EDITORIAL
No
sigamos perdiendo vidas en la carretera
Pese a los controles de las
autoridades en las carreteras, así como a una normatividad más
drástica para castigar a los infractores del Código Nacional de
Tránsito, la siniestralidad vial sigue aumentando en Colombia.
Durante este puente festivo, lamentablemente, la cifra de muertes se
ha incrementado. El hecho más grave se registró el sábado en la
madrugada cuando en un tramo de la carretera entre Pasto y Mojarras,
en la autopista Panamericana, en Nariño, el accidente de un bus
intermunicipal que se quedó sin frenos dejó 20 personas muertas y 15
heridas. La tragedia pudo ser mayor porque el vehículo, tras
volcarse a gran velocidad, quedó enredado en una baranda de
protección que impidió que cayera a un profundo abismo.
No se trata de un hecho aislado. Según el Ministerio de Transporte,
solo en la semana de receso escolar –que culmina hoy– 110 personas
perdieron la vida en los más de 220 percances en las vías. Es
evidente que la drástica temporada invernal que afronta el país es
un factor que aumenta los riesgos a la hora de transitar por la red
vial nacional, departamental, municipal y veredal.
Más allá de esta circunstancia puntual, en el año corrido la
situación también es dramática. Las estadísticas del Observatorio de
la Agencia Nacional de Seguridad Vial señalan que entre enero y
agosto más de 5.102 personas murieron en las vías, casi 600 más en
comparación con el 2021.
Para algunos expertos, el incremento de la siniestralidad vial puede
deberse a que las cifras bajaron en los últimos dos años debido a
las restricciones en tráfico vehicular, dinamismo productivo y de
movilidad humana como consecuencia de la pandemia. En el 2022 ya la
situación en las carreteras se normalizó y, por ende, la incidencia
de accidentes.
Hay causas más profundas. Por ejemplo, el balance del citado
Observatorio advierte que este incremento en los fallecimientos se
explica por el crecimiento del 46 % de víctimas fatales en las zonas
urbanas, ya que mientras el año pasado se presentaron 2.369 personas
fallecidas en estas áreas, en lo corrido de 2022 –hasta el cierre
del octavo mes– esta cifra se elevó a 3.467 víctimas. Como ya es
recurrente, los motociclistas son el actor vial más afectado, no
solo en muertes sino en accidentalidad.
En apenas 61 municipios se concentran este año el 48 % de las
fatalidades, lo que explica por qué en esas capitales y poblaciones
se concentra el plan de choque que adelantan las autoridades para
aumentar los índices de seguridad vial. Ese listado lo encabezan
Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, Villavicencio, Barranquilla,
Palmira, Montería, Ibagué y Santa Marta.
En realidad, esta problemática está sobre diagnosticada y la
solución también ha sido formulada reiteradamente. Es urgente que
los conductores, pasajeros, peatones, ciclistas y motociclistas
entiendan la importancia de acatar sin excepción alguna las normas
de prevención y seguridad vial. También resulta imperativo disminuir
los altos porcentajes de evasión de la revisión vehicular
técnico-mecánica y el Seguro
Obligatorio de Atención a Terceros (SOAT). Por igual, en múltiples
ocasiones se ha advertido que deben aumentarse los estándares de
pruebas y requisitos mínimos para otorgar una licencia de
conducción.
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La responsabilidad no es de todos es de quienes tienen la habilidad
de hacer las cosas bien
Por: Zahur
Klemath Zapata
zkz@zahurk.com
Una gran mayoría de mujeres tienen la habilidad de mantener el orden
en la casa, esa organización se ve desde el momento en que se cruza
la puerta y se está en la sala. Los hombres están más dedicados a
las cosas que llaman prácticas aunque los habilidosos mantienen un
entorno y una presentación que refleja su personalidad, poder y
visión de la vida.
En el manejo de la cosa pública de los países existe una combinación
de habilidades en el personaje que asume la responsabilidad de
administrar los bienes sociales y sí sabe ejecutar y alcanzar las
metas impuestas. A diferencia del demagogo que se presenta con un
cartel de habilidades y títulos que no demuestran en realidad haber
logrado una premiación por haber sacado adelante un proyecto del
cual la sociedad se ha beneficiado de él.
Colombia está en un proceso de maduración intelectual y social. Ha
pasado por una serie de decantaciones quemando etapas que otros
países no han tenido la oportunidad de vivirlas y superarlas. Casi
un siglo de violencia ha marcado a la sociedad y todos están tocados
por ese signo maligno y no lo pueden apartar como quien se baña y
sale limpio a ponerse ropa sin ninguna mancha para asistir a la boda
de uno de sus hijos.
Estamos en el comienzo de otra etapa social. Los temores y los
rumores golpean a diario y crean desconfianza. Pero la realidad es
que no hay una unidad que mueva a toda la sociedad a sacar adelante
el país. Es como si el pasado se repitiera y los enemigos y los
resentidos nuevamente se aglutinaron a ladrar como el perro en la
noche lo hace en medio de su soledad. Estamos en el momento preciso
para recogernos y trabajar bajo una sola bandera que nos permita
demarcar el camino que nos conduzca a alcanzar el bienestar que
todos anhelamos. De esta forma nos hacemos fuertes y podemos obligar
a quienes nos representan para que actúen no bajo el signo de la
corrupción y el despilfarro de los bienes sociales sino para que
juntos podamos construir esta nación que lo tiene todo y que hace
falta que la vuelvan productiva.
Los días llegan y se van al igual que las protestas, al final solo
queda el vacío que provocamos y nadie lleva nada a casa. La mesa
siempre estará esperando que sea servida y que los comensales puedan
disfrutar de haber cumplido con haber participado con algo que está
sobre la mesa.
El odio y la envidia son los mejores cosechadores de amarguras, pero
al final como un barco abandonado por la peste todos ellos
terminaran a la deriva mientras las playas se alejan de los
salvavidas. |
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EL
FINAL DE LAS COSAS PERDIDAS
Por: Gustavo Alvarez Gardeazábal
Reseña de Mario
Williams, editada por Intermedio.
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/51582468
Esta tarde en el marco de la Feria del Libro de Cali, que nunca antes había
estado tan congestionada y repleta de ideas, decires, libros y mamelucos como lo
está hoy, presentaré la novela del abogado Mario Williams, EL FINAL DE LAS COSAS
PERDIDAS, que aunque he leído dos veces y la última con mucho más cuidado
crítico que la primera, no deja de asombrarme.
Estamos en presencia de una manifestación literaria pretérita. Es una novela
enciclopédica en pleno 2022. Es una novela tarro de basura, como las querían
hacer a comienzos de los años 60 del siglo pasado, donde todo cabía porque,
según ellos, y según Williams todavía, la verdadera regeneración de la narrativa
está en atiborrar lo que más se pueda para que de cualquier esfuerzo salga otro
Ulises de Joyce o revivan Gargantúa y Pantagruel.
Como tal, esta novela presenta desde la descripción minuciosa de un viaje a
Gorgona, buceo incluido, cuando era isla-cárcel, hasta la dolorosa prisión a que
fueron sometidos en las épocas fulgurantes del M-19, Ivan Marino Ospina y Fanny
Gómez de Ospina, los padres de dos niños desamparados que acaso ayudó a
sobrevivir Bienestar Familiar.
Pero eso es poco, porque la novela comienza y se desarrolla en dos terceras
partes durante un viaje en carro de una pareja formada al calor de unos tragos,
a las diez de la noche, en plena época de guerrillos y traquetos entre Cali y
Buenaventura. Y durante esas largas horas, o páginas que dura el viaje, Nicolas,
que conduce el coche, le dicta a Felicidad, la copiloto, una prolongada cátedra
de historia de los derechos humanos a quien el lector espera que seguramente
coronará con tremebundo acto sexual en el hotel de la ciudad del mar, como la
llama eufemísticamente para no situarla o para perderse más fácilmente en la
narración.
Pero como lo que sucede no es lo esperado, la novela se mete en la evolución
periodística del personaje femenino hasta volverla un personajón de locutora,
con un programa como el de Pardo Llada o el padre Hurtado Galviz, para denunciar
toda clase de torturas y atropellos contra los derechos humanos, hasta que le
ponen una bomba de gran poder, vuelan la emisora y ella se salva para que la
brumosa narración tenga, como debe ser en una obra así, un final feliz y no su
funeral.
El Porce, octubre 15 del 2022
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