olor a azufre tan frecuente de las historietas, sino que todo en su manera de ser estaba muy lejos del aura crispado y de la actitud agresiva propia de los sicópatas. Ya podrán imaginar ustedes que lo atendí con la calidez que merece todo huésped y hasta alcanzamos a tomarnos algunas copas, en medio de una extensa conversación en la cual el señor manifestó sus inquietudes en el sentido de lo que significaban esas desapariciones y muertes en un país de por sí violento y que su obligación como investigador era agotar todos los recursos y atar la mayor cantidad de cabos posible.
Por supuesto que lo entiendo señor, le dije, y me dediqué a hacerle una exposición minuciosa de mi visión del mundo, de lo que significan los rituales como posibilidad de conjurar las fuerzas demoníacas que sin duda gobiernan el mundo, pero no para hacer el mal, sino para dirigirlas al servicio de la propia obra. Le hablé también de la presencia del demonio en la literatura y en todas las manifestaciones del arte y de la vida en general; insistí en que por alguna razón Pereira es un escenario dotado de condiciones especiales que facilitan la materialización de lo que cierta forma de ignorancia llama lo sobrenatural, pero sobre todo hice énfasis en que la preocupación central de mi vida es lograr el control de determinadas fuerzas mágicas para convertirlas en lo que, ya les dije, es el único propósito de mi paso por la tierra: Ser un buen poeta. No sé si el señor me entendió, o si llegó a la conclusión de que había perdido el tiempo entrevistándose con un loquito más de los que con tanta frecuencia tienen que enfrentar los policías, pero lo cierto es que se despidió de la manera más cordial y respetuosa y hasta el día de hoy no he vuelto a tener noticias suyas. |
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EL POETA EN SU REINO
Esteta del misterio -como Poe signado- venido de un planeta del vacío exterior; en tu país viviste cual vidente exiliado y en tu mirada ardía un cósmico pavor
Del poema titulado Howard P Lovecraft
Todo este periplo a través de grimorios y criptogramas, de leyendas negras y expedientes policiales, para desembocar en lo que es la materia prima del trasunto existencial de este hombre que declara haberlo apostado todo a la palabra poética. Porque como lo dije al principio, la palabra en su aspecto de potencia y movimiento a la vez, es el único camino hacia el conocimiento del hombre y de sus relaciones con el cosmos. Le estoy hablando de algo en lo cual han insistido las escuelas filosóficas y las grandes religiones, independiente del tipo de credo que postulen: Que las claves de la existencia están contenidas en las palabras de los profetas e iluminados, que en el fondo y sin excepción, fueron ante todo grandes poetas, dice Escobar mientras toma del anaquel los originales de uno de sus libros inéditos De los mitos... y otros poemas es su título, que por lo demás resume toda su concepción del oficio del poeta: la de ponerse al servicio de las verdades que subyacen entre los pliegues de la realidad, haciendo de los vocablos y de su manera especial de articularse, una herramienta para socavar el tejido de engaños y dudosas verdades al que los dogmas y poderes de toda laya han sometido a los hombres. Eso dice, mientras ojea las páginas redactadas en su vieja máquina de escribir; y cuando encuentra los versos que considera apropiados para resumir lo que quiere decir, empieza a leer con una voz densa y llena de matices, acostumbrada a seducir auditorios y mujeres. Son los pájaros negros, son los cuervos del sueño/ que anidan en los cráneos de los hombres dormidos; para clavar sus picos, corvos, alucinantes/ y alimentar con sesos su apetito insaciable/vienen de los espacios más hondos de la noche/ desde el antiguo caos remontaron el vuelo/ surcando eternidades de plomizos augurios/ invadieron el mundo con sus roncos graznidos. En la sugestiva cadencia de esos versos es posible adivinar la presencia tantas veces invocada de aquellos que el poeta considera sus más grandes maestros, así en la vida como en la obra. Por allí transitan el verbo alucinado de Charles Baudelaire, compartiendo lecho con las tétricas visiones de Poe y Lovecraft, sin olvidar la cegadora lucidez de Goethe o Dante. En ese contexto, y contra el pronóstico de los aficionados a legitimar estereotipos, el amor |
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forma parte esencial de la propuesta literaria y existencial implícita en la obra de Escobar, como puede desprenderse del siguiente poema:
Amor, mi negro amor, mi ídolo oscuro; cuando fui Baudelaire, eras mi Juana; cómo me place ahora verte ufana viniendo de un ayer que es hoy futuro.
A celebrar tu encuentro me apresuro para verte en presente y en mañana; porque siempre serás mi amante hermana, mi eterna flor del mal, mi ángel impuro.
Disfrutemos la magia de este encuentro; que en ti quiero sumirme, adentro, adentro, hasta arder en la hoguera de tu entraña.
La pira de tu sexo tenebroso, donde muero y renazco sin reposo, gracias al arte de tu alquimia extraña.
Amor en contravía, amor en el lado negro de la montaña, pero amor al fin y al cabo es lo que se desprende de la lectura de estos versos en los que el encuentro de la pareja primordial se nos revela en su dimensión alquímica. En ese universo, la vida sensible es el matraz y los cuerpos de los amantes los materiales que posibilitan la transmutación de lo perecedero que habita en las criaturas, para permitir su acceso a esas instancias sólo alcanzables mediante esa fuerza que en lo físico se expresa a través de la atracción sexual. Por eso en la poética de Héctor Escobar el cuerpo y el espíritu se conciben como partes de un puente tendido entre la tierra y Ese infinito que se transparenta en textos como el que sigue: Sorber con ansia anhelo tus fluidos virginales/ para avivar con ellos mis restos sepulcrales/ pues por tu aorta fluye el néctar al que aspiro. Sólo un espíritu muy estrecho de miras puede concebir que en el mundo de la magia y de la poesía las cosas se tomen en su sentido literal, añade el poeta, adoptando el tono de quien no puede soportar del todo las flaquezas de sus semejantes. Es apenas obvio que en el lenguaje de los grandes magos el amor alude a un estado de la materia- espíritu y no a esa cosita sensiblera que aparece en las novelas rosa y en buena parte de las películas. Estamos hablando de un asunto mayor, señores, que en mi caso se resume en una apuesta por el ser, con todos los riesgos que pueda implicar ese concepto; y en la búsqueda de ese ser la poesía juega el papel capital. Ahí en ese punto creo que adquiere una dimensión distinta la frase aquella de que más sabe el diablo por viejo.
Pronunciar la última frase y levantarse de la silla en busca de un poco de agua para sus perros, se convierte en ese solo acto con el que el hombre pone fin a la conversación. De momento, los íconos de su panteón particular podrán dormir el sueño eterno, seguros de que su poseedor sabrá volver a ellos en el momento preciso. Aunque las viejas se santigüen al pasar frente a su puerta. Aunque el jefe de policía se rasque la cabeza ante la dimensión del acertijo que tiene ante sus ojos y a pesar de que hace casi treinta años al hombre no lo dejaran participar en el Congreso Mundial de Brujería. - ◊ - |
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