CHARLAS CON UN
MAESTRO SAMMASATI
Por: Gongpa Rabsel Rinpoché
Lama Sammasati para Latinoamérica
Upadesha 67 - Las consecuencias de las acciones
“No es una buena acción, si tienes
que arrepentirte después de hacerla, y los frutos amargos de la mala
acción son recogidos con lágrimas”.
El budismo enseña que todas las acciones tienen consecuencias, tanto
positivas como negativas. En el upadesha 67, se hace hincapié en la
importancia de la reflexión antes de actuar, ya que cada acción
tiene un impacto en nosotros mismos y en los demás.
El upadesha comienza con la afirmación de que una acción no es buena
si después debemos arrepentirnos de haberla hecho. Esta afirmación
es clave para comprender la ética budista, que valora la intención
detrás de la acción tanto como el resultado de la acción en sí
misma. En otras palabras, una buena acción no se define solo por el
resultado final, sino también por la motivación detrás de ella. Si
nuestra intención es positiva y amorosa, la acción será considerada
buena, incluso si el resultado no es el esperado.
Por otro lado, si nuestra intención es egoísta o dañina, la acción
será considerada mala, incluso si el resultado es beneficioso para
nosotros. En este sentido, la ética budista se enfoca en la
intención detrás de la acción y no solo en la acción misma.
El upadesha 67 también señala las consecuencias negativas de las
malas acciones, que son recogidas con lágrimas. Esto es una metáfora
para indicar el sufrimiento que se experimenta como resultado de las
malas acciones. El budismo enseña que todas las acciones tienen una
semilla kármica, que puede germinar y dar lugar a una experiencia
positiva o negativa en el futuro.
Es importante tener en cuenta que el budismo no ve las consecuencias
kármicas como un castigo divino o una recompensa, sino simplemente
como una ley natural de causa y efecto. Cada acción tiene una
consecuencia, y es nuestra responsabilidad elegir sabiamente para
evitar el sufrimiento y promover la felicidad.
Por lo tanto, el upadesha 67 enfatiza la importancia de la reflexión
y la atención plena antes de actuar. Si podemos aprender a cultivar
una intención amorosa y compasiva, nuestras acciones serán más
propensas a tener consecuencias positivas en nuestras vidas y en las
vidas de los demás. Además, si somos conscientes de las
consecuencias kármicas de nuestras acciones, podemos tomar
decisiones más informadas y evitar el sufrimiento innecesario.
En resumen, el upadesha 67 nos recuerda la importancia de la ética y
la responsabilidad personal en nuestras acciones.
Cada
acción que tomamos tiene una consecuencia, ya sea
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positiva o negativa, y es
nuestra responsabilidad elegir sabiamente. Al
cultivar una intención amorosa y compasiva, podemos promover la
felicidad y evitar el sufrimiento en nuestras propias vidas y en las
vidas de los demás.
Vendedores de Información
Edgar-Cabezas
Hubo una época en la que los medios de comunicación no hacían tanto
énfasis en la discordia entre los colombianos, en la que los
episodios de la violencia intrafamiliar contra la mujer, los niños,
los adolescentes, los viejos, los homosexuales no eran titular de
primera página, ni de la presentación de la parrilla de los
noticieros de radio y de televisión en los horarios de la mañana, el
medio día y la noche. Tampoco se reseñaban las luchas sindicales,
estudiantiles, de los pueblos étnicos o la confrontación armada
entre las fuerzas militares y de policía con las guerrillas y la
delincuencia común.
Existía por entonces un ocultamiento tácito de los episodios de
violencia que sucedían al interior de la sociedad colombiana, tanto
así, que los críticos al sistema apodaron al noticiero de televisión
Noticolor como “lambicolor”, por la lambonería periodística que, a
favor del gobierno hacia el noticiero, pintando a la sociedad
colombiana de color rosa, navegando sobre un océano de aguas
tranquilas, en la recién inaugurada televisión a color.
La gente clamaba que los medios de comunicación informaran sobre los
hechos existentes y lo que pidieron se les concedió, de tal manera
que lo que pensaban los empresarios de la comunicación que no era
vendible, las malas noticias, esas eran las en efecto vendibles,
porque “a la gente ignorante lo que le gusta es el bochinche, la
pelea, la discordia y violencia informática” y, entonces la libertad
de prensa y de expresión cayó en la venta de noticias violentas que
entretienen a la gente y la mantienen en la ignorancia.
Era la época en la que los medios de comunicación y los
comunicadores se sostenían mediante la pauta y la publicidad con la
que el estado y la empresa privada financiaba la libertad de
expresión y la libertad de información.
Pero esas épocas ya pasaron hace tiempo desde que empresarios y
banqueros en lugar de pagar publicidad a los medios de comunicación,
los compraron para hacerlos parte del conglomerado de sus empresas y
convertir a los comunicadores en sus empleados, de tal manera que si
algún periodista pone en cuestión el monopolio que administra un
empresario sobre los medios de comunicación en defensa del monopolio
de sus empresas, se le despide, porque la libertad de prensa y de
información “no puede patear la lonchera, ni morder la mano del amo
que lo alimenta”.
Los empresarios en Colombia se tomaron en serio que la prensa es el
cuarto poder, y que, por ser de su propiedad ese cuarto poder, ellos
son servidores del interés público; que sus empleados representan
las voces de la humanidad de a pie, que son benefactores de la vida
democrática, ayudantes de la política que mantienen en el imaginario
ciudadano que los medios de comunicación son libres e independientes
y que los individuos y la sociedad están recibiendo la información
que se merecen.
Por eso, ante todas las reformas que el gobierno del cambio tiene
que hacer, ellos se oponen desde los medios de comunicación de su
propiedad, porque sus empresas bancarias, de salud, alimentos,
construcción, contratación, transporte y comercio se perjudican. Así
es que ellos a través de los medios de comunicación pretenden estar
en la cima de los otros poderes del Estado imponiendo en la agenda
legislativa
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el orden del articulado de las reformas, judicializando a los
políticos contrarios a sus intereses y ejerciendo la fuerza para
nombrar, mantener o destruir al ejecutivo.
¿La libertad de prensa debe estar en manos del gobierno o el
gobierno en manos de la prensa?
Una realidad a la que no escapamos
Por: Rubén Darío Varela Hurtado
Todos los días vestido con su misma bufanda de color negra, camisa gris y
sudadera blanca se le ve vestido a don Luis, siempre humilde y una mirada triste
y acongojada, resignado en su silla de ruedas y a la espera que su hijo de unos
20 años de edad lo conduzca justo a una entrada lateral de la Catedral de
Pereira en donde se hacen tipo 9 de la mañana para pedir limosna.
Alguna vez me atreví a preguntarle al muchacho de su situación y me decía que no
tenía trabajo y que, aunque lo tuviese no tenía quien cuidara a su padre, por
tal motivo prefiere pedir limosna para así pagar los 10 mil pesos para pagar el
cuarto en la galería.
En mi país del tinto y especialmente, hablando de mi casa, Pereira que ando de
arriba para abajo al derecho y al revés he conocido historias tan desgarradoras
de ancianos que viven en la desgracia, el desamparo y el abandono como doña
Lucía, una señora de la que me contaron se levantaba a las 4:30 en el barrio
Turín a barrer las calles.
Hace unos años cuando me contaron su historia y tenía la goma de iniciar un
proyecto de vida en el periodismo fui a visitarla, me impresioné cuando ingresé
a su cuarto y la observé que se estaba tomando una ‘changua de huevo’ y dos
ratas estaban a u costado del plato del colchón le salía tierra y según una
vecina su hija, además de pegarle, la encerraba y no le hacía aseo a su
habitación hace algunos meses.
También conocí la historia de don Arturo, un humilde campesino cuyos hijos
ingratos lo abandonaron a su suerte y hoy en día solo subsiste con los $80.000
pesos que les da el Gobierno Nacional. A veces cuando este subsidio miserable se
demora unos días en hacerse efectivo es común observar a don Arturo deambular
por el parque Gaitán, se le observa triste y sentado generalmente en las noches
en las afueras del Hospital San Jorge a la espera de alguien que necesite traer
tinto del quiosco de al frente para tener la esperanza de reunir, aunque sea
para una libra de lentejas.
En mi país del tinto es común y perdón la redundancia, sentarse a tomar tinto en
un parque y observar escenas de personas de la tercera edad que a decir verdad
uno no cree que puedan ocurrir y que en realidad le desgarran el alma hasta las
personas más insensibles, pero como vivimos en mi país del tinto, este tipo de
situaciones es tan común como la arepa al desayuno o el aguardiente de los fines
de semana.
Estoy seguro que seguiré caminando, tomando tinto y encontrando más este tipo de
historias que solo ocurren en mi Colombia, en mi país del tinto como lo llamo
yo.
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