El Imparcial-Pagina 7

 

Pereira, Colombia - Edición: 12.489-69 - Fecha: 02-27-2019                                                                                                                             

 MAGAZÍN LITERARIO

 

 

EL RINCÓN NON SANTO DE LA ALDEA DE CABAL
 

 

Por Julián Chica Cardona
 

Con el óleo El despertar de la criada, del pintor argentino Edward Sívori (1887), como carátula, y que constituye una ruptura estética de los estándares de la pintura porque una criada no era digna para dedicarle un óleo y mucho menos un desnudo, el libro Mozas, santas y mujeres públicas, del historiador por antonomasia de Santa Rosa de Cabal, Jaime Fernández Botero (2016), nos conduce en su lenguaje exuberante por la selva cordillerana de comienzos del siglo XIX, salpicada de florescencias y de frutos, junto a esa “poesía en movimiento”, donde un puñado de colonos venidos de Marinilla abrieron la brecha civilizadora de la mano de sus compañeras (esposas, amantes o mesalinas), quienes fueron el principal acicate de la aventura, eslabón activo en la fundación de la primera aldea antioqueña en territorio caucano (1842-1844) porque traían dentro de sí la esencia de la prolongación de la especie, la demanda de un techo propio y la garantía incluida de una madre, compañera de campaña, comerciante y aparcera. Un libro de gran tamaño, impreso en propalcote, profusamente ilustrado con fotografías de la época y debidamente sustentado desde las fuentes archivísticas que lo convierten en uno los mejores trabajos de investigación en este campo y una obra de consulta obligatoria para los interesados en la historia de este territorio.

En aquel entorno la mujer fue aliciente y bálsamo del colono, y dentro de esa óptica fue tenida en cuenta como el pilar de la comunidad hasta cuando empezaron a manifestarse el trato cruel, el abandono o el desentendimiento de los deberes de sus maridos como jefes del hogar quien las obligaba, siendo esposas y compañeras de trabajo, a buscar una mejor vida en otros lares. Y tanto la autoridad municipal y de policía como los párrocos estaban convencidos de que el uso de la fuerza pública y la querella fallada en el papel sellado serían los únicos instrumentos para hacer regresar sobre sus pasos a ese abnegado ser hasta el ambiente de amorosa convivencia en que se cimentaba el matrimonio sin reparar que en su retorno era condenarlas al torniquete del verdugo como si fueran nada más un arisco semoviente. Pero la conducta cruel de la mayoría de los maridos indiciados, que se pudo conocer cuando ellas lograron ser escuchadas e hicieron valer su derecho al respeto y a un trato digno ante la autoridad, ésta fue una causal válida y atenuante en favor de las querelladas que se sentían en igualdad para la administración de los bienes de la sociedad, y como tales terminaban felizmente absueltas.

Esa mirada diferente se hizo notar en la aldea de Cabal cuando el Regidor, Saturnino Portocarrero le comunicaba al Jefe del Cantón de Cartago en 1850 la apertura de una escuela para niñas a cargo de su hija Margarita muy a pesar de la férrea oposición del director de la concentración de varones, Pedro Pablo Marín. Eran tiempos cuando la decisión de una mujer de abandonar el rancho en pos de otra ilusión o para alejarse del abuso que le causaba su marido significaba el descalabro social y económico del hogar porque ella era al mismo tiempo administradora, jornalera y socia en las ausencias comerciales y de juerga del jefe de la casa, y cualquiera que fuera su motivo, si ella regresaba después de algunos meses, era recibida en armisticio y hasta mejor que un hijo pródigo porque en esa ausencia se había hecho imprescindible que el querellante reconviniera ante la autoridad su renuncia al salvajismo y trato cruel. La mujer, como una fuerza de trabajo, además de parir y criar los hijos, logró ser, per se, algo más que una esclava bajo el control masculino, más allá de las propias condiciones de sumisión en que la ideología y el moralismo de ese entonces la mantenían atenazada. Uno de esos casos fue el de Eusebia Joaquina Herrera, quien en 1872, luego de un temerario juicio en su contra propiciado a instancias de su cónyuge, Gumercindo Buitrago, por abandono del hogar, y puesta bajo la tutela de José María Gómez, por orden del alcalde, Anselmo de León, supo argumentar en su defensa, no obstante tratarse de una esposa iletrada, que según un poder del que tenía segunda copia con la rúbrica del señor Buitrago, ella estaba facultada para administrar los bienes familiares y desplazarse adonde fuera requerida en función de esos negocios. Y si de

 
   

esta manera actuaba la autoridad con las mujeres debidamente unidas bajo el matrimonio, qué otra cosa se podría esperar cuando se trataba de aquellas por cuya vida escandalosa eran expulsadas desde Manizales en 1885 por el Inspector de Policía, quien alertaba a Santa Rosa y a Pereira para que igualmente las espantaran prohibiendo por decreto a los vecinos alojarlas durante más de tres días so pena de ser declarados cómplices de comportamiento ilícito. El asedio a las reinas de la noche como las denomina aquí Fernández, era el pan de cada día con el “prevengo a usted”, de don Félix de la Abadía, Jefe Municipal del Quindío, en 1887 “… que del departamento de Antioquia están llegando a estas poblaciones mujeres de las que dejo a Ud. indicadas y a éstas no se les debe permitir de <ninguna manera>”. Eran poblaciones donde igualmente imperaba la figura del confinamiento mediante el cual se las desterraba obligándolas a permanecer en otro pueblo previamente señalado durante tres meses hasta un año.
 

Mujeres casadas y de carácter indómito que no se dejaban gobernar de sus maridos cuando se las trataba a zurriagazos, desobedeciéndolos en todo, le dieron paso a la oportunidad de poner en evidencia ese maltrato y hacer que ellos fueran encausados con la fianza y conminados al cumplimiento del deber bajo la lupa de un fiador de reconocida honorabilidad; o mujeres también, que siendo madres cabeza de hogar luego de ser engatusadas por sus pretendientes las abandonaron después de embarazarlas, por la fuerza de la necesidad terminaron encontrando en la frase: lo que se van a comer los gusanos que se lo coman los humanos, la excusa perfecta para abrazar la profesión de adoratrices del “jadeante monstruo de las dos espaldas”. Así que, con el transcurrir del tiempo (1914) las relaciones ilícitas y el amancebamiento castigados por períodos menores a un mes y cauciones inferiores a los $ 30’oo, pasaron a ser la prueba de un tratamiento menos rígido y la tolerancia de la autoridad municipal y el mismo párroco, ante el incremento de cantinas y coreógrafos en lugares apartados donde las reinas de la noche atendían a los sementales en su llamado de la carne, y que en la labor nocturna de la policía ésta fue incluso puesta en entredicho por el señor alcalde al calificarlos de vagos y permisivos al no esmerarse en mostrar mejores resultados.


Ni las multas convertibles en arresto ni las amenazas de expulsión sosegaban el ímpetu de estas mujeres, y el intento de la autoridades por cortar el mal de raíz tampoco sirvieron porque ya la prostitución se había convertido en un mal necesario dentro del seno de la comunidad por motivos de salubridad pública y de policía, y revocando la prohibición cuando las meretrices mismas hicieron valer sus propios derechos constitucionales. A partir de entonces el encanto femenino campeaba libre y sin prejuicios por la zona predisponiendo a la clientela, entre ellos los más jóvenes, y excitando los instintos y el alarde viril con sus muestras de testosterona. En 1915, el nuevo alcalde, Eliseo Arbeláez, conminó con multa de $ 5,oo pesos oro el contubernio y trató de evitar la convivencia en una misma casa o cantina de dos o más mujeres para limitar su actividad, conminándolas a que se abstuvieran de admitir en sus viviendas a mujeres públicas “a ninguna hora, por ningún motivo y bajo ningún pretexto”.

A la cárcel donde eran confinadas con frecuencia estas anfitrionas del ritual fálico, iban a parar también las amas de casa victimizadas por la complicidad del alcalde al negarse a continuar siendo objeto del abandono o el maltrato de los maridos, lo que hizo que el mal fuera peor que la enfermedad porque aquéllas que tenían más mundo que el Judío Errante y más espuela que el jinete sin cabeza les terminaron mostrando a las señoras oprobiadas el camino de la autonomía económica en sus reiteradas detenciones. En consecuencia, en 1920 ya operaba de hecho en Santa Rosa una nutrida zona de tolerancia que en la visita del Inspector de Policía de fecha 11 de agosto se llamaba Rincón Santo, donde constató la presencia de siete mujeres, cada una con su respectivo aposento para las artes amatorias, y al año siguiente fue legalizado el sitio formalmente por acuerdo municipal al delimitarlo claramente dentro del casco urbano. Tiempo después y por la fama musical del cantante cubano Antonio Machín, el lugar cambió su nombre por el de Machín donde las féminas se movían mejor que las maracas del apreciado artista y las luces rojas se divisaban a lo lejos acompañadas por la música de cuerdas y las voces alicoradas de los trabajadores del ferrocarril que allí se acuartelaban con sus faroles en la mano a la espera de ser llamados a atender las demandas del sistema entre el tufo y el jolgorio de las meretrices que se contoneaban frente al fantasmagórico color de los infiernos.
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Julián Chica Cardona
Nació: 1955. en Filadelfia, Caldas, Colombia.

Premio Nacional de Novela Aniversario Ciudad de Pereira 2011.

Miembro de Honor con medalla de oro de la Casa del Poeta de Perú, 2012.

Miembro de Número de la Academia Pereirana de Historia, y Miembro Correspondiente de la Academia Caldense de Historia.

Coordinador del Encuentro Internacional “Poetas en el Equinoccio”, Pereira / Dosquebradas, conmemorativo del Día Mundial de la Poesía UNESCO.
Coordinador del proyecto de Ciudades Hermanas. Investigador de tanatología,
conferencista, periodista cultural, escritor.

 

   

Ahí nos virus
 

Claudio Obregón Clairin
 

Primero fue un rumor, luego parecía una broma de mal gusto, pero los noticieros de la noche lo confirmaron: en México se diseminaba por el aire un letal virus, lo llamaron Veransia y quienes lo adquirían, al instante presentaban vómitos, desequilibrio mental, paranoias y luego, luego se morían.

La gente se alarmó cuando los noticieros de la tarde afirmaron que quien estaba infectado ¡podía contagiar a los demás con tan solo mirarlos! El gobierno decidió que por el tiempo que durara el periodo de contingencia, quedaba prohibido mirarse directamente a los ojos.

Las relaciones sociales nunca más fueron las mismas, la desconfianza a la mirada de los otros y la vigilancia policíaca, extinguió las pláticas incidentales, destruyó las relaciones familiares y propició una vida solitaria. México se quedó sin turistas, los periódicos del mundo decían que Veransia había nacido en los lixiviados del relleno sanitario de Cancún; sin embargo, algunos turistas españoles, norteamericanos y un colombiano, adquirieron el virus en sus visitas a la Riviera Maya y a Cancún ¡cuando no había infectados mexicanos en esos centros turísticos!

La información era ambigua y eso provocó que todos los mexicanos parecieran leprosos; en China, un grupo de turistas mexicanos fue secuestrado por las autoridades, los apretaron en un insalubre cuarto y les negaron la comunicación con el embajador mexicano argumentando que "nadie los podía ver", horas más tarde, en un comunicado de prensa, el gobierno chino explicó que aunque no estuvieran infectados, de todas maneras no estaban atentando contra los derechos humanos sino que era una medida de "legítima defensa" ya que los mexicanos somos muy mirones. En México, nadie se veía, los mexicanos que siempre cantaban, estaban tristes.

Fueron solamente unos cuantos los contagiados y muy pocos los que murieron pero Veransia se dispersó rápidamente por todo el planeta, la contingencia se volvió permanente y después de unos años, todos los pueblos se acostumbraron a vivir en crisis económica, deprimidos y sin mirarse, ya nadie hablaba del virus Veransia, es más, ninguno recordaba el motivo por el cual ya no les era permitido mirarse.

Los noticieros daban cuenta del nacimiento de extraños virus que se formaban de la unión de cepas de ácaros de lagartijas con proteínas de maíz transmolecular; parece ser, que en los ríos de Polonia, surgió el extraño virus Oirsolomivoz que se trasmitía cuando uno hablaba, afortunadamente, no era mortal aunque sí muy contagioso.

Quienes parecía que presentaban síntomas de Veransia o de Oirsolomivoz eran considerados sospechosos y por salud pública se les transfería al desierto australiano donde convivían con otros contaminados de diferentes partes del mundo; era un territorio sin palabras, sin sonrisas, sin reflejos de miradas y aunque les decían que estaban en observación, nunca regresaron a sus países de origen.

Quizá por la lejanía o por miedo a contaminarse, sus familiares no los visitaron y poco a poco, esa gente se resignó a trabajar y solamente trabajar, en ocasiones se casaban entre sí pero no hacían fiestas y cuando procreaban hijos, no les era permitido educarlos y nunca más los veían porque podían contagiarlos de algún terrible virus. Esos niños no conocieron las caricias, la amistad, el asombro, la poesía ni los deseos, sus descendientes son los Pseuodhumanus que trabajan como esclavos para el Gobierno Mundial...

Ya sé que suena muy raro lo que te estoy diciendo pero... te haz preguntado ¿De dónde vienen esos seres que se parecen tanto a nosotros pero no hablan, envejecen rápidamente, nunca alzan la cabeza, se enferman con facilidad, no tienen acceso a la nutrición molecular, ni derecho a estar con sus hijos y solamente trabajan sin preguntar por qué o para quién?

--Ella miró fijamente un árbol de chicozapote, respiró profundo, reflexionó y después de un largo silencio le respondió: es probable que tengas razón.

--Mi abuelo creció en Acapulco --continúo Él-- y me contó que cuando era niño, vio cómo miles de sospechosos de haber contraído algún extraño virus, eran enviados a Australia en barcos cargueros y es así como después de tres generaciones, hoy hay dos tipos de seres: los Pseudhumanus y nosotros.

...tomó la mano de su novia y con una voz amorosa y firme le dijo:

Mi abuelo me enseñó que quien no tiene palabra, no posee nada en la vida y a pesar de que el Gobierno Mundial lo prohíbe, estoy seguro que podemos mirarnos a los ojos mientras nos besamos.

 

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Claudio Obregón Posadas
Nació 11 de julio de 1935
Bandera de México San Luís Potosí, México
Fallecimiento 13 de noviembre de 2010
Bandera de México Ciudad de México, México
Se desempeñó como actor de televisión, actor de teatro y actor de cine.

 

 

 

 

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