Volver a
nacer
Por: Jotamario
Arbeláez
Nada hay más deplorable que los actos que se acometen en beneficio
de la humanidad, rumiaría burlonamente Cioran, filósofo rumano que
nos endulza el desayuno.
En nombre de la humanidad se han desatado guerras para acabar con la
mitad de la misma.
Terminado el conflicto se abren las actas acusatorias de crímenes de
lesa humanidad, como se les llama,
y en su defensa los reos aducen que obraron en beneficio del hombre.
Empero, hay espíritus lúcidos que trabajan en la sombra proponiendo
bálsamos para el horror del mundo,
y apenas si algunos alcanzan la difusión y el aplauso.
Un hombre como Elkin Patarroyo, aplicado sobre su microscopio
buscando erradicar el fantasma de la malaria,
es más encomiable que toda una brigada militar con el presidente a
la cabeza,
tratando de erradicar inútilmente la bonanza de coca con un machete.
Teresa de Calcula debe su nombradía occidental que va a conducirla a
la santidad si nos descuidamos,
no a su entrega piadosa al cuidado de los enfermos y pobres indios,
cosa que puede hacer con igual fervor cualquier dama voluntaria de
la Cruz Roja,
sino a su humildad rutilante que ha encandilado a los medios
informativos, que ni trabajar la dejan.
Días pasados, en su lecho de muerte en el hospital, protestó por las
preferencias de que era objeto ella que nació noble y rica,
|
|
aduciendo que
deberían extenderlas a sus moribundos paupérrimos.
Y estas prebendas
eran una pipeta de oxígeno y una sábana limpia.
En señal de protesta se levantó del camastro, hizo sus abluciones y
continuó con su cuento.
Pobres de solemnidad habrá siempre entre nosotros tal como nos legó
Jesucristo,
y humanistas dispuestos a compartir con todos ellos su única muda de
ropa.
Pero hay humanos
en peor situación que los pobres que son tantos que no se notan, y
son los drogadictos llevados.
Esos que debilitaron la fuerza de voluntad, pusieron la razón en
desuso y se hicieron sordos a la voz de la conciencia.
Y sus más tercos salvadores, más aún que los médicos y sicólogos,
son aquellos que después de descender a lo más profundo del infierno
y tocar la muerte,
lograron en el último minuto prenderse a un palo, gracias a la ayuda
de otros que se arrastraron por el mismo abismo.
Todo este preámbulo para desembocar en Pida ayuda, el libro reciente
de Aura Lucía Mera, una mujer que dirigió la cultura en este país,
bella dama con su
mano adornada por un vaso de vodka,
asediada por hombres de sangre y arena y ese otro tipo de mataores
que son los poetas.
En su libro anterior, Testimonio de una lucha contra el alcohol y la
droga,
narró sin ambages su patético caso, desde su cuna de oro hasta
sentir que tocaba madera de catafalco.
Pidió ayuda y
logró salvarse, hace ya seis años, y continuará a salvo por lo menos
las próximas 24 horas.
Consagrando todo
el entusiasmo que ponía antes en despachar una botella de whisky y
aspirar un gramo en un dos por tres,
a sacar del atolladero a las gentes que
|
|
transitan este
calvario tan temido,
y gritan auxilio a
la Fundación Pida Ayuda, donde asiste de terapeuta.
Son 16 historias reales de alcohólicos y drogadictos que destrozaron
sus vidas y las de sus familias,
que tocaron todo el piano del pánico metiendo perico, pepas, hongos,
pegantes, heroína, marimba, basuqueando y bebiendo.
La rumba orgiástica del siglo que derivó en hecatombe.
Cada historia es la confesión de una debilidad invencible mientras
se convivió con el alcaloide funesto y una lección de heroísmo al
sobreponerse.
Son 16 martes 13 con final feliz.
Como Aura Lucía no es pendeja nos desliza su moraleja.
Cada día hay más drogadictos pidiendo ayuda para salir de la droga
porque cada día hay más droga que piden los drogadictos. El círculo
vicioso por excelencia.
Auralú le ha puesto el pecho al problema, no solo desde la clínica,
sino saliendo a foros, a dictar seminarios y conferencias,
como una voz de la conciencia contra quien no valen oídos sordos,
con un fervor que solo se cultiva en la India.
Y su temática no se limita al tratamiento de los problemas de la
adicción;
con ira santa incluye la satanización de la droga y la denuncia de
la permisividad que la avala.
Aunque todavía es demasiado joven y guapa como para candidatizarla
al altar, le digo olvidándome de Cioran que la prefiero a la futura
santa Tere de Calcuta,
que tan solo se
enfrenta a la mafia de la miseria.
Y ella, con una euforia que no necesita de estimulantes, replica:
“Cuidado decís eso, vé, que va y me ponen de apodo la beata de
Caliputa”.
Mú. Feb.
10-97
|