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LA CASA ENCANTADA
[Cuento. Texto completo]
Anónimo europeo
Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero
campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba
coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín.
Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que
finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga
barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle,
despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan
grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo
pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres
noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a
comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una
fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y
le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino
pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
-Espéreme un momento -suplicó, y echó a andar por el sendero, con el
corazón latiéndole alocadamente.
Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose
hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos
menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo
anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
-Dígame -dijo ella-, ¿se vende esta casa?
-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un
fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.
FIN
La fuente de la juventud
[Cuento. Texto
completo.]
Anónimo japonés
Había una vez un viejo
carbonero que vivía con su esposa, que era también viejísima. El
viejo se llamaba Yoshiba y su esposa se llamaba Fumi. Los dos vivían
en la isla sagrada de Mija Jivora, donde nadie tiene derecho a
morir. Cuando una persona se enferma lo mandan a la isla vecina, y
si por casualidad muere alguien sin síntomas, envían el cadáver a
toda prisa a la otra ribera.
La isla, la más pequeña del Japón, es también la más hermosa. Está
cubierta de pinos y sauces, y en el centro se alza un hermoso y
solemne templo, cuya puerta parece que se adentra en el mar. El mar
es más azul y transparente de lo que se puede imaginar, mientras que
el aire es nítido y diáfano.
Los dos ancianos eran admirados por el resto de la aldea, que los
admiraba por dos virtudes: su resignación y persistencia a la hora
de aceptar y superar los avatares de la vida, y el amor mutuo que se
habían profesado durante más de cincuenta años.
El suyo, como tantos otros en Japón, había sido un matrimonio
concertado por sus padres. Fumi no había visto nunca a Yoshiba antes
de la boda, y este solo la había entrevisto un par de veces a través
de las cortinas, y se había quedado admirado por su rostro ovalado,
la gentileza de su figura y la dulzura de su mirada. Desde el día
del casamiento, la admiración y adoración fue mutua. Ambos
disfrutaron de la alegría de su enlace que se multiplicó con creces
con tres hermosos y fuertes hijos, pero ambos también se vieron
sacudidos por la tristeza de perder a sus tres hijos, una noche de
tormenta en el mar.
Aunque disimulaban ante sus vecinos, cuando estaban solos lloraban
abrazados y secaban sus lágrimas en las mangas de sus kimonos. En el
lugar central de la casa, construyeron un altar en memoria de sus
hijos y cada noche llevaban ofrendas y rezaban ante él. Pero
últimamente una nueva preocupación había devuelto la congoja a sus
corazones. Ambos eran mayores y sabían que ya no les quedaba mucho
tiempo. Pero Yoshiba se había convertido en las manos de su esposa y
Fumi en sus ojos y sus pies, y no sabían cómo podrían superar la
muerte de alguno de ellos. ¡Oh, si tuviésemos una larga vida por
delante!
Una tarde, Yoshiba sintió la necesidad de volver a ver el lugar
donde había trabajado durante más de cincuenta años. Pero al llegar
al claro del bosque, y observar los árboles, tan conocidos, se dio
cuenta de que había algo nuevo. Tanto años trabajando allí, y nunca
se había fijado en que debajo del mayor árbol había un manantial de
agua clara y cristalina, que al caer parecía cantar, y su crujido,
como el de hojas de papel arrugadas, se mezclaba con el murmullo de
la hojas al ser movidas por el susurro de la brisa al atardecer.
Yoshiba sintió una terrible sed y se acercó a la fuente. Cogió un
poco de agua y bebió. Al rozar sus labios, sintió la necesidad de
beber más, pero al ir a cogerla observó su reflejo en el agua y vio
que habían desaparecido las arrugas de su rostro, su pelo era otra
vez una hermosa y negra cabellera, y su cuerpo parecía más vigoroso
y fortalecido. Aquel agua tenía un poder misterioso que lo había
hecho rejuvenecer.
Entonces sintió la necesidad de ir corriendo a decírselo a su
esposa. Cuando Fumi lo vio llegar no reconoció a aquel mozo que de
pronto se acercaba a la casa, pero al estar junto a él observó sus
ojos y lo reconoció. Cayó desmayada al recordar sus años de
juventud, pero Yoshiba la levantó y le contó lo que había ocurrido
en el bosque. Decidió que fuese por la mañana, porque ya era de
noche y no deseaba que se perdiera.
A la mañana siguiente Fumi se fue al bosque. Yoshiba calculó dos
horas, porque aunque a la ida tardaría más por su edad y la falta de
fuerza, a la vuelta llegaría enseguida porque habría recuperado su
juventud. Pero pasaron dos horas, y tres, y cuatro, y hasta cinco,
por lo que Yoshiba empezó a preocuparse y decidió ir él mismo al
bosque a buscar a su esposa. Cuando llegó al claro, vio la fuente,
pero no encontró a nadie. Entre el murmullo de las hojas y el
crujido del agua oyó un leve sonido, como el que hace cualquier cría
de animal cuando está solo. Se acercó a unas zarzas, las apartó, y
encontró una pequeña criatura que le tendía los brazos. Al cogerla,
reconoció la mirada. Era Fumi, que en su ansia de juventud había
bebido demasiada agua, llegando así hasta su primera infancia.
Yoshiba la ató a su espalda y se dirigió hacia casa. A partir de
entonces, tendría que ser el padre de la que había sido la compañera
de su vida.
FIN |
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SELECCIÓN DE CUENTOS CORTOS
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El secreto de la muerta
[Cuento. Texto completo]
Lafcadio Hearn
Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader
llamado Inamuraya Gensuké. Tenía una hija llamada O-Sono. Como ésta
era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo
la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales; la
confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kyõto, para que
allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas
de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue
cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader
llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro
años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O-Sono cayó enferma y
murió después del cuarto año de matrimonio.
En la noche siguiente al funeral de O-Sono, su hijito dijo que la
madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había
sonreído, pero sin dirigirle la palabra: el niño se había asustado y
había emprendido la fuga. Algunos miembros de la familia subieron al
cuarto que había pertenecido a O-Sono, y no poco se asombraron al
ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el
cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu,
o cómoda, que aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los
hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo la
imagen se esfumaba hasta tornarse invisible; semejaba un imperfecto
reflejo, transparente como una sombra en el agua.
Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron
entre sí; y la madre del esposo de O-Sono declaró:
-Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O-Sono le
tenía gran afecto a sus pertenencias. Acaso haya vuelto para
contemplarlas. Muchos muertos suelen hacerlo... a menos que las
cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las
ropas y adornos de O-Sono, es probable que su espíritu guarde
sosiego.
Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo tan pronto como fuera
posible. A la mañana siguiente, por tanto, vaciaron los cajones y
llevaron al templo las ropas y los adornos. Pero O-Sono regresó la
próxima noche y contempló el tansu tal como la vez anterior. Y
también volvió la noche siguiente, y todas las noches se repitió su
visita, que transformó esa casa en una morada del temor.
La madre del esposo de O-Sono acudió entonces al templo y le contó
al sumo sacerdote lo que había sucedido, pidiéndole que la
aconsejara al respecto. El templo pertenecía a la secta Zen, y el
sumo sacerdote era un docto anciano, conocido como Daigen Oshõ.
Dijo el sacerdote:
-Debe haber algo que le causa ansiedad, dentro o cerca del tansu.
-Pero vaciamos todos los cajones -replicó la anciana-; no hay nada
en el tansu.
-Bien -dijo Daigen Oshõ-, esta noche iré a la casa y montaré guardia
en el cuarto para ver qué puede hacerse. Den órdenes de que nadie
entre a la habitación mientras monto guardia, a menos que yo lo
requiera.
Después del crepúsculo, Daigen Oshõ fue a la casa y comprobó que el
cuarto estaba listo para él. Permaneció allí a solas, leyendo los
sûtras; y nada apareció hasta la Hora de la Rata. Entonces la imagen
de O-Sono surgió súbitamente ante el tansu. Su rostro denotaba
ansiedad, y permaneció con los ojos fijos en el tansu.
El sacerdote pronunció la fórmula sagrada prescrita para tales
casos, y luego, dirigiéndose a la imagen por el kaimyõ de O-Sono le
dijo:
-Vine aquí para ayudarte. Quizá haya en ese tansu algo que despierta
tu ansiedad. ¿Quieres que te ayude a buscarlo?
La sombra pareció asentir mediante un leve movimiento de cabeza; el
sacerdote se incorporó y abrió el cajón de arriba. Estaba vacío. A
continuación, abrió el segundo, el tercero y el cuarto cajón; hurgó
detrás y encima de cada uno de ellos; examinó con cuidado el
interior de la cómoda. No halló nada. Pero la imagen permanecía
erguida, con tanta ansiedad como antes. “¿Qué querrá?”, pensó el
sacerdote. De pronto se le ocurrió que acaso hubiera algo oculto
debajo del papel que revestía los cajones. Levantó el forro del
primer cajón: ¡nada! Pero debajo del forro del cajón inferior halló
algo: una carta.
-¿Era esto lo que te inquietaba? -preguntó.
La sombra de la mujer se volvió hacia él, con su lánguida mirada en
la cara.
-¿Quieres que la queme? -preguntó Daigen Oshõ.
Ella se inclinó ante él.
-Esta misma mañana será quemada en el templo -prometió el
sacerdote-, y nadie la leerá salvo yo.
La imagen sonrió y se disipó.
Rompía el alba cuando el sacerdote bajó las escaleras, a cuyo pie la
familia lo aguardaba expectante.
-Cálmense -les dijo-, no volverá a aparecer.
Y la sombra, en efecto, jamás regresó.
La carta fue quemada. Era una carta de amor redactada por O-Sono en
la época de sus estudios en Kyõto. Pero sólo el sacerdote se enteró
de su contenido, y el secreto murió con él.
FIN
"El secreto de la
muerta", por el autor irlandés Lafcadio Hearn (1850-1904). 06 Jul
2011
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EL
BARQUERO INCULTO
[Cuento. Texto completo]
Anónimo hindú
Se trataba de un joven
erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a
otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a
remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo
y el joven preguntó al barquero:
-Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
-No, señor -repuso el barquero.
-Entonces, amigo, has
perdido la cuarta parte de tu vida.
Pasados unos minutos, la
barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las
aguas del río. El joven preguntó al barquero:
-Dime, barquero, ¿has
estudiado botánica?
-No, señor, no sé nada
de plantas.
-Pues debo decirte que
has perdido la mitad de tu vida -comentó el petulante joven.
El barquero seguía
remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba
luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:
-Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas.
¿Sabes, por cierto, algo de la naturaleza del agua?
-No, señor, nada sé al
respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.
-¡Oh, amigo! -exclamó el
joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu
vida.
Súbitamente, la barca
comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la
barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven:
-Señor, ¿sabes nadar?
-No -repuso el joven.
-Pues me temo, señor,
que has perdido toda tu vida.
FIN
"El barquero inculto",
por un autor anónimo
hindú.
¿Avisarías a los
personajes de tu sueño?
[Cuento. Texto
completo.]
Anónimo hindú
El discípulo se reunió
con su mentor espiritual para indagar algunos aspectos de la
Liberación y de aquellos que la alcanzan. Departieron durante horas.
Por último, el discípulo le preguntó al maestro:
-¿Cómo es posible que un ser humano liberado pueda permanecer tan
sereno a pesar de las terribles tragedias que padece la humanidad?
El mentor tomó entre las suyas las manos del perplejo discípulo y le
explicó:
-Tú estás durmiendo. Supóntelo. Sueñas que vas en un barco con otros
muchos pasajeros. De repente, el barco encalla y comienza a
hundirse. Angustiado, te despiertas. Y la pregunta que yo te hago
es: ¿acaso te duermes rápidamente de nuevo para avisar a los
personajes de tu sueño?
FIN
Aserrando una rama
[Cuento. Texto completo]
Anónimo árabe
Nasrudín subió a un árbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba,
al ver cómo lo estaba haciendo, le avisó:
-¡Cuidado! Está mal sentado en la punta de la rama... Se irá abajo
con ella cuando la corte.
-¿Piensa que soy un necio que deba creerle? ¿Es usted un vidente que
pueda predecir el futuro? -preguntó Nasrudín.
Sin embargo, poco después, como siguiera aserrando, la rama cedió y
Nasrudín terminó en el suelo. Entonces corrió tras el otro hombre
hasta alcanzarlo:
-¡Su predicción se ha cumplido! Ahora dígame: ¿cómo moriré?
Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudín de que
no era un vidente. Por fin, ya exasperado, le gritó:
-¡Por mí podrías morirte ahora mismo!
Apenas oyó estas palabras, Nasrudín cayó al suelo y se quedó
inmóvil. Cuando lo encontraron sus vecinos lo depositaron en un
féretro. Mientras marchaban hacia el cementerio empezaron a discutir
acerca de cuál era el camino más corto. Nasrudín perdió la
paciencia. Asomó la cabeza fuera del ataúd y dijo:
-Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda. Es el camino más
rápido.
FIN |