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Corrido
[Cuento. Texto completo]
Juan José Arreola
"Corrido", por el autor
mexicano Juan José Arreola (1918-2001) 03 Nov 2004
Hay en Zapotlán una plaza que le dicen de Ameca, quién sabe por qué.
Una calle ancha y empedrada se da contra un testerazo, partiéndose
en dos. Por allí desemboca el pueblo en sus campos de maíz.
Así es la Plazuela de Ameca, con su esquina ochavada y sus casas de
grandes portones. Y en ella se encontraron una tarde, hace mucho,
dos rivales de ocasión. Pero hubo una muchacha de por medio.
La Plazuela de Ameca es tránsito de carretas. Y las ruedas muelen la
tierra de los baches, hasta hacerla finita, finita. Un polvo de
tepetate que arde en los ojos, cuando el viento sopla. Y allí había,
hasta hace poco, un hidrante. Un caño de agua de dos pajas, con su
llave de bronce y su pileta de piedra.
La que primero llegó fue la muchacha con su cántaro rojo, por la
ancha calle que se parte en dos. Los rivales caminaban frente a
ella, por las calles de los lados, sin saber que se darían un tope
en el testerazo. Ellos y la muchacha parecía que iban de acuerdo con
el destino, cada uno por su calle.
La muchacha iba por agua y abrió la llave. En ese momento los dos
hombres quedaron al descubierto, sabiéndose interesados en lo mismo.
Allí se acabó la calle de cada quien, y ninguno quiso dar paso
adelante. La mirada que se echaron fue poniéndose tirante, y ninguno
bajaba la vista.
-Oiga amigo, qué me mira.
-La vista es muy natural.
Tal parece que así se dijeron, sin hablar. La mirada lo estaba
diciendo todo. Y ni un ai te va, ni ai te viene. En la plaza que los
vecinos dejaron desierta como adrede, la cosa iba a comenzar.
El chorro de agua, al mismo tiempo que el cántaro, los estaba
llenando de ganas de pelear. Era lo único que estorbaba aquel
silencio tan entero. La muchacha cerró la llave dándose cuenta
cuando ya el agua se derramaba. Se echó el cántaro al hombro, casi
corriendo con susto.
Los que la quisieron estaban en el último suspenso, como los gallos
todavía sin soltar, embebidos uno y otro en los puntos negros de sus
ojos. Al subir la banqueta del otro lado, la muchacha dio un mal
paso y el cántaro y el agua se hicieron trizas en el suelo.
Ésa fue la merita señal. Uno con daga, pero así de grande, y otro
con machete costeño. Y se dieron de cuchillazos, sacándose el golpe
un poco con el sarape. De la muchacha no quedó más que la mancha de
agua, y allí están los dos peleando por los destrozos del cántaro.
Los dos eran buenos, y los dos se dieron en la madre. En aquella
tarde que se iba y se detuvo. Los dos se quedaron allí bocarriba,
quién degollado y quién con la cabeza partida. Como los gallos
buenos, que nomás a uno le queda tantito resuello.
Muchas gentes vinieron después, a la nochecita. Mujeres que se
pusieron a rezar y hombres que dizque iban a dar parte. Uno de los
muertos todavía alcanzó a decir algo: preguntó que si también al
otro se lo había llevado la tiznada.
Después se supo que hubo una muchacha de por medio. Y la del cántaro
quebrado se quedó con la mala fama del pleito. Dicen que ni siquiera
se casó. Aunque se hubiera ido hasta Jilotlán de los Dolores, allá
habría llegado con ella, a lo mejor antes que ella, su mal nombre de
mancornadora.
FIN
EL BARQUERO INCULTO
[Cuento.
Texto completo]
Anónimo de India
Se trataba de un joven
erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un caudaloso río de una a
otra orilla tomó una barca. Silente y sumiso, el barquero comenzó a
remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surcó el cielo
y el joven preguntó al barquero:
-Buen hombre, ¿has
estudiado la vida de las aves?
-No, señor -repuso el
barquero.
-Entonces, amigo, has
perdido la cuarta parte de tu vida.
Pasados unos minutos, la
barca se deslizó junto a unas exóticas plantas que flotaban en las
aguas del río. El joven preguntó al barquero:
-Dime, barquero, ¿has
estudiado botánica?
-No, señor, no sé nada
de plantas.
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-Pues debo decirte que
has perdido la mitad de tu vida -comentó el petulante joven.
El barquero seguía
remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba
luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:
-Sin duda, barquero,
llevas muchos años deslizándote por las aguas. ¿Sabes, por cierto,
algo de la naturaleza del agua?
-No, señor, nada sé al
respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.
-¡Oh, amigo! -exclamó el
joven-. De verdad que has perdido las tres cuartas partes de tu
vida.
Súbitamente, la barca
comenzó a hacer agua. No había forma de achicar tanta agua y la
barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven:
-Señor, ¿sabes nadar?
-No -repuso el joven.
-Pues me temo, señor,
que has perdido toda tu vida.
FIN
¿Avisarías a los
personajes de tu sueño?
[Cuento. Texto
completo.]
Anónimo de India
El discípulo se reunió
con su mentor espiritual para indagar algunos aspectos de la
Liberación y de aquellos que la alcanzan. Departieron durante horas.
Por último, el discípulo le preguntó al maestro:
-¿Cómo es posible que un
ser humano liberado pueda permanecer tan sereno a pesar de las
terribles tragedias que padece la humanidad?
El mentor tomó entre las
suyas las manos del perplejo discípulo y le explicó:
-Tú estás durmiendo.
Supóntelo. Sueñas que vas en un barco con otros muchos pasajeros. De
repente, el barco encalla y comienza a hundirse. Angustiado, te
despiertas. Y la pregunta que yo te hago es: ¿acaso te duermes
rápidamente de nuevo para avisar a los personajes de tu sueño?
FIN
Vivir para siempre
[Cuento. Texto
completo]
Anónimo europeo
Una dama comía y bebía
alegremente y tenía cuanto puede anhelar el corazón, y deseó vivir
para siempre.
En los primeros cien
años todo fue bien, pero después empezó a encogerse y a arrugarse,
hasta que no pudo andar, ni estar de pie, ni comer, ni beber. Pero
tampoco podía morir. Al principio la alimentaban como si fuera una
niñita, pero llegó a ser tan diminuta que la metieron en una botella
de vidrio y la colgaron en una iglesia. Todavía está allí, en la
iglesia de Santa María. Es del tamaño de una rata y una vez al año
se mueve.
FIN
LA CASA ENCANTADA
[Cuento. Texto completo]
Anónimo europeo
Una joven soñó una noche
que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una
colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita
blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a
la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy,
muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella
empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño
permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios
días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo
sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante
en que iba a comenzar su conversación con el anciano. |
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Pocas semanas más tarde
la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De
pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el
auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero
campesino de su sueño.
-Espéreme un momento
-suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole
alocadamente.
Ya no se sintió
sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de
la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles
recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño
respondía a su impaciente llamado.
-Dígame -dijo ella-, ¿se
vende esta casa?
-Sí -respondió el
hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía,
frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la
muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano,
y cerró suavemente la puerta.
FIN
La fuente de la juventud
[Cuento. Texto completo.]
Anónimo japonés
Había una vez un viejo carbonero que vivía con su esposa, que era
también viejísima. El viejo se llamaba Yoshiba y su esposa se
llamaba Fumi. Los dos vivían en la isla sagrada de Mija Jivora,
donde nadie tiene derecho a morir. Cuando una persona se enferma lo
mandan a la isla vecina, y si por casualidad muere alguien sin
síntomas, envían el cadáver a toda prisa a la otra ribera.
La isla, la más pequeña del Japón, es también la más hermosa. Está
cubierta de pinos y sauces, y en el centro se alza un hermoso y
solemne templo, cuya puerta parece que se adentra en el mar. El mar
es más azul y transparente de lo que se puede imaginar, mientras que
el aire es nítido y diáfano.
Los dos ancianos eran admirados por el resto de la aldea, que los
admiraba por dos virtudes: su resignación y persistencia a la hora
de aceptar y superar los avatares de la vida, y el amor mutuo que se
habían profesado durante más de cincuenta años.
El suyo, como tantos otros en Japón, había sido un matrimonio
concertado por sus padres. Fumi no había visto nunca a Yoshiba antes
de la boda, y este solo la había entrevisto un par de veces a través
de las cortinas, y se había quedado admirado por su rostro ovalado,
la gentileza de su figura y la dulzura de su mirada. Desde el día
del casamiento, la admiración y adoración fue mutua. Ambos
disfrutaron de la alegría de su enlace que se multiplicó con creces
con tres hermosos y fuertes hijos, pero ambos también se vieron
sacudidos por la tristeza de perder a sus tres hijos, una noche de
tormenta en el mar.
Aunque disimulaban ante sus vecinos, cuando estaban solos lloraban
abrazados y secaban sus lágrimas en las mangas de sus kimonos. En el
lugar central de la casa, construyeron un altar en memoria de sus
hijos y cada noche llevaban ofrendas y rezaban ante él. Pero
últimamente una nueva preocupación había devuelto la congoja a sus
corazones. Ambos eran mayores y sabían que ya no les quedaba mucho
tiempo. Pero Yoshiba se había convertido en las manos de su esposa y
Fumi en sus ojos y sus pies, y no sabían cómo podrían superar la
muerte de alguno de ellos. ¡Oh, si tuviésemos una larga vida por
delante!
Una tarde, Yoshiba sintió la necesidad de volver a ver el lugar
donde había trabajado durante más de cincuenta años. Pero al llegar
al claro del bosque, y observar los árboles, tan conocidos, se dio
cuenta de que había algo nuevo. Tanto años trabajando allí, y nunca
se había fijado en que debajo del mayor árbol había un manantial de
agua clara y cristalina, que al caer parecía cantar, y su crujido,
como el de hojas de papel arrugadas, se mezclaba con el murmullo de
la hojas al ser movidas por el susurro de la brisa al atardecer.
Yoshiba sintió una terrible sed y se acercó a la fuente. Cogió un
poco de agua y bebió. Al rozar sus labios, sintió la necesidad de
beber más, pero al ir a cogerla observó su reflejo en el agua y vio
que habían desaparecido las arrugas de su rostro, su pelo era otra
vez una hermosa y negra cabellera, y su cuerpo parecía más vigoroso
y fortalecido. Aquel agua tenía un poder misterioso que lo había
hecho rejuvenecer.
Entonces sintió la necesidad de ir corriendo a decírselo a su
esposa. Cuando Fumi lo vio llegar no reconoció a aquel mozo que de
pronto se acercaba a la casa, pero al estar junto a él observó sus
ojos y lo reconoció. Cayó desmayada al recordar sus años de
juventud, pero Yoshiba la levantó y le contó lo que había ocurrido
en el bosque. Decidió que fuese por la mañana, porque ya era de
noche y no deseaba que se perdiera.
A la mañana siguiente Fumi se fue al bosque. Yoshiba calculó dos
horas, porque aunque a la ida tardaría más por su edad y la falta de
fuerza, a la vuelta llegaría enseguida porque habría recuperado su
juventud. Pero pasaron dos horas, y tres, y cuatro, y hasta cinco,
por lo que Yoshiba empezó a preocuparse y decidió ir él mismo al
bosque a buscar a su esposa. Cuando llegó al claro, vio la fuente,
pero no encontró a nadie. Entre el murmullo de las hojas y el
crujido del agua oyó un leve sonido, como el que hace cualquier cría
de animal cuando está solo. Se acercó a unas zarzas, las apartó, y
encontró una pequeña criatura que le tendía los brazos. Al cogerla,
reconoció la mirada. Era Fumi, que en su ansia de juventud había
bebido demasiada agua, llegando así hasta su primera infancia.
Yoshiba la ató a su espalda y se dirigió hacia casa. A partir de
entonces, tendría que ser el padre de la que había sido la compañera
de su vida.
FIN
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