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Pereira, Colombia - Edición: 13.180-760 Fecha: Jueves 21-12-2022 |
COLUMNISTAS |
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Contratiempo
Por: Jotamario Arbeláez
El infierno y sus maravillas
Voy a visitar al
amigo de los días que agoniza con parsimonia en un cuarto alquilado
que da a la calle. Vive solo. Mantiene la puerta sin seguro para que
en cualquier momento puedan entrar sin tocar, ya que le es imposible
levantarse. Además, no tiene nada que le puedan robar. La casera le
trae la comida una vez al día y le administra sus medicinas.
Hablamos un rato de lo de siempre, de lo que nos tocó en suerte, de
lo realizado y de lo imposible, de los sueños cumplidos y de los que
se quedaron en el tintero. Ambos quisimos ser escritores. Pero tal
vez nos faltó estar más despiertos. No soñar tanto. Tiene clara
consciencia de que está en las últimas pero lo consuela sentir que
en esas anduvo toda la vida.
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que narra, la conformación de las estancias de los habitantes celestes, las costumbres entre los ángeles, el espacio espiritual por donde pasan los muertos antes de decidir su eterna morada, convertidos en ángeles o demonios. Me prometo no posar los ojos sobre el tema infernal. Cuando voy a apagar la lámpara el foco se apaga solo, se ha fundido. También yo me fundo, con el libro sobre mi pecho.
Sueño que con las primeras
luces de la mañana me dirijo a la morada de mi amigo. Lo despierto para
mostrarle el libro y decirle que ayer me lo llevé por error, que allí se lo
traigo. Se lo queda mirando. “Ese libro no es mío”, me dice. “Nunca lo he visto.
Y además, tú ayer no viniste. Y yo estaba en el hospital.” Despierto
sobresaltado. El libro no está en mi pecho, ni sobre la cama, ni en ningún lugar
de la habitación. No comprendo qué está pasando. Me lavo la cara para asegurarme
de que estoy bien despierto.
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esperanza de que tú me libraras de ella. Heredándotela.”
Me acerco un poco más y lo veo cadáver. Le cierro los labios. Decido que sea la casera la que lo encuentre, no sea que me enrede en líos de policía o de policlínica.
Al salir, y ver sobre la mesita el libro de Swedenborg, vacilo entre llevármelo o dejarlo, puesto que ya el robo no opera. Es mi herencia. Como sigo impresionado con el mensaje de mi amigo, prefiero dejarlo.
Al llegar a mi confortable
habitación, veo el libro sobre mi almohada. Me pongo la piyama, enciendo el
calentador y la lámpara a la que he cambiado de foco, y con el libro entre las
manos dudo en seguir leyéndolo. Me decido cuando al abrir la primera página veo
que no existe la calcomanía con la leyenda: “Maldición eterna a quien robe este
libro.” Lo leo entero durante toda la noche. Incluso la parte referida al
Infierno. Dice que sólo los espíritus muy puros se deciden por él. Y dice que
esa noche ha llegado uno, el más puro. Y que está esperando que lo visite.
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