Abuelo de
oro
Por: Jotamario
Arbeláez
Sept. 7-20
En La montaña
mágica, nuestra nueva casa de la campiña, no paro de leer y
escribir,
escuchando de paso el canto de los pájaros del bosquecillo vecino o
el ladrido de los perros cuando relincha un caballo,
aspirando el efluvio de eucaliptos y palosantos esparcidos por el
recinto
y recibiendo por los ventanales los efluvios solares, lunares o
estrellados del domo celeste.
Después de cuatro años de tener guardados en cajas 7 mil libros a la
espera del trasteo definitivo,
me la paso acariciando y desempolvando cada ejemplar y repasando los
subrayados, una orgía para el espíritu inquieto.
Y esperando el noviembre próximo cuando habré de cantarme el happy
birthday de los 80.
En perfecta salud, como expuso Walt Whitman cuando empezó a cantar
en Manhattan, y anunciaba que lo seguiría haciendo hasta que
muriera.
En diciembre
estuvo de visita mi hija Salomé, ante quien 30 años atrás hube de
deponer mi voto en contra de la procreación que me habían inculcado
escritores como el invertido de Vargas Vila, a quien hice caso hasta
casi cumplir 50,
tras encontrar a
mi Claudia 7, la jovencita con quien realicé el calce perfecto.
Tanto que tres
años más tarde me completó la corona con Salvador el varón, y pare
de contar que no había vivido regocijo mayor
que el de verlos nacer y crecer y echar a volar.
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Venía Salo de Barcelona con su novio italo-gringo Jeff Curtis. Y el
31 de diciembre, mientras explotaban los voladores,
hizo el solemne anuncio en familia de su embarazo reciente.
Imaginé que la criatura en camino respondería al chicanero nombre de
Tony Curtis Arbeláez, en homenaje al ídolo cinematográfico a quien
le copié el copete.
Y al que me tocó perdonarle que después de besar a Marilyn declarara
que había sido como besar a Hitler. Imagino que con tal piropo
afrentoso seguiría picoteándola.
Y bien, me encontraba repasando ese brillante y tremendo análisis de
la mujer que es Las hijas de Lilith, de Erika Bornay,
cuando Claudia me puso el celular en la oreja para que oyera los
celestiales aullidos de la recién nacida Emilia Curtis Arbeláez,
nombradía en honor de la mamá de los Jaramillo.
En plena Barcelona en plena pandemia como si llegara a salvar el
mundo. La hija gloriosa de Jeff y de Salomé. Saboreé lágrimas de
felicidad, que son dulces.
Padre a los cincuenta, abuelo de ochenta. Así compenso lo precoz que
he sido en otros estadios.
A los 6 años metí el primer gol de cabeza, a los 16 dije adiós a
Dios, a los 18 hice una tacada de 43 carambolas,
a los 20 escribí mi primer poema contra el colegio con el que
recuperé el cartón, a los 21 no erraba tiro, a los 22 ya volaba.
Hace 80 años planté mis pies en la tierra, ligeramente arriba de la
línea del Ecuador, de donde era mamá, de papá antioqueño.
Elvia y Jesús forjaron una familia pobre pero contenta, si así puede
llamarse a la que no llora,
apenas aquejada por la violencia contra los liberales que no los
dejaba desayunar tranquilos,
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aunque el día del asesinato de Gaitán si
lloraron todos los
de la mesa
sobre sus platos
de sopa que abuela tuvo que retirar.
Mamá me cuenta que nací arrugando la frente, y esa arruga entre las
dos cejas se va pronunciando sola como señal de lo que no me gusta,
y así la heredaron Salomé y Salvador, ahora de 27. Ojalá no la saque
Emi.
A razón de la pandemia el proyecto era que viniera a parir a La
montaña mágica. Pero las autoridades colombianas no permitieron el
ingreso de Jeff por ser extranjero.
Nos transamos porque una vez naciera la niña viajara Claudia a
encargarse de su nieta en los azares pestíferos. Pero las
autoridades españolas no permitieron su ingreso porque no es asunto
de vida o muerte. Resignación.
Han llovido por el celular las fotos de la criatura, preciosa,
perfecta de pies a cabeza.
Emergió del sagrado túnel con 50 centímetros por 3.120 gramos,
ciudadana española dispuesta a hacerse valer.
Y estar presente con sus padres en la fiesta de mi cumpleaños.
Emilia: como le escribió Breton a su hija, deseo que seas locamente
amada.
Me dicen que todos los días nacen millones de chiquilines en el
planeta, que cada nacimiento conlleva algo de milagroso y que por lo
tanto no es del caso hacer aspavientos. Lo sé, pero es mi nieta y es
mi poema.
Toda la vida me la pasé hablando de mis asuntos en el convencimiento
de que así son los asuntos de todos.
Escribo esto para compartir como pan mi felicidad.
Gracias al espermatozoide de Jeff y al óvulo de Salomé hoy no quepo
en mis pantalones.
Y hasta me voy a permitir manifestarle a Dios que Dios se lo pague.
La montaña
mágica, septiembre 2020
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