EDITORIAL
El Covid 19 nos sigue
enseñando
Sin lugar a dudas el 2020 y 2021 no serán recordados como los años en que los
japoneses deslumbraron al mundo con la espectacular apertura de los Juegos
Olímpicos, tampoco serán recordados como dos años prósperos en la economía
mundial.
En lugar de ser recordados como dos años de grandes acontecimientos deportivos y
espectáculos a doquier alrededor del mundo, el 2020 y 2.021 estos serán
recordados como aquellos sombríos años en que se apagaron los carnavales,
desfiles, fútbol y reinados, el mismo que con su feroz paso se convirtió en el
dueño y señor de la muerte, la enfermedad, las ciudades fantasmales,
melancólicas, quizás, evidenciando el caos y final del frenesí de nuestra
existencia.
Hoy en este 2022, los últimos dos años serán recordados como los tiempos en los
que los cielos se volvió más azul y menos contaminado, la época en la que
delfines y tiburones arribaron tranquilamente a las costas, un 2020 que
disfrazado de muerte y desolación se convirtió en un renacer de nuestro planeta.
Y es que de acuerdo con expertos ambientalistas, si este fenómeno mundial de
aislamiento mundial no se hubiese presentado, sería poco tiempo de vida que le
restaba al planeta Tierra debido a la falta de conciencia y acelerada
contaminación que se venía, o mejor viene presentando.
¿Pero qué nos espera ahora en este 2022?
No cabe duda que la pandemia de Covid-19 no ha sido superada y una vez se logre
este objetivo, la vida no volverá a ser igual, tal vez desde la perspectiva
colombiana este suceso se puede convertir en el más grande atentado contra
nuestra idiosincrasia, nuestro formalismo y estrecho vínculo social ameno y
cordial que brindan un fidedigno testimonio de las raíces que nos identifican,
porque ya no seremos los mismos colombianos cercanos y afectuosos de siempre.
Sin embargo nuestra vida no solo cambiará en la forma de relacionarlos, quizás
este es el precio que pagaremos todos para obtener la recompensa que desde ya se
avecina, que no es otro que un despertar de la conciencia, un nuevo renacer
espiritual que sin duda contribuirá hacernos comprender los aspectos que
realmente son relevantes y esenciales en nuestra existencia.
No cabe duda que después de superada la pandemia; contaremos con un mundo más
solidario, más consciente en lo que concierne al cuidado del medio ambiente y la
preservación de la vida. Seremos mucho más humanitarios, pero lo más importante
de todo, formaremos parte de un mundo menos ARROGANTE y menos sumergido en el
consumismo.
Y como no debería ser así, si aquellas personas con doctorados, maestrías y
postgrados, no tienen otra opción que quedarse en sus casas por no ser
catalogados como profesionales no esenciales, mientras que personas con cargos
más humildes como cajeras de supermercados, vigilantes y domicilios son
considerados como esenciales para la sociedad.
De igual manera, no cabe duda que el denominado Coronavirus o Covid-19 nos trajo
consigo importantes enseñanzas como la reflexión de una nueva conciencia y la
eliminación y supresión de una soberbia indiscriminada de superioridad que
solemos ejercer nosotros los ‘hombres’ frente al maravilloso mundo que nos
rodea.
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Si
el campo no es rentable es que está en las manos equivocadas
Por: Zahur Klemath Zapata
zkz@zahurk.com
África ha vivido las hambrunas
más crueles en la historia de la humanidad. En Biafra murieron más
de un millón de habitantes entre 1967 y 1970 de hambre. Este
fenómeno ha perseguido a muchos países por guerras y descontrol de
la agricultura. A pesar que existen organizaciones que proveen de
comida a países cuando ésta escasea, no es suficiente.
Las personas que han vivido
con lo básico y otras veces simplemente subsistiendo saben que es
estar en hambruna. Hoy hay millones de colombianos que viven bajo
esa colcha y que no pueden hacer nada porque el sistema carece de
esa habilidad para mantener su sociedad libre de este flagelo.
No todo tiene la habilidad de
poder moverse sobre arenas movedizas y salir adelante cuando la
corrupción devora hasta el papel higiénico de los inodoros.
Cada día sale el sol y a todos
ilumina, pero la luz solar es buena pero también mata. De igual
manera funcionan los empleados públicos si entienden sus deberes y
obligaciones. Pero los que están arriba filtran la luz dejando al
resto en manos a que sobrevivan con lo que pueden utilizar.
Colombia ha sido un país de
campesinos desde sus principios porque quienes comandaban así
manejaron el país. Carlos Lleras Restrepo siempre dijo que los
colombianos eran del campo aunque él quería hacer de la nación un
Japón tropical.
Aisladamente muchos personajes
han querido sacar al país adelante con su ingenio tecnológico y han
tenido que emigrar porque quienes manejan la cosa pública son
incapaces de acercarse y por lo menos merodear y empaparse de esa
magia que encierra la ciencia y la tecnología. El dinero fácil es el
que más se acerca a ellos, pero al final no es como lo pintan y es
más peligroso que una cámara de gas.
Saber combinar el campo con la
tecnología se verían los provechos, es simplemente colocar a las
personas adecuadas para elaborar esquemas y proyectos que llenen los
requisitos que el mundo demanda.
El nuevo gobierno busca crear
impuestos, pero no piensa en regalías sobre la producción que sale
al exterior y la transformación de la materia prima en bienes de
consumo que se pueden exportar para crear una economía fuerte sin
desangrar al ciudadano.
Colombia tiene tanta tierra, y
solo piensan en expropiar. Pero no piensan en una macro industria
agrícola que reúna a todos los finqueros y los vaya ubicando en sus
quehaceres propios y así cada producto pueda manejarse por
agrupaciones, asociaciones, cooperativas o entidades de socios que
ellos mismos las administran con autonomía. Si ellos no pueden
administrar sus bienes, ya que son los mayores interesados para que
las cosas funcionen bien, todo será un fracaso.
El finquero necesita
oxigenarse para que sus productos alcancen todos los sitios en el
mercado nacional e internacional.
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Crónica de Gardeazábal # 446
Zozobra en Cali
Por: Gustavo Álvarez
Gardeazábal
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/50481304
En todos los rincones de Cali reina la zozobra. En la otrora
vigorosa Avenida Sexta del norte de la ciudad, como en el Manuela
Beltrán del Distrito de Aguablanca es lo mismo. Hay temor, hay
pánico, hay prevención latente en el parque de Los Gatos a orillas
del río Cali o en inmediaciones del Único en Salomia. Todos temen en
la capital del Valle ser victimas de los atracadores.
Siete de cada diez personas interrogadas tienen alguna historia que
contar sobre robos o atracos, sobre despojos miserables o sobre
disparos que muchas veces han herido a quien los cuenta. Hay otros,
cada vez más, que ya no pueden hacerlo, murieron en el acto por
rechazar el raponazo del celular o el tumbis del reloj o el robo
miserable de su moto o de su carro.
Los semáforos, que finalmente fueron restituídos después de los
amotinamientos del Paro del 2021, son los sitios más inseguros de
las calles. Allí siempre se tiene la posibilidad de estar esperando
no que la luz cambie a verde sino que llegue el bandido, pistola en
mano, a exigirle la entrega de lo que se lleve en el asiento del
pasajero, o del celular que está en la cartera o de la vida si lo
rechaza con furia o intenta evitarlo.
Eso pasa porque en Cali las autoridades legítimamente constituídas
fueron perdiendo el control de la ciudad y se los fueron dejando a
las bandas. Y las bandas abundan no porque son pocos los que
denuncian esos atracos sino porque son ellas las que se tomaron a
Cali, las que mandan en la ciudad.
El alcalde, angustiado, me lo reconoció en un diálogo telefónico.
Pero es que no son solamente las bandas de atracadores y sicarios
los que dominan a Cali. Son las otrora instituciones y asociaciones
de bien las que se convirtieron en entidades que actúan igual que
las bandas. Todos quieren imponer su dominio a su manera,
irrespetando al que pretende ordenar la ciudad o sus actividades,
exigiendo sobornos o pagando coimas.
La extorsión que antes era por dinero, ahora se ha vuelto una
costumbre para conseguir las prebendas o hasta para hacer respetar
los derechos adquiridos. Todos parecen actuar bajo la ley de la
amenaza, de no dejar pasar si no se consigue lo buscado. Es el
síndrome de la barricada. Parecería que un monstruo dormido despertó
en la ciudad y ha contagiado a todos.
De ese Cali cívico y solidario, de ese Cali donde Pardo Llada nos
enseñó a hacer filas en los paraderos, donde los curas y los
locutores terminaron convocando, orientando y liderando la ciudad
para la senda del respeto y la esperanza no ha quedado nada. Solo
quedan bandas, que lo manejan todo. Y lo peor es que no hay una
banda que domine a las otras. Como tampoco hay quien asuma la
bandera de la recuperación de la ciudad.
Nadie cree en nadie. Cali está vacunada contra los liderazgos. Solo
se acepta el terror de la zozobra .
El Porce, julio 6 del 2022
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