Mis hojas
de hierba
Por: Jotamario
Arbeláez
A Clod
Jara
Después de quince
días de metrópoli, entregado a una Feria Internacional del Libro en
la cual presenté mi obra poética íntegra Mi reino por este mundo, en
la editorial más prestigiosa en el idioma español, FCE,
más La novia dijo no, que hace parte de la saga de Los días contados
en la que de nuevo aventuro mi pluma, como aún puede decirse, así
ahora ésta sólo se use para estampar dedicatorias en las páginas
iniciales, y el trabajo literario sea a teclazo electrónico limpio,
regreso a mi casa
en el campo, y no digo a mi casa de campo porque como me hizo caer
en la cuenta Totó, así se denomina la casa de recreo mientras uno
continúa su vivencia en la urbe.
Analizo de paso
que mis frases se han esponjado, alejándome de ese mot just que
practica mi colega Eduardo Escobar
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siguiendo a
Gustave Flaubert,
y me pierdo entre
la hojarasca protegida por paredes de corcho de Marcel Proust, el de
Á la recherche du temps perdue. Pero qué le vamos a hacer.
La hojarasca, qué palabreja vejatoria con la que solía condenarse el
palabrerío que no venía de parte alguna y a ninguna parte llevaba,
antes de que a un genio incipiente le diera por titular así su
primer follaje.
Y antes aún otro vejete experimentativo bautizara su saga como Hojas
de hierba, que es más o menos lo mismo.
A Whitman me lo aprendí en la traducción de León Felipe (“Me celebro
y me canto a mí mismo”), de la que después oí decir que no tenía que
ver con el verbatim del original, pero ya no había nada qué hacer.
Ni la traducción de Concha Zardoya (“Me celebro y me canto”), ni la
de Francisco Alexander (“Me celebro y me canto”),
ni la de Mauro Armiño (“Me celebro a mí mismo y a mí mismo me
canto”), ni la de Leonardo Wolfson (“Me celebro y de mí mismo
canto”),
ni la de Eduardo Moga (“Yo me celebro y me canto”), ni la de Borges
(“Yo me celebro y yo me canto”),
ni la de Joe Broderick (“Yo me celebro, y me canto”) me volvieron
como la del bravo republicano a elevar al pináculo de la lírica.
Pensé imitarlo en adelante, pero un poeta que se cante a sí mismo
implicaría un enamoramiento de Walt. Sin embargo sigo intentándolo.
Y más ahora que gracias a la poesía poseo millones de hojas de
hierba y de hojas de árboles en La montaña mágica, la hectárea de mi
propiedad en Villa de Leyva, una heredad caída lentamente del cielo.
Salen a recibirme los dos perros que me ha dejado de herencia la
perra vida, a quienes mimo con el esmero que creo haber tenido con
quienes llevaron en vida sus nombres,
por quienes el sol
ya no sale ni las tardes ventean, y que fueron amigos muy queridos
de mi alma y de mi cuerpo mientras vivieron, nada menos que Monje y
Dina, Elmo y Merlini.
Con Elmo caminé casi todas las cuadras que mide el mundo, y a Dina
le convertí cada una de las partes de su articulado en poema,
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galardonado en su
momento como El cuerpo de ella.
La única actividad que desempeño cuando salgo a caminar por el
bosquecillo en la de desbrozar las pequeñas ramas secas de los
árboles y los arbustos, y en ello pongo tanto empeño que me siento
un barón de Humbold descubriendo y catalogando la nervadura de cada
hoja.
En alguna parte leí que a Whitman se le acercó un niño con un puñado
en la mano y le preguntó: ¿Qué es la hierba?
Y él le respondió que era el emblema de su alma tejido con verdes
esperanzas, y el pañuelo de Dios, cual regalo fragante para
arroparlo.
Y que cada brote de hierba era un memorial de quienes se han ido y
la promesa de quienes están por llegar.
De modo que en cada hoja de hierba veo a un amigo de los que han
partido y me imagino a cada uno de los que volveremos a ver si
permanece el planeta.
Levanto la vista y
en vez del cielo contemplo unos robles de 40 metros que pertenecen a
mi mujer a mí y a mis perros que los orinan.
Como no hemos podado el pasto en semanas crecen innumerables los
dientes de león sobre los que me acuesto a dar vueltas para
diversión de mis perros.
Me levanto antes de que mi mujer crea que me ha dado un yeyo.
Se me acerca con una copa de vino y me dice que me acaban de llamar
para invitarme a un festival de poesía en Buenos Aires.
Y no me pide que
la lleve porque para qué voy a llevar leña al monte. Leña
incombustible. Bendita.
La montaña mágica. Mayo 7-23
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