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Columnista

 Pereira, Colombia -Edición: 12.889  - 469

Fecha: Sábado 26 - 02 -2022

 

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Nada es para siempre

 

 

 

Antiprólogo

Memoria para olvidar

 

Por Jotamario Arbeláez

 

Ciudadanos: inventad la muerte y desapareced! Que las calles y los caminos estén vacíos de la inmundicia humana, así el mundo lucirá más bello bajo el rostro del exterminio. Y nosotros, los profetas de la muerte y de la oscuridad nueva, habremos cumplido nuestra misión...

 

Gonzalo Arango

Manifiesto de los Camisas Rojas

 

 

Que a alguien como uno, que no ha sido un general victorioso como César o Santander, ni un brillante científico como Barnard o Patarroyo, ni un seductor infalible como Obregón o Casanova, ni un doctor de la iglesia como Santo Tomás o Arturo Paoli, ni un líder popular consecuente como Gaitán o Camilo, ni una manga bravísima como Clay o Pambelé, ni un genocida impune como Pinochet o Carlos Castaño, ni un poeta supremo como Ernesto Cardenal o Mario Rivero, y ni siquiera un fabulador deslumbrante como Arreola o Monterroso, le soliciten sus memorias de una editorial prestigiosa -cuando han aparecido las del expresidente López y en el horno están las de Gabo-, es honor que no tiene nombre y aceptar realizarlas en carrera contra el reloj es un intento de suicidio que merece final feliz.

         En buena me metieron los señores de Santillana para su editorial Aguilar, que dirige el poeta Gustavo Mauricio García, quien se la juega por mis restos. Mirar hacia atrás con ira como el fundador de los angry young men para contar las ansias reformistas, servidumbre y grandeza de una generación que tras más de cuarenta años se resiste a colgar la lira. Tenemos cinco años más que las Farc y seis más que los Rolling Stones. No es ninguna frustración endosable que

 

 

 

tanto el mundo como el hombre estén hoy peor que nunca, pues ya nos habíamos referido al  carácter irredimible de la condición humana, y a que no llegar era también el cumplimiento de un destino. Lo que se hizo, a la larga, fue lo que le hicieron a uno. O lo que el mundo se dejó hacer a pesar de que le dolía. En mi caso particular, si bien pude ser lo que apuntan mis críticos, un punto menos que nada, también es cierto que es mucho lo que me ha tocado vivir tocando, reír llorando y llorar mamando. Y es mucho lo que habré visto con estos ojos rojos, y oído con estos tímpanos acerados, y mucha la podredumbre percibida en mis ultrasensibles tabiques nasales, y mucho lo denunciado por este órgano muscular movible situado en la concavidad de la boca y transcrito con estas yemas digitales, antes de que la tierra que ya cobija a mis mayores decida acabar de tragarme. Pero es más, si a la muerte de Gonzalo Arango hace un cuarto de siglo ningún nadaísta asumió la jefatura del movimiento fue porque, además de que ese rango nos incomoda y sólo le podía lucir al profeta que de él se cuidaba, quedaron tantos nadaísmos cuantos nadaístas sobrevivieron. Cada uno marcado por muy diversas influencias, vivencias e inconsistencias. Concurrentes tan sólo en la irreverencia de siempre y el humor negro.

Mis primeros lectores en esa ya lejana alborada de la palabra, se quejaban de la insufrible primera persona que utilizaba en mis escritos, como si me estuviera confesando ante monseñor, siendo como era que mis primeras aventuras eran comunes a todos los mozalbetes que en el mundo han sido. A quién le va a interesar el recuento de tus tormentos o peripecias, cuando la gran literatura es la del escritor omnisciente que está no sólo en todas partes sino en todas las horas de la vida y el pensamiento de sus personajes. De malas. Lo que me impidió desempeñarme en la gran narrativa me va a servir para redondear la non-fiction que han tenido a bien encargarme.

Conozco la obra y milagros de cada uno de los compañeros de la aventura nadaísta y sé que ninguno se queja de haber abordado el barco maldito. Las mujeres que me permitieron practicar en sus intimidades el flagelo ardoroso con mis infatigables palancas, son capítulos estelares de mi última permanencia en este paraíso de lágrimas. Mis experiencias con los hombres ebrios de Dios que aun no comprendo, las consigno como una prueba posible de mi bienaventuranza. Cobo Borda, el crítico sagaz de la literatura moderna, quien tuvo a bien premiarme un libro poético igualmente egótico, cada vez que me ve me pregunta por esa columna par lui meme que tú escribes. Y tiene razón, si algún día se me pidiera definir lo que escribo no vacilaría en responder: Jotamario par lui memeMon cherie.

Para la revelación de esta ya prologada orgía sensorial y algo espiritual -porque si no tuviéramos espíritu no tendríamos erecciones- hube de escoger entre la “autobiografía”, que es el relato dudoso del periplo de lo que a uno le ha pasado de la piel hacia adentro y de la convicción hacia afuera (la de Yogananda y la del precoz Yevstuvschenko); o el “diario”, que es el relato fechado del sucediendo con el correspondiente analizar tendencioso de los episodios  (Anita Frank y Anaïs Nin); o las “memorias”, que es el registro de todo lo que a

 

 

uno le ha pasado de la piel hacia afuera o ha sucedido por culpa de sus designios (las de Julio César en las Galias y T.E. Lawrence en el desierto y las del amante sarnoso en la cama de

 

 

Groucho Marx); o la “Historia de...”, que es el suceso íntimamente doloroso como la emasculación o gozoso como el azote en las nalgas (la de mis infortunios de Peter Abelardo, ó la de O); o las “confesiones”, que encierran una vergüenza oculta y que después de escritas el autor ya no es el mismo, pues, o se ha arrepentido o se ha convertido o piensa que con ello ha purgado sus transgresiones (San Agustín y Rousseau y Yukio Mishima y Castaño). Similar a la historia que escriben los vencedores, la literatura autobiográfica es para contar la verdad como no pasó.

Afronto este proceso autobiográfico valiéndome de un decoroso irrespeto que hasta me luce. Y así me sumerjo en Nada es para siempre, Antimemorias de un nadaísta, levemente apoyado en los Sagrados Archivos del movimiento, donde no se deja papelito cagado por divulgar, secreto sigiloso sin traicionar, pecadillo mortífero sin confesar, exabrupto sin explicar, y se establece cómo no se perdió el periplo de casi medio siglo al divulgar el récord de miserias de un mundo al que, si no destruimos, logramos sobrevivirle menos maltrechos. 

En la primera parte, San Nicolás, el barrio de mi nacimiento y de mis primeros pesares, me pierdo en algunos recuerdos de mi infancia en mentón que nadie me había pedido, para que de acuerdo con las aún no revaluadas consideraciones freudianas se vea por dónde apuntaron los traumas que darían con el adolescente rabioso de bruces en la poesía y en cierta ingenua pretensión de grandeza desprendida de una no menos cándida predestinación de maldad.

En la segunda, Visión postrera, como si estuviera en mi poltrona de moribundo al lado de mi botella de ron que no faltó nunca, repaso el rollo peliculero de mi vida en el nadaísmo de la misma manera atropellada como me tocó enfrentarla, sin solución de continuidades, trastocando tiempos y espacios, y tratando así de cubrir la deuda con la escritura automática, con el fluido de conciencia y con el monólogo interior. De Los Sagrados Archivos se han tomado documentos esenciales para una indulgente comprensión y disfrute de la memoria.

Aquí están los originales, señor editor. A partir de este momento el problema es suyo. Como nada es para siempre, ni siquiera este mundo ni quienes le hemos prestado el flaco servicio de trabajar para destruirlo, se comprende que se arriesgue a publicar el memorial del discípulo de un profeta que dejó por sentado que se comenzaría a vivir el juicio final en pleno matrimonio de la tercera guerra mundial y nuestra enésima guerra civil cuando despuntara el milenio.

 

Febrero de 2002

 

 

 

 

  

Página 10

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