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Armas de
destrucción masiva vuelve a estar sobre la mesa
Tras años de angustia y
discusiones en mesas de negociaciones e intensiones de parar la
elaboración de las armas de destrucción masiva, se montan en el
tapete la angustia de las amenazas del gobierno ruso que pretende
que todos nos sumerjamos en el desastre del caos colectivo y dejar
de un lado la tranquilidad mundial, de una posible Tercera Guerra
Mundial.
La confrontación en Ucrania se está recrudeciendo. Días atrás, el
presidente de Estados Unidos Joe Biden advertía de que involucrar a
la OTAN en la guerra implicaría la tercera guerra mundial y hace
poco Putin avisaba de que tenía las cabezas nucleares preparadas.
¿Qué podemos esperar a partir de ahora si el conflicto parece estar
enquistándose y la guerra nuclear vuelve a estar sobre la mesa? La
ciencia tiene muy claras las consecuencias de una escalada bélica
sobre el clima y sobre la escasez de alimentos.
Los
modelos climáticos nos permiten simular las repercusiones de la
guerra sobre la producción agrícola, ganadera y piscícola. A
continuación
repasamos
algunos de los diferentes escenarios posibles que nos puede dejar un
enfrentamiento
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bélico: desde un invierno nuclear hasta un escenario de creciente rivalidad
entre países.
Décadas después del fin de la Guerra Fría, el debate de las armas nucleares
vuelve a estar sobre la mesa. En realidad, es un debate que nunca se fue. La
carrera armamentística entre India y Pakistán, por ejemplo, puede tener
consecuencias globales aunque se trate de una guerra local.
Bajo un escenario de guerra nuclear entre estos dos países, donde solo se
usaría el 1% del arsenal nuclear mundial, se emitirían 5 millones de
toneladas de hollín a la estratosfera. Esto es, los penachos de las bombas
inyectarían a las capas altas de la atmósfera una cantidad ingente de
aerosoles que bloquearían la radiación solar.
La radiación solar chocaría contra estos aerosoles y sería reflejada. Como
consecuencia, la temperatura global disminuiría 1,8 ℃. El consiguiente
oscurecimiento y enfriamiento afectaría a la producción mundial de maíz y
trigo, que disminuiría un 13 % globalmente.
Esta disminución no afectaría a todo el mundo por igual, sino que la zona
templada del hemisferio norte, que incluye a Europa, Estados Unidos y China,
sería la más afectada.
La
producción agrícola disminuiría entre un 20 y un 50 % en estos países. Se
desencadenaría, por tanto, una hambruna con impactos a nivel global que
duraría unos 15 años. Pasado este tiempo, volveríamos al escenario de cambio
climático actual.
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Un peligro latente y que lleva consigo la angustia de conflicto
nuclear a gran escala entre los Estados Unidos y Rusia en el que se
empleasen 4.400 bombas de 100 kt (kilotones, equivalentes a miles de
toneladas de TNT) inyectaría a la estratosfera 150 millones de
toneladas de aerosoles. Esto disminuiría la radiación solar y la
temperatura del mar bajaría 6,4 ℃. Estamos hablando de un escenario
en el que solo se usaría en torno a la mitad del arsenal atómico
actual.
A nivel global, dos años después de la guerra, la producción de
alimentos disminuiría en un 80%. Dichas reducciones serían también
más acusadas en la zona templada del hemisferio norte, donde
llegarían al 99%.
De forma directa, fallecerían 770 millones de personas tras las
bombas (muchas de ellas serían vaporizadas). Los supervivientes se
enfrentarían a un invierno nuclear. En la zona templada, tendríamos
menos del 1% de los alimentos que actualmente se producen. Cabe
destacar que, probablemente, la especie humana sobreviviría a
semejante escenario nuclear. No se trata de un cataclismo
comparable, por ejemplo, al causado por el meteorito de Chicxulub,
que acabó con los dinosaurios a finales del cretácico. En ese caso,
se emitieron más de 1.500 millones de toneladas de hollín.
Rivalidad regional y nacionalismo exacerbado
El escenario de guerra nuclear es sin duda un escenario extremo y se
debe evitar a toda costa. Lo que ya está pasando a día de hoy es que
el mundo occidental está tratando de aislar económicamente a Rusia,
y no sabemos todavía cómo reaccionarán las otras potencias
mundiales. Cabe esperar que disminuya la cooperación internacional y
que se produzca un aumento en la rivalidad entre regiones.
No solo las políticas de Putin, sino que muchos de los líderes
regionales o nacionales actuales o recientes se encuadran dentro del
escenario que el IPCC califica como SSP3. Se trata de un escenario
donde, en palabras de sus creadores, se produce un “nacionalismo
resurgente”.
En este escenario, las grandes potencias se centran principalmente
en sus necesidades domésticas de seguridad alimentaria a corto plazo
y en la seguridad nacional. Se abandonan los pactos climáticos
actuales, junto con las mejoras tecnológicas y de educación. La
degradación ambiental cobra poca importancia en un mundo dividido. |
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