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COLUMNISTA

 

Pereira, Colombia - Edición:13.082-662

Fecha: Sábado-20-05-2023

 

Mientras la muerte nos coge el paso

 

 

Por: Jotamario Arbeláez

jotamarionada@hotmail.com


Tan pronto abrí los ojos esta madrugada de ensueño percibí que me voy a esfumar en cualquier momento y que ni siquiera me daré cuenta. Posiblemente antes de que salga el sol de mañana.

Nada me duele, ando bien parado, pero como en los últimos tiempos me ha dado por cantarle a la muerte, a quien nunca le había parado bolas, y hasta en hacerle chistes obscenos, sospecho que es ella misma la inspiradora picándome arrastre.

 

(Foto José Ángel Leyva)

 

Estoy enzarzado en una obra voluminosa, Los días contados, que no tendría por qué dejar inconclusa, y a ella estoy entregado como a mi sombra que es quien me dicta. Pero no sé por qué siento que la meta viene en mi busca.

¿Esta corazonada será mal de ojo? “Si me he de morir mañana que me muera de una vez”, pienso parodiando la canción de Pedro Infante en mi infancia destartalada.

Como ya no creo en la intrascendencia, me veo dando mis caminatas por los interminables prados del cielo, o en los deleites contemplativos del Reino, o lavándome los pies en las aguas del Leteo en busca de olvidar los malos poemas.

Lamento que no alebresten, como lo vinieron haciendo los últimos días sobre la tierra, mis perros Monje y Dina que personificaban amigos idos con los que tal vez me encuentre, como son las creencias de los que creen.

 

Pero cambiando de creencias cinco años de

 

 

 

abstinencia carnal conyugal en el paraíso queme hizo la poesía son suficientes para ir a parar a los paraísos mahometanos,

ante una corte de huríes de colores eternamente jóvenes, dispuestas a suplir la abstinencia, mientras entregaba el sagrado tiempo que me fue concedido en componer poemas a raudales.

 

Experiencia en la que me acompañan los ampulosos galanes de la pantalla cibernética Aguilera y Gallinazo el otro cantaescritor, quedándoles tiempo para redactar múltiples cuentos para antes de hacer el amor y mascar su flor.

No sé por qué en momentos de tal alto espectro en fronteras del más allá, vuelvo a caer en las redes del picaflor; pero debo pensar que maestros perfectos como Mahoma saben lo que prometen.

Oí que mi acuciosa mujer telefoneaba a Compensar para inquirir por qué no llegaba por el correo electrónico, tal como nos habían informado,

el resultado de los exámenes clínicos que dieran cuenta de la evolución o desaparición del trombo encontrado en el pulmón derecho por el que llevaba cuatro meses en tratamiento con pastilla anticoagulante.

Informaron severamente que los resultados eran confidenciales y que sólo se entregarían al paciente, previa rigurosa identificación.

Lo que, según deduje, era la confirmación de mi despiporre. Mejor dicho, de que me llevó el santo putas.

Tomo el celular para despedirme del corro de amorcillos virtualísimos que me alientan, pero lo desecho porque sería dramatizar el asunto.

Tampoco llamo a mis hijos que pensarán que los estoy vacilando en vista de este porte que aún me gasto.

Ni al amigo que propició la noticia de mi muerte el día de los inocentes, lo que hizo que el mundo me cubriera de flores elogiosas regadas con lágrimas.

No puedo seguir con la lectura de La tumba sin sosiego de Connolly, ni Adiós a la muerte de autor anónimo.

Meto la mano en la bolsa con los tomos adquiridos en la reciente Feria del Libro de Bogotá, y me surgen La inverosímil muerte de Hércules Pretorius de Humberto De la Calle y Bailando con la muerte de Roy Barreras.

Me decido por esta última. La del político nadaísta me tocará leerla en el Tártaro. Si ya me encuentro bordeando la hoya, nada peor me puede pasar. Tomo el libro y me

 

 

 

bordeando la hoya, nada peor me puede pasar. Tomo el libro y me dirijo hacia el oratorio.

 

 

Qué es esta maravilla de reclamación por la vida la de este enfermo de cáncer que no se quiere dejar sacar del puesto que ocupa en esta existencia.

Basándose en el principio de Epicuro que subrayé desde niño, de que “la muerte es algo que no debemos temer, porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”,

la emprende Roy con argumentos vitales a defender su sagrado derecho de respirar.

Conozco pocos poemas de él pero este es un verdadero reclamo épico para dejar sentado que no se puede parar lo que se empezó y que la virulencia que ataca el cuerpo se puede contrarrestar como la violencia que ataca la sociedad.

Ha sido Roy un valiente que ha salvado vidas en su consultorio de médico y en sus búsquedas de la paz.

Pero ahora que vive cada día como si el último fuera mañana, se lamenta por no haberle dedicado más tiempo a la escritura como fuera su objetivo de adolescente.

Por eso le gustaría más apuntarle al Nobel que a la presidencia de la República. Tiene en borrador ya varias novelas que le aparten de su preocupación por el Cancerbero.

Pasa el día sin que la muerte diga ni mú. Me levanto lleno de amor por la vida y pienso que debía tomarme un drink. Uno solo. Por lo del trombo.

“Sal a caminar”, me susurra mi mujer desde la cocina. Y en vez de ir a buscar a los perros, y para no suspender la lectura, pongo los pies sobre los pedales del caminador de tres velocidades que compre en Tunja, y es como si empezara a bailar con la parca desmesurada.

Y en terminando esta línea recibo la noticia de que es nombrado embajador ante el Reino Unido. Ese es el reino que merecías, Roy, y no el otro.
 

 

 

 

  

 

 

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