Fundado el 9 julio de 1948

Por Rafael Cano Giraldo -1948-1981

Publisher: Zahur K. Zapata - 1981 –

 

 

 

Las opiniones expresadas por los columnista son de su exclusiva responsabilidad y no comprometen el pensamiento de El Imparcial

 
 

Pereira, Colombia - Edición: 13.042.622

Fecha: Jueves 16-02-2023

 

EDITORIAL

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EDITORIAL

 

Se disparó el robo de celulares


Los robos son, sin duda, el delito de alto impacto más recurrente en Colombia. Las estadísticas del Ministerio de Defensa señalan, por ejemplo, que el año pasado se registraron más de 427 mil casos de hurto común (muy por encima de los 356 mil de 2021), en tanto que en la modalidad de hurto a personas también hubo un incremento, al pasar de 280 mil a 353 mil en el mismo lapso.

Sin embargo, debe advertirse que en materia de robos hay un alto  subregistro, ya que muchas víctimas no interponen la respectiva denuncia. Uno de los casos más evidentes de esta circunstancia es lo que pasa con los robos de teléfonos celulares, un flagelo diario en todo el país, en el que no pocas veces los asaltados terminan muertos o gravemente heridos.

De acuerdo con el informe publicado en nuestra edición dominical, en Colombia el año pasado fueron hurtados 815.459 celulares, pero solo 171.251 víctimas acudieron a las autoridades para reportar el
delito. Esto implica, entonces, que casi el 80% de los afectados se abstuvieron de denunciar. Las razones que explican este fenómeno van desde la prevención del ciudadano a involucrarse en un proceso penal complejo y de largo plazo, pasando por la creciente percepción de que es poco lo que las autoridades pueden hacer para recuperar su teléfono, y terminando en el temor a que un pleito así puede exponerlo a un eventual cara a cara con el criminal que,
incluso si es capturado en flagrancia, en cuestión de días, semanas o meses sale de la cárcel y podría tomar represalias contra su
denunciante…

De hecho, la cifra más cercana sobre la dimensión de este delito se deriva de los reportes que hacen los usuarios a las plataformas de sus respectivos operadores de telefonía celular con el fin de bloquear el aparato, anularle todos los servicios y cumplir otros prerrequisitos para adquirir otro dispositivo y reasignarle el número del hurtado.

¿Es imposible detener este flagelo? En la tercera semana de enero cumplió un año de vigencia la Ley de Seguridad Ciudadana, uno de cuyos objetivos primarios era, precisamente, atacar el robo de celulares. Para ello no solo se agravaron las penas a esta clase de delitos, sobre todo cuando se realizan con violencia y armas, sino que además se tomaron medidas para atacar la llamada reincidencia criminal. Es decir, para evitar que los ladrones capturados en flagrancia de manera recurrente vuelvan a las calles al poco tiempo.

Aunque muchos alcaldes y gobernadores se han quejado en el último año de que la Ley no cumplió ese objetivo y hoy continúa el ‘carrusel’ de ladrones de celulares que entran y salen de la cárcel de manera rápida, tanto los fiscales como los jueces replican que sí han aumentado los procesos penales por este delito y cada vez son más restringidas las posibilidades de excarcelación. Las cifras policiales, por ejemplo, señalan que el año pasado la labor de las autoridades permitió la recuperación de 17.441 equipos y hubo 11.316 capturas. Incluso, en reciente entrevista con este Diario el director de Seguridad Ciudadana de la Policía defendió los resultados de la citada Ley y el incremento de detenciones por hurto.

 

   

 

Los líderes solo velan por sus propios intereses

 

 

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  

 

Se ha tenido un buen concepto de los líderes, ellos como una fuerza defensora de los intereses de la gran mayoría. Esto venía haciendo parte de la historia de la humanidad como los personajes bíblicos y sociales que defendían los intereses de los subyugados.

Todo esto funcionó muy bien en el pasado porque la sociedad no había alcanzado el estatus que hoy tiene en su desarrollo intelectual. El proceso ha sido lento en alcanzar el individuo su propio reconocimiento y su equidad individual. En el pasado era una masa que funcionaba bajo las necesidades de techo y comida, quien ofrecía esto tenía a su merced vasallos que estarían allí confortablemente sin importar el trato que se les diera. Eran simplemente cosas que hacían parte del líder o patrón.

Hoy vivimos una era donde los niveles intelectuales permiten ser independiente y en cierta medida autónomos y vivir bajo la regla que nos imponemos en nuestro propio entorno. El Estado es independiente conformado por otros personajes que ejercen su poder porque la sociedad se los da y ellos se exceden pensando que son los amos de la cosa pública.

Aquí es donde nace la confusión entre el Estado y el individuo. Son dos entidades que conviven en el mismo territorio como una simbiosis de partes que se necesitan para poder administrar el territorio donde se regentan. El uno sin el otro no podría existir, pero la parte que ejerce la administración se aprovecha en este caso de la ignorancia de quienes los contratan y los avasallan como mascotas de trabajo.

Un líder hoy es un elemento peligroso por el empoderamiento que él se toma y ejerce frente a quienes lo han elegido. A su alrededor crea un ejército protector que obliga a todos los estamentos civiles y estatales a que funcionen según su criterio y su psicopatía.

El temor al enfrentamiento y la incapacidad de poderse defenderse más la falta de poseer herramientas que puedan combatir al agresor, en este caso al líder, prefieren huir y perderlo todo antes que la vida. Hay un doble juego en que se amparan estos personajes, la constitución. Normalmente ella está elaborada como un tratado de derecho donde no permite que el pueblo y sus legisladores puedan cambiar las leyes que van en contravía al beneficio de la sociedad. Ella se ve acorralada e indefensa frente a los criminales y la corrupción que el mismo Estado ha creado bajo leyes represivas.

El líder o cabecilla siempre vela por sus intereses personales y sus secuaces, sus negociaciones van enfocadas a sumar apoyo de donde venga, con tal de poder asumir el poder y luego repartir el botín, este
es el principio de la democracia. Y como tal se ha visto porque no ha habido filósofos  que esclarezcan estos puntos.

 

 


Una minoría social y que trabaja organizadamente está entendiendo que los líderes son los que se quedan con la productividad de todos o destruyen lo que ya está elaborado y que la gente viene disfrutando

.

DOS CRUCES EN CEMENTERIO BURGUÉS

 


Gustavo Alvarez Gardeazábal


Audio:

 

https://www.spreaker.com/episode/52740124
 

Desde comienzos del siglo pasado les dio a los pueblos provincianos en desarrollo por sentirse ciudades construyendo teatros operísticos bien calcados de Europa. Surgieron el Junín en Medellín, el Heredia en Cartagena, el Amira de la Rosa en Barranquilla, el Sarmiento en Tuluá, el municipal en Cali.

Con el paso de los años, el cambio de gustos artísticos y los costos de orquestas, cantantes y desplazamientos los fueron agotando o reemplazando en las ciudades donde el estado no se adueñó de ellos. Al mismo tiempo, unos años después de la primera Guerra Mundial, la burguesía criolla resolvió copiar las formas inglesas de los clubes sociales para congregar integrantes de la clase ascendente y mantenerlos lejos del vulgar pueblo en donde solo los que se abrían paso con mulas cargadas de oro podían ascender de categoría y ser socios de esos clubes.

En muchas de las ciudades donde construyeron los teatros, montaron los clubes. Hoy en día de los unos y de los otros quedan muy pocos, pero esta semana pasada en Cali le pusieron sendas cruces al legendario Teatro Municipal y al mismo tiempo al estiradísimo Club Colombia.

En un acto atrevido, pero muy realista, dos aristocráticas familias (Las Llano Carvajal y las Neme Hakim) alquilaron el Teatro Municipal, cubrieron su silletería con una plataforma para emparejar con el escenario y celebraron allí una pomposa boda con smoking tropical, cantantes de ópera en los balcones del teatro y música barroca en el trasfondo escénico.

El hecho en sí, que a muchos debe parecer desconcertante, a otros bellísimo y a algunos más un crimen cultural, demuestra que el Teatro Municipal de Cali ya no sirve para lo que fue hecho sino que ahora es una excelente sala de eventos y el Club Colombia, donde la burguesía azucarera celebraba sus fiestas, ya no sirve ni da caché para esos festejos.

Ambos, entonces, han quedado enterrados con sendas cruces en el hoy repleto cementerio de la oligarquía social y cultural de la capital del Valle.

El Porce, febrero 16 del 2023

 

 

 

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