|
EL RINCÓN NON SANTO
DE LA ALDEA DE CABAL
Por
Julián Chica Cardona
Con el
óleo El despertar de la criada, del pintor argentino Edward Sívori
(1887), como carátula, y que constituye una ruptura estética de los
estándares de la pintura porque una criada no era digna para
dedicarle un óleo y mucho menos un desnudo, el libro Mozas, santas y
mujeres públicas, del historiador por antonomasia de Santa Rosa de
Cabal, Jaime Fernández Botero (2016), nos conduce en su lenguaje
exuberante por la selva cordillerana de comienzos del siglo XIX,
salpicada de florescencias y de frutos, junto a esa “poesía en
movimiento”, donde un puñado de colonos venidos de Marinilla
abrieron la brecha civilizadora de la mano de sus compañeras
(esposas, amantes o mesalinas), quienes fueron el principal acicate
de la aventura, eslabón activo en la fundación de la primera aldea
antioqueña en territorio caucano (1842-1844) porque traían dentro de
sí la esencia de la prolongación de la especie, la demanda de un
techo propio y la garantía incluida de una madre, compañera de
campaña, comerciante y aparcera. Un libro de gran tamaño, impreso en
propalcote, profusamente ilustrado con fotografías de la época y
debidamente sustentado desde las fuentes archivísticas que lo
convierten en uno los mejores trabajos de investigación en este
campo y una obra de consulta obligatoria para los interesados en la
historia de este territorio.
En aquel entorno la mujer fue aliciente y bálsamo del colono, y
dentro de esa óptica fue tenida en cuenta como el pilar de la
comunidad hasta cuando empezaron a manifestarse el trato cruel, el
abandono o el desentendimiento de los deberes de sus maridos como
jefes del hogar quien las obligaba, siendo esposas y compañeras de
trabajo, a buscar una mejor vida en otros lares. Y tanto la
autoridad municipal y de policía como los párrocos estaban
convencidos de que el uso de la fuerza pública y la querella fallada
en el papel sellado serían los únicos instrumentos para hacer
regresar sobre sus pasos a ese abnegado ser hasta el ambiente de
amorosa convivencia en que se cimentaba el matrimonio sin reparar
que en su retorno era condenarlas al torniquete del verdugo como si
fueran nada más un arisco semoviente. Pero la conducta cruel de la
mayoría de los maridos indiciados, que se pudo conocer cuando ellas
lograron ser escuchadas e hicieron valer su derecho al respeto y a
un trato digno ante la autoridad, ésta fue una causal válida y
atenuante en favor de las querelladas que se sentían en igualdad
para la administración de los bienes de la sociedad, y como tales
terminaban felizmente absueltas.
Esa mirada diferente se hizo notar en la aldea de Cabal cuando el
Regidor, Saturnino Portocarrero le comunicaba al Jefe del Cantón de
Cartago en 1850 la apertura de una escuela para niñas a cargo de su
hija Margarita muy a pesar de la férrea oposición del director de la
concentración de varones, Pedro Pablo Marín. Eran tiempos cuando la
decisión de una mujer de abandonar el rancho en pos de otra ilusión
o para alejarse del abuso que le causaba su marido significaba el
descalabro social y económico del hogar porque ella era al mismo
tiempo administradora, jornalera y socia en las ausencias
comerciales y de juerga del jefe de la casa, y cualquiera que fuera
su motivo, si ella regresaba después de algunos meses, era recibida
en armisticio y hasta mejor que un hijo pródigo porque en esa
ausencia se había hecho imprescindible que el querellante
reconviniera ante la autoridad su renuncia al salvajismo y trato
cruel. La mujer, como una fuerza de trabajo, además de parir y criar
los hijos, logró ser, per se, algo más que una esclava bajo el
control masculino, más allá de las propias condiciones de sumisión
en que la ideología y el moralismo de ese entonces la mantenían
atenazada. Uno de esos casos fue el de Eusebia Joaquina Herrera,
quien en 1872, luego de un temerario juicio en su contra propiciado
a instancias de su cónyuge, Gumercindo Buitrago, por abandono del
hogar, y puesta bajo la tutela de José María Gómez, por orden del
alcalde, Anselmo de León, supo argumentar en su defensa, no obstante
tratarse de una esposa iletrada, que según un poder del que tenía
segunda copia con la rúbrica del señor Buitrago, ella estaba
facultada para administrar los bienes familiares y desplazarse
adonde fuera requerida en función de esos negocios. Y si de
|
|
esta
manera actuaba la autoridad con las mujeres debidamente unidas bajo
el matrimonio, qué otra cosa se podría esperar cuando se trataba de
aquellas por cuya vida escandalosa eran expulsadas desde Manizales
en 1885 por el Inspector de Policía, quien alertaba a Santa Rosa y a
Pereira para que igualmente las espantaran prohibiendo por decreto a
los vecinos alojarlas durante más de tres días so pena de ser
declarados cómplices de comportamiento ilícito. El asedio a las
reinas de la noche como las denomina aquí Fernández, era el pan de
cada día con el “prevengo a usted”, de don Félix de la Abadía, Jefe
Municipal del Quindío, en 1887 “… que del departamento de Antioquia
están llegando a estas poblaciones mujeres de las que dejo a Ud.
indicadas y a éstas no se les debe permitir de <ninguna manera>”.
Eran poblaciones donde igualmente imperaba la figura del
confinamiento mediante el cual se las desterraba obligándolas a
permanecer en otro pueblo previamente señalado durante tres meses
hasta un año.
Mujeres
casadas y de carácter indómito que no se dejaban gobernar de sus
maridos cuando se las trataba a zurriagazos, desobedeciéndolos en
todo, le dieron paso a la oportunidad de poner en evidencia ese
maltrato y hacer que ellos fueran encausados con la fianza y
conminados al cumplimiento del deber bajo la lupa de un fiador de
reconocida honorabilidad; o mujeres también, que siendo madres
cabeza de hogar luego de ser engatusadas por sus pretendientes las
abandonaron después de embarazarlas, por la fuerza de la necesidad
terminaron encontrando en la frase: lo que se van a comer los
gusanos que se lo coman los humanos, la excusa perfecta para abrazar
la profesión de adoratrices del “jadeante monstruo de las dos
espaldas”. Así que, con el transcurrir del tiempo (1914) las
relaciones ilícitas y el amancebamiento castigados por períodos
menores a un mes y cauciones inferiores a los $ 30’oo, pasaron a ser
la prueba de un tratamiento menos rígido y la tolerancia de la
autoridad municipal y el mismo párroco, ante el incremento de
cantinas y coreógrafos en lugares apartados donde las reinas de la
noche atendían a los sementales en su llamado de la carne, y que en
la labor nocturna de la policía ésta fue incluso puesta en
entredicho por el señor alcalde al calificarlos de vagos y
permisivos al no esmerarse en mostrar mejores resultados.
Ni las multas convertibles en arresto ni las amenazas de expulsión
sosegaban el ímpetu de estas mujeres, y el intento de la autoridades
por cortar el mal de raíz tampoco sirvieron porque ya la
prostitución se había convertido en un mal necesario dentro del seno
de la comunidad por motivos de salubridad pública y de policía, y
revocando la prohibición cuando las meretrices mismas hicieron valer
sus propios derechos constitucionales. A partir de entonces el
encanto femenino campeaba libre y sin prejuicios por la zona
predisponiendo a la clientela, entre ellos los más jóvenes, y
excitando los instintos y el alarde viril con sus muestras de
testosterona. En 1915, el nuevo alcalde, Eliseo Arbeláez, conminó
con multa de $ 5,oo pesos oro el contubernio y trató de evitar la
convivencia en una misma casa o cantina de dos o más mujeres para
limitar su actividad, conminándolas a que se abstuvieran de admitir
en sus viviendas a mujeres públicas “a ninguna hora, por ningún
motivo y bajo ningún pretexto”.
A la cárcel donde eran confinadas con frecuencia estas anfitrionas
del ritual fálico, iban a parar también las amas de casa
victimizadas por la complicidad del alcalde al negarse a continuar
siendo objeto del abandono o el maltrato de los maridos, lo que hizo
que el mal fuera peor que la enfermedad porque aquéllas que tenían
más mundo que el Judío Errante y más espuela que el jinete sin
cabeza les terminaron mostrando a las señoras oprobiadas el camino
de la autonomía económica en sus reiteradas detenciones. En
consecuencia, en 1920 ya operaba de hecho en Santa Rosa una nutrida
zona de tolerancia que en la visita del Inspector de Policía de
fecha 11 de agosto se llamaba Rincón Santo, donde constató la
presencia de siete mujeres, cada una con su respectivo aposento para
las artes amatorias, y al año siguiente fue legalizado el sitio
formalmente por acuerdo municipal al delimitarlo claramente dentro
del casco urbano. Tiempo después y por la fama musical del cantante
cubano Antonio Machín, el lugar cambió su nombre por el de Machín
donde las féminas se movían mejor que las maracas del apreciado
artista y las luces rojas se divisaban a lo lejos acompañadas por la
música de cuerdas y las voces alicoradas de los trabajadores del
ferrocarril que allí se acuartelaban con sus faroles en la mano a la
espera de ser llamados a atender las demandas del sistema entre el
tufo y el jolgorio de las meretrices que se contoneaban frente al
fantasmagórico color de los infiernos.
-------------------------------
Julián
Chica Cardona
Nació: 1955. en Filadelfia, Caldas, Colombia.
Premio Nacional de Novela Aniversario Ciudad de Pereira 2011.
Miembro
de Honor con medalla de oro de la Casa del Poeta de Perú, 2012.
Miembro
de Número de la Academia Pereirana de Historia, y Miembro
Correspondiente de la Academia Caldense de Historia.
Coordinador del Encuentro Internacional “Poetas en el Equinoccio”,
Pereira / Dosquebradas, conmemorativo del Día Mundial de la Poesía
UNESCO.
Coordinador del proyecto de Ciudades Hermanas. Investigador de
tanatología,
conferencista, periodista cultural, escritor.
|
|
Ahí nos virus
Claudio Obregón Clairin
Primero
fue un rumor, luego parecía una broma de mal gusto, pero los
noticieros de la noche lo confirmaron: en México se diseminaba por
el aire un letal virus, lo llamaron Veransia y quienes lo adquirían,
al instante presentaban vómitos, desequilibrio mental, paranoias y
luego, luego se morían.
La gente se alarmó cuando los noticieros de la tarde afirmaron que
quien estaba infectado ¡podía contagiar a los demás con tan solo
mirarlos! El gobierno decidió que por el tiempo que durara el
periodo de contingencia, quedaba prohibido mirarse directamente a
los ojos.
Las relaciones sociales nunca más fueron las mismas, la desconfianza
a la mirada de los otros y la vigilancia policíaca, extinguió las
pláticas incidentales, destruyó las relaciones familiares y propició
una vida solitaria. México se quedó sin turistas, los periódicos del
mundo decían que Veransia había nacido en los lixiviados del relleno
sanitario de Cancún; sin embargo, algunos turistas españoles,
norteamericanos y un colombiano, adquirieron el virus en sus visitas
a la Riviera Maya y a Cancún ¡cuando no había infectados mexicanos
en esos centros turísticos!
La información era ambigua y eso provocó que todos los mexicanos
parecieran leprosos; en China, un grupo de turistas mexicanos fue
secuestrado por las autoridades, los apretaron en un insalubre
cuarto y les negaron la comunicación con el embajador mexicano
argumentando que "nadie los podía ver", horas más tarde, en un
comunicado de prensa, el gobierno chino explicó que aunque no
estuvieran infectados, de todas maneras no estaban atentando contra
los derechos humanos sino que era una medida de "legítima defensa"
ya que los mexicanos somos muy mirones. En México, nadie se veía,
los mexicanos que siempre cantaban, estaban tristes.
Fueron solamente unos cuantos los contagiados y muy pocos los que
murieron pero Veransia se dispersó rápidamente por todo el planeta,
la contingencia se volvió permanente y después de unos años, todos
los pueblos se acostumbraron a vivir en crisis económica, deprimidos
y sin mirarse, ya nadie hablaba del virus Veransia, es más, ninguno
recordaba el motivo por el cual ya no les era permitido mirarse.
Los noticieros daban cuenta del nacimiento de extraños virus que se
formaban de la unión de cepas de ácaros de lagartijas con proteínas
de maíz transmolecular; parece ser, que en los ríos de Polonia,
surgió el extraño virus Oirsolomivoz que se trasmitía cuando uno
hablaba, afortunadamente, no era mortal aunque sí muy contagioso.
Quienes parecía que presentaban síntomas de Veransia o de
Oirsolomivoz eran considerados sospechosos y por salud pública se
les transfería al desierto australiano donde convivían con otros
contaminados de diferentes partes del mundo; era un territorio sin
palabras, sin sonrisas, sin reflejos de miradas y aunque les decían
que estaban en observación, nunca regresaron a sus países de origen.
Quizá por la lejanía o por miedo a contaminarse, sus familiares no
los visitaron y poco a poco, esa gente se resignó a trabajar y
solamente trabajar, en ocasiones se casaban entre sí pero no hacían
fiestas y cuando procreaban hijos, no les era permitido educarlos y
nunca más los veían porque podían contagiarlos de algún terrible
virus. Esos niños no conocieron las caricias, la amistad, el
asombro, la poesía ni los deseos, sus descendientes son los
Pseuodhumanus que trabajan como esclavos para el Gobierno Mundial...
Ya
sé que suena muy raro lo que te estoy diciendo pero... te haz
preguntado ¿De dónde vienen esos seres que se parecen tanto a
nosotros pero no hablan, envejecen rápidamente, nunca alzan la
cabeza, se enferman con facilidad, no tienen acceso a la nutrición
molecular, ni derecho a estar con sus hijos y solamente trabajan sin
preguntar por qué o para quién?
--Ella miró fijamente un árbol de chicozapote, respiró profundo,
reflexionó y después de un largo silencio le respondió: es probable
que tengas razón.
--Mi abuelo creció en Acapulco --continúo Él-- y me contó que cuando
era niño, vio cómo miles de sospechosos de haber contraído algún
extraño virus, eran enviados a Australia en barcos cargueros y es
así como después de tres generaciones, hoy hay dos tipos de seres:
los Pseudhumanus y nosotros.
...tomó la mano de su novia y con una voz amorosa y firme le dijo:
Mi
abuelo me enseñó que quien no tiene palabra, no posee nada en la
vida y a pesar de que el Gobierno Mundial lo prohíbe, estoy seguro
que podemos mirarnos a los ojos mientras nos besamos.
-----------------------------------
Claudio Obregón Posadas
Nació 11 de julio de 1935
Bandera de México San Luís Potosí, México
Fallecimiento 13 de noviembre de 2010
Bandera de México Ciudad de México, México
Se desempeñó como actor de televisión, actor de teatro y actor de
cine.
|
|