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COLUMNISTA |
Pereira, Colombia -Edición: 12.862 - 442 Fecha: Sábado 25-12-2021 |
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La buena vida y la buena obra
Por Jotamario Arbeláez En esa rabiosa y eterna juventud de que disponíamos por los años sesenta, cuando oíamos que se hablaba de “Caliviejo” nos remontábamos a una cándida prehistoria y esbozábamos una sonrisa Pepsoden con los dientes sin lavar. Ahora “Caliviejo” somos nosotros, pelicanos pero con una sorprendente sonrisa completa que aún nos sirve para morder y besar. Como buen perdedor del bachillerato en Santa Librada opté por la poesía, escribiendo para empezar “Santa Librada College”, en homenaje recriminatorio a Pichita, Potes, Atila, El mudo, Chélula y Pajarito.
Jota joven por Julio Villa
Pero muchos años después llegó el profesor Hermínsul Jaramillo, quien para que dejara de joder tirándomelas de reprobado reprobador, me gestionó con la Junta directiva el diploma de bachiller honoris causa y el galardón de Ilustre Egresado. Y desde entonces fui el alumno preferido y premiado de todas de los rectores Roberto Avendaño D’Horta, Ignacio Atehortúa y Mónica Paria Medina. Desde entonces la poesía me ha llevado de la mano de pocilgas a palacios, de intentos de suicidio por desamores a amores a primera vista imperecederos, de los refugios del fracaso
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autoimpuesto a las mieles del reconocimiento, de la inicial censura en la prensa por moralismos a mantener por más de 30 años columnas en El Tiempo y El País, con toda la permisividad acordada con los iconoclastas de tres botones. Eché sobre mis hombros todos los sufrimientos del mundo para tratar de conjurarlos con la denuncia, con la quejumbre o con la rasquiña.
No lo logré, porque el mundo es irredimible o las armas del poeta de poco filo, pero por lo menos mucha bulla sí hice, lo que sirvió para que me pusieran bolas más allá de las mesas de los billares. Ahí me perdonarán, pero estoy cantando victoria y no me da pena, porque me acompaña al piano Jimmy Salcedo. La semana pasada me cayó desde Barcelona la visita de mi nieta de un año Emilia Curtis Arbeláez, que luzco como un lucero en la oreja. Ese mismo día la Universidad del Valle, a través de su director de publicaciones Francisco Ramírez, me entregó la nueva edición de “Mi reino por este mundo”, mis poemas completos hasta el 2000. Que me gestionó y prologó el poeta Armando Romero y que Felipe Ossa de la Librería Nacional acoge con preferencia.
Y de carambola de tres bandas la Gobernación del Valle me concedió el Premio a la Vida y a la Obra, que recibí apadrinado por la hermosa Gala de Sol, Hernán Darío Correa, mi hermana Elizabeth y Jan Arb. El informativo cultural NTC le dedicó al acontecimiento el más colosal despliegue. |
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El Hotel Spiwak y sus propietarios Ángel y Jaffa me acogieron como un príncipe de los reinos azules. De distintos sitios me ofrecieron la publicación de toda mi obra, e incluso la de mi hermano, que es un poeta menor y mejor que yo. Asistí desde mi Villa de Leyva a la ceremonia de proclamación de los tres ganadores del evento, sin la previa noticia de mi escogencia.
No podía faltar: si ganaba, sería una displicencia; pero si asistía y perdía, una frustración. Mi mentor Leonardo Barriga me conminó a que asistiera que si perdía él pagaba todo.
Estoy pues disfrutando de los gozosos, no obstruidos por ninguna carencia, aunque en un principio fui buenazo para sufrir. Por las dolencias del mundo y las mías propias. Ahora estoy óptimo de salud, bien de prestigio, bien de presencia espiritual y corporal, bien de caricias. Por ello dedico esta plenitud a quienes me colaboraron para alcanzarla, a mi mujer, a mis hijos, a mis hermanos y a mis amigos. Pero también a esos sitios caleños que me fueron haciendo personero de la inconformidad que terminó convertida en confort. Son, entre miles otros, la escuela y la iglesia y el parque y el teatro San Nicolás, el barrio Salomia de las primeras conquistas, los pastizales de Croydon y Lonchan, El Bosquecito, los bailaderos del barrio Obrero y de más allacito, Acapulco, Siboney, el Danubio Azul, Milancito, las casetas de Juanchito, las piscinas olímpicas, el Palacio de Bellas Artes, el Café Colombia y el Tamanaco, la Academia García, el Café de los Turcos y el Bar de Efraín, La Tertulia, El Palique, donde Flower in Sunday, los charcos de Santa Rita, el Aguacatal y Meléndez donde uno clavaba y seguía nadando. Mi intemporal “Caliviejo”. Pero sobre todo el colegio de Santa Librada, mi “Santa Librada College”, del que cambié el final ominoso: “Santa Librada / yo no te debo / nada”, por el agradecido “Santa Librada / todo te lo debo. / Te beso ladrillo / por ladrillo”. Y no debo quedarme sin consignar mi gratitud y mi amor imperecedero a Diany, a Marlén (+), a Blanquita (+), a Samsarita y a Aura Lucía.
El País, Diciembre 21-21 |
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