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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.000-580

Fecha: Jueves 10-11-2022

 

Paraísos
en la tierra

 

 

Jotamario Arbeláez

 


Desde que nos expulsaron del paraíso hemos querido volver a él,


    sin pensar que a estas alturas debe ser un lugar inhóspito, con un pasto crecido de seis mil años


   y una cosecha de serpientes comiendo manzanas podridas.

 
    Y sin percatarnos de que el rentista Satanás anda ahora muy ocupado regentando la tierra.


    Sin embargo, en todas partes hay espíritus puros presas de esa atracción por lo menos contaminado:
 

    un lugar fuera de la pesadilla civilizada, sin ningún tipo de gobierno, sin artefactos inventivos que contribuyan a la idiotez y al dominio de la tribu,
 

     donde se respiren a plenitud los aires de la paz y la convivencia,
 

    donde los cuerpos y las almas compartan su desnudez,
 

    donde el dinero deje de ser el soberano y lo sea el amor.

Una comuna de santones de espíritu nudista
 



Eduardo Escobar se refiere a lo ocurrido en Antelope, Oregón, Estados Unidos,


   donde una horda mayúscula de adeptos a disciplinas abiertas del hinduismo, predicadas por el maestro Osho, con una espiritual gerente llamada Shilla,


   hicieron un pueblo dentro de otro, y se dedicaron a vivir de acuerdo con sus felices desacuerdos hacia el sistema.


    Pero el sistema es inflexible e intransigente y a la larga terminó por encontrarles o propiciarles la caída,

 
    hasta disolver la anarca comunidad y terminar con el santón y la gerente presos.
 

Toda esta saga la cuenta el documental premiado en el Festival de Sundance Wild Wild Country, que puede encontrarse en Netflix.
 


 

 
 

 

Nuestra Señora de Solentiname


Ello me recuerda los primeros años sesenta cuando el poeta Ernesto Cardenal se ordenó sacerdote en el Seminario de Vocaciones Tardías de La Ceja, Antioquia,


   luego de acompañar al venerable Thomas Merton en la Abadía de Nuestra Señora de Getsemany, en Kentucky,
 

   y regresó a su natal Nicaragua a fundar la Comunidad Contemplativa de Nuestra Señora de Solentiname, refugio de artistas y poetas introspectivos.
 

    Allí lo acompañó, entre muchos otros poetas de América, el también venerable colombiano William Agudelo, autor de Nuestro lecho es de flores.
 

    El poeta celebraba la misa para los isleños raizales con sermones a cargo de los poetas. En ese centro de oración y de conspiración contra el dictador Anastasio Somoza quien termina ordenando su bombardeo.
 

    Pero el que cayó fue Somoza y Cardenal pasó a hacer parte de la Junta de gobierno sandinista.
Adonde lo fue a visitar el Papa Juan Pablo II y le pegó un coscorrón en la coronilla por comunista.
 

   Admonición de la cual el Pontífice se arrepentiría en su lecho de muerte.
 



Islanada


También los nadaístas, desde el año 61, tuvimos esa tentación de exiliarnos del estado que nos oprimía y terminaría por aniquilarnos con la indiferencia académica o con las balas de la violencia,


    cuando desde Medellín llegaron a Cali Patricia Ariza, Dina Merlini, Helenita Restrepo y tres jovenzuelos a invitarnos a Elmo Valencia y a mí a viajar a una isla abandonada en el Pacífico que terminamos con bautizar Islanada.
 

    De ello quedó constancia en una novela con ese nombre que escribió Elmonje. En la realidad, y con menor poesía, se llamaba El bajo Jediondo.
 

    En la ficción viajamos Gonzalo Arango (Adán) y su pareja Dina (Dina), Leonardo (el novelista) y su pareja Mónica (Patricia), Orín (Eduardo Escobar) y su pareja Birguita (Fanny Buitrago), y París (este servidor) que hizo el viaje sin compañera.


    Antes de tomar el vapor en Buenventura rumbo a Tumaco, recatamos y adoptamos un cerdo joven que era conducido al matadero y lo bautizamos Descartes.
 

 Pasamos nueve meses en la isla donde el capitán Polifemo regresaría a recogernos, y lo que debía ser la plenitud edénica se fue convirtiendo en un inferno de pasiones y celos y discrepancias y resquemores propios del sillón de Freud,


 

   lo que nos fue conduciendo a la muerte por consunción.
 

   Y cuando regresó el capitán Polifemo, como había profetizado, por nuestros cadáveres, encontró que estos estaban siendo devorados desde la cabeza por Descartes, convertido en el cerdo del sistema.

 

 

   

Las últimas palabras de la novela, lo único que rescató el capitán, fueron: “Adiós Islanada, adiós Islaputa”.

 

   La novela ganó en el 67 el Premio Tercer Mundo, tuvo una edición pirata ya desaparecida, y el Monje Loco espera post mortem un nuevo editor.

El Nadasterio de los monjes juguetones


En vista de este fracaso viaje a San Andrés a ver si allí tenían concreción mis devaneos escapistas
 

    y un admirador generoso me ofreció un buen lote en Providencia para que con toda la tribu nadaísta hiciéramos nuestra comuna y mandáramos el resto del mundo a la pura mierda.

 
    De antemano la bauticé “El Nadasterio”, y X-504 la complementó como “de los monjes juguetones”. Nos pasamos un par de años estableciendo la regla.


   Para evitarnos los problemas de Islanada tendría la divisa del Club de Toby: “No se admiten mujeres”. Estuvimos varios años en los preparativos para ingresar en ese sí verdadero paraíso que es Providencia.
 

    Hasta que el profeta Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo Escobar decidieron que debíamos continuar la lucha contra el sistema desde sus entrañas, abandonamos el embeleco y nos dedicamos a publicar la revista Nadaísmo 70.
 

   Sin embargo algunos nadaístas hicieran leyenda en la isla: la pareja de pintores Samuel Ceballos y Fanny Salazar quienes concibieron a Mercurio con sus orgasmos cósmicos como bautizaran sus obras;


    el pintor Kat que se apropió en sus telas del Johnny Cay y de las islas y de las barcas de pescadores,
 

   cuadros que para sobrevivir y fumar iba cambiando por pizzas en los restaurantes de la isla y que hoy valen millones; 


    y Dina Merlini, quien dedicó casi cuarenta años a dorar el amor y cumplidos los 80 publica su primer libro escrito en el ancianato de la isla sobre su silla de ruedas.

   Ya Gonzalo Arango cuando llegó a Providencia en el año 70 a examinar el paraíso que se había negado a ocupar,  


    se encontró con el ácido lisérgico que le alargó Samuel, y con Dios que por allí andaba de vacaciones y con el amor que le traía Angelita desde Inglaterra
 

    y hasta allí le duraron su prosa y su nadaísmo. 

 

 

 

 

 

  

 

 

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