Mientras
la muerte nos coge el paso
Por: Jotamario
Arbeláez
jotamarionada@hotmail.com
Tan pronto abrí los ojos esta madrugada de ensueño percibí que me
voy a esfumar en cualquier momento y que ni siquiera me daré cuenta.
Posiblemente antes de que salga el sol de mañana.
Nada me duele, ando bien parado, pero como en los últimos tiempos me
ha dado por cantarle a la muerte, a quien nunca le había parado
bolas, y hasta en hacerle chistes obscenos, sospecho que es ella
misma la inspiradora picándome arrastre.
(Foto José
Ángel Leyva)
Estoy enzarzado en
una obra voluminosa, Los días contados, que no tendría por qué dejar
inconclusa, y a ella estoy entregado como a mi sombra que es quien
me dicta. Pero no sé por qué siento que la meta viene en mi busca.
¿Esta corazonada será mal de ojo? “Si me he de morir mañana que me
muera de una vez”, pienso parodiando la canción de Pedro Infante en
mi infancia destartalada.
Como ya no creo en la intrascendencia, me veo dando mis caminatas
por los interminables prados del cielo, o en los deleites
contemplativos del Reino, o lavándome los pies en las aguas del
Leteo en busca de olvidar los malos poemas.
Lamento que no alebresten, como lo vinieron haciendo los últimos
días sobre la tierra, mis perros Monje y Dina que personificaban
amigos idos con los que tal vez me encuentre, como son las creencias
de los que creen.
Pero cambiando de
creencias cinco años de
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abstinencia carnal
conyugal en el paraíso queme hizo la poesía son suficientes para ir
a parar a los paraísos mahometanos,
ante una corte de huríes de colores eternamente jóvenes, dispuestas
a suplir la abstinencia, mientras entregaba el sagrado tiempo que me
fue concedido en componer poemas a raudales.
Experiencia en la
que me acompañan los ampulosos galanes de la pantalla cibernética
Aguilera y Gallinazo el otro cantaescritor, quedándoles tiempo para
redactar múltiples cuentos para antes de hacer el amor y mascar su
flor.
No sé por qué en momentos de tal alto espectro en fronteras del más
allá, vuelvo a caer en las redes del picaflor; pero debo pensar que
maestros perfectos como Mahoma saben lo que prometen.
Oí que mi acuciosa mujer telefoneaba a Compensar para inquirir por
qué no llegaba por el correo electrónico, tal como nos habían
informado,
el resultado de los exámenes clínicos que dieran cuenta de la
evolución o desaparición del trombo encontrado en el pulmón derecho
por el que llevaba cuatro meses en tratamiento con pastilla
anticoagulante.
Informaron severamente que los resultados eran confidenciales y que
sólo se entregarían al paciente, previa rigurosa identificación.
Lo que, según deduje, era la confirmación de mi despiporre. Mejor
dicho, de que me llevó el santo putas.
Tomo el celular para despedirme del corro de amorcillos
virtualísimos que me alientan, pero lo desecho porque sería
dramatizar el asunto.
Tampoco llamo a mis hijos que pensarán que los estoy vacilando en
vista de este porte que aún me gasto.
Ni al amigo que propició la noticia de mi muerte el día de los
inocentes, lo que hizo que el mundo me cubriera de flores elogiosas
regadas con lágrimas.
No puedo seguir con la lectura de La tumba sin sosiego de Connolly,
ni Adiós a la muerte de autor anónimo.
Meto la mano en la bolsa con los tomos adquiridos en la reciente
Feria del Libro de Bogotá, y me surgen La inverosímil muerte de
Hércules Pretorius de Humberto De la Calle y Bailando con la muerte
de Roy Barreras.
Me decido por esta última. La del político nadaísta me tocará leerla
en el Tártaro. Si ya me encuentro bordeando la hoya, nada peor me
puede pasar. Tomo el libro y me
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bordeando la hoya, nada peor me puede
pasar. Tomo el libro y me
dirijo hacia el oratorio.
Qué es esta
maravilla de reclamación por la vida la de este enfermo de cáncer
que no se quiere dejar sacar del puesto que ocupa en esta
existencia.
Basándose en el principio de Epicuro que subrayé desde niño, de que
“la muerte es algo que no debemos temer, porque mientras somos, la
muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”,
la emprende Roy con argumentos vitales a defender su sagrado derecho
de respirar.
Conozco pocos poemas de él pero este es un verdadero reclamo épico
para dejar sentado que no se puede parar lo que se empezó y que la
virulencia que ataca el cuerpo se puede contrarrestar como la
violencia que ataca la sociedad.
Ha sido Roy un valiente que ha salvado vidas en su consultorio de
médico y en sus búsquedas de la paz.
Pero ahora que vive cada día como si el último fuera mañana, se
lamenta por no haberle dedicado más tiempo a la escritura como fuera
su objetivo de adolescente.
Por eso le gustaría más apuntarle al Nobel que a la presidencia de
la República. Tiene en borrador ya varias novelas que le aparten de
su preocupación por el Cancerbero.
Pasa el día sin que la muerte diga ni mú. Me levanto lleno de amor
por la vida y pienso que debía tomarme un drink. Uno solo. Por lo
del trombo.
“Sal a caminar”, me susurra mi mujer desde la cocina. Y en vez de ir
a buscar a los perros, y para no suspender la lectura, pongo los
pies sobre los pedales del caminador de tres velocidades que compre
en Tunja, y es como si empezara a bailar con la parca desmesurada.
Y en terminando esta línea recibo la noticia de que es nombrado
embajador ante el Reino Unido. Ese es el reino que merecías, Roy, y
no el otro.
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