Pereira, Colombia - Edición: 13.190-770

Fecha: Jueves 11-01-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Contratiempo

 

Por: Jotamario Arbeláez

 

Zancudo celeste de año nuevo

 

Enero primo de 2024, horas mañaneras en la casa de campo. Mi nieta de 3 años entra a saludarme y al abrir el ojo me señala sobre la pared impoluta de encima de mi cabecera un insecto gigante con seis zancas larguísimas, seguramente un zancudo tipúlido, que son los más grandes pero ni pican ni absorben sangre. Lo veo precioso, casi angelical, todo lo contrario del monstruoso insecto kafkiano, que me puede servir de inspiración para un cuentico postnavideño.


No sé por qué no me picó nunca un zancudo. Debo tener una sangre no apetecible para esa categoría de hematófagos. En cambio a mi mujer se la comen viva si no se avispa. Tan susceptible es a las picaduras que si sufre una por ejemplo en la nalga izquierda por reacción alérgica se le reproduce en un seno, en la nuca, en una rodilla, en un codo. Le causan un pavor pánico pues dice que ocasionan enfermedades mortales como el dengue, la fiebre amarilla, la malaria. Cuando siente la picadura que le hacen con el aparato bucal picador, corre a tomar un antihistamínico para evitar la reacción alérgica, se unta loción de calamina o crema de hidrocortisona, aguantándose la rasquiña porque si se rasca se ampolla. Por eso hay que verla antes de apagar la luz por las

 

 

 

noches otear las paredes y el aire de nuestro cuarto provista de un matamoscas para estampillar el mosquito que dé papaya. Y ha llegado a tal colmo de la precaución a la voracidad insectívora que ha instalado un toldillo en su mitad de la cama, que también a mí me impide el paso nocturno con mi estilete de plastilina como si fuera a la vez un indeseable picaflor. Me hago el indiferente pero según mi agraciada psiquiatra de cabecera ello puede conducirme a delirios o alucinaciones que pueden culminar en locura furiosa.

 

Le tomo una serie de fotos con el celular a esta aparición que se me hace sobrenatural por el tamaño y la pose que adopta, acaparando mi admiración estética y de golpe un toque de amor. Ahora más que nunca tengo abierta la bragueta de mi corazón al milagro, así sea insectuoso. El google del celular fotográfico me va informando acerca de sus cualidades comportamentales. Sólo pican las hembras homometábulas. Chupan su sorbo de sangre para implementar la fecundación de sus huevos. En cambio los machos se dedican a imitar a los picaflores libando flores, lo que les produce una excitación superior que les permite poseer y preñar a todas las hembras que se les pongan, incluso a vuelo de pájaro, en el aire en poco segundos. Estas escogen el macho que les apetece para la cópula. Este macho puede enseguida ensartar otras pretendidas, mientras que estas permanecen en la monogamia, condenadas a un solo macho, pues después de inseminarla este amante polígamo segrega una sustancia que inactiva sexualmente a la hembra por el resto de su vida, que suele ser de unos 20 días, en los que sobrevive al macho, que muere poco tiempo después del rotundo coito. Así opera la sabia naturaleza.

Sin abrir el mosquitero y haciendo caso omiso de mi estupefacción mi mujer me susurra que esgrima el matamoscas. Pero

 

 

 

 

soy incapaz de atentar contra esta joya de la naturaleza. Arranco de un libro que leía anoche un poema de Rilke y con toda delicadeza paso la página por debajo de la zancuda que lo permite, me dirijo a la rejilla de la ventana, la abro, la lanzo al aire y le digo adiós vida mía. No me van a creer como en un principio no le creían a García Márquez, pero lo que contemplé como insecto se fue convirtiendo en un ángel que echó a volar hacia el cielo como Remedios, haciéndome un adiós con la mano. O tal vez una seña indicándome que la siga. Creí ver el rostro de uno de los bombones que me deleitan por internet: Alexa, Ana Lu, Tania, Yulissa. La niña se queda mirando alelada hacia arriba por la ventana y me dice: “Abuelo, qué zancudo más raro. Mira esas nalgas”.

 

 

Y comienzo a sentir picaduras por todo el cuerpo. Reacción alérgica, me dice mi mujer, abriendo la malla y corriendo en busca de la crema de cortisona. Te dije que usaras el matamoscas.

 

 

  

 

 

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