Poemas
Por: Jotamario
Arbeláez
Poema de invierno
Llovió toda mi
infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.
La lectura en
tinieblas
Mi padre no me
dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la
medianoche al canto del gallo
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de la crucifixión
de San Pedro cabeza abajo,
del intento de
lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por
la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las
tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.
Alguien barre la
casa
Quién estará
barriendo el ala norte de la casa
donde vivió mi tía, esta hora
de la noche en que duermen los restos de la familia,
los que vamos quedando con más puesto en la mesa de los recuerdos,
si los vecinos han salido de vacaciones con sus niños y gatos y
servidumbre
y el tío Emilio fue de pesca,
esta hora de lobo que espanta las pesadillas
y despierta medio litro de sed en el pozo de la garganta?
No creo que sea la abuela.
Desde su desdichado accidente descendiendo del autoferro
que obligó al fémur de platino y a renunciar a los tamales
que preparaba los domingos para toda su parentela
sabemos que por nada del mundo se atrevería a tomar el palo de
escoba
y menos para ir a la medianoche
a barrer los recuerdos de la hija más querida
a quien el corazón le jugó una mala pasada
mientras pintaba la puerta de su cuarto con un sapolín amarillo
dejándonos sin sus cariñosas respiraciones al espejo de los ojos.
¿Será Jorge Girando? Imposible,
si su esposo ha salido de cacería
con los ojos llorosos desde el día de sus funerales
y hasta el sol de hoy que no ha vuelto con un venado.
¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el
eternit?
¿O el comején cenándose el entablado?
Pero el caso es que alguien está barriendo la habitación donde la
tía Adelfa aromatizaba,
escuchaba el radioperiódico, pespunteaba en su máquina de coser
tarareando esos aires de la montaña
a los que de vez en cuando pone mi padre la música de un silbido.
Yo no creo en fantasmas y mucho menos en el fantasma de mi tía
Adelfa,
quien murió vestida de blanco rodeada por la corte de sus sobrinas
escuchando un pasaje bíblico que mi hermano le susurraba.
Deben ser los ladrones.
Después de la
guerra
Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la
guerra hay un día
te tomaré en mis
brazos
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un día después de
la guerra
si hay guerra
si después de la
guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor
Proceso de un
apretón de manos
Quien da la mano
da lo mejor de sí
Señor mendigo reciba usted esta bella sentencia
La mano que se estrecha vale su peso en oro
La mano que se estrecha no oprimida por un guante
No oprimida por la estrechez de la boca del jarro
Donde antes hubo flores
No la mano atrapada en la puerta
Despachando dolor en los cinco sentidos
La mano lavada la mano sin pedantería
Con la que se levanta una hostia o se compra un helado
La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un
elefante
Y se usa para bendecir a las gentes que oran
Se usa para levantar las valijas
Se usa para llevarse el pan a la boca
Se usa también a veces para quitarse el sombrero de la vida con un
arma de fuego
La mano izquierda es una mano de pocos amigos
La mano izquierda es una mano llena de ostentación
Por eso la mano derecha no conoce la hora
Que está sonando en la mano contraria
Por eso la mano derecha es el lugar que ocupa tu mujer en la cama
Por eso la mano derecha es el amigo que anda colgado de tu hombro
Apretando fuertemente su pistola para defenderte
Manos que se estrechan no pesan nada
Escribió maravillosamente Paul Eluard doce años antes de mi
nacimiento
Y yo estrecho la mano de Paul Eluard
Ahora podrida bajo los cementerios de París
Una mano agitada por el viento de la despedida
Una mano quemada al calor del afecto
Una mano acariciando unas piernas inválidas
Esas tres manos hacen de mí
El mejor de los hombres posibles
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