EDITORIAL
El país de la discordia
Enajenados de cualquier tipo de responsabilidad, se encuentran tan
sólo con la habladuría y está a su vez les produce una fiel capa de
envidia hacia el resto, en palabras más sintéticas, el país de los
consumidores del ensueño.
Ensoñaciones constantes de lo que quieren y desean hacer, pero nunca
dispuestos a responsabilizarse de sus sueños. Entes carentes de
cualquier forma de creatividad que buscan en las otras formas para
las cuales ser mejor que ellos ¿Cómo llegamos a esto? ¿En qué
momento el colombiano comenzó a vivir por el otro a partir de la
envidia o el qué dirán? No podríamos afirmar el cuándo, si es que
existe un principio y no sólo siempre ha estado tal naturaleza en el
colombiano promedio. Tal naturaleza o construcción del colombiano lo
ha llevado a una territorización inauténtica de lo que debe de ser;
un ser dotado de todas las virtudes.
Zahur Klemath afirmaba en una columna pasada que el problema de
Colombia, no son los extranjeros, el problema de Colombia son los
colombianos que no han percibido que su labor, su modo de
comportarse en el mundo decanta totalmente en ellos, pero, esto el
colombiano ni siquiera lo tiene en cuenta, el colombiano no respeta
ni mucho menos siente orgullo de su país, no encuentra su país como
un refugio sino como una cárcel -pero, por supuesto ve a otro país,
seguro; que te va ir mejor- después de todo, según dicen en
cualquier otro país le va mejor que acá, seguro que no es porque se
concentren por completo a trabajar en otros países, o porque lo
ahorren todo, o porque sean personas serias, seguro que no es por
eso que les va mucho mejor… Simplemente es porque Colombia es un
país tóxico que no los deja crecer.
Colombia no es tóxica en sí misma, sino que se vuelve tóxica por sus
ciudadanos que son totalmente desproporcionados del amor por la
tierrita, que desconoce su historia y poco quiere participar en su
futuro. En este orden de ideas; la única forma de calmar la
toxicidad de Colombia es amándola por completo, sintiéndose
orgulloso de cada expresión que nos represente, tal vez lo único que
necesitamos para que este país deje de ser tóxico es que entendamos,
amemos y lo veamos como un refugio y no como una cárcel de la cual
queremos huir, destrozar cualquier tipo de ensoñación impersonal y
comenzar a hacer realidad.
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Si el campo no es rentable es que
el estado está en las manos equivocadas
Por Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
África ha vivido las hambrunas más crueles en la historia de la
humanidad. En Biafra murieron más de un millón de habitantes entre
1967 y 1970 de hambre. Este fenómeno ha perseguido a muchos países
por guerras y descontrol de la agricultura. A pesar que existen
organizaciones que proveen de comida a países cuando ésta escasea,
no es suficiente.
Las personas que han vivido con lo básico y otras veces simplemente
subsistiendo saben que es estar en hambruna. Hoy hay millones de
colombianos que viven bajo esa colcha y que no pueden hacer nada
porque el sistema carece de esa habilidad para mantener su sociedad
libre de este flagelo.
No todo tiene la habilidad de poder moverse sobre arenas movedizas y
salir adelante cuando la corrupción devora hasta el papel higiénico
de los inodoros.
Cada día sale el sol y a todos ilumina, pero la luz solar es buena
pero también mata. De igual manera funcionan los empleados públicos
si entienden sus deberes y obligaciones. Pero los que están arriba
filtran la luz dejando al resto en manos a que sobrevivan con lo que
pueden utilizar.
Colombia ha sido un país de campesinos desde sus principios porque
quienes comandaban así manejaron el país. Carlos Lleras Restrepo
siempre dijo que los colombianos eran del campo, aunque él quería
hacer de la nación un Japón tropical.
Aisladamente muchos personajes han querido sacar al país adelante
con su ingenio tecnológico y han tenido que emigrar porque quienes
manejan la cosa pública son incapaces de acercarse y por lo menos
merodear y empaparse de esa magia que encierra la ciencia y la
tecnología. El dinero fácil es el que más se acerca a ellos, pero al
final no es como lo pintan y es más peligroso que una cámara de gas.
Saber combinar el campo con la tecnología se verían los provechos,
es simplemente colocar a las personas adecuadas para elaborar
esquemas y proyectos que llenen los requisitos que el mundo demanda.
El nuevo gobierno busca crear impuestos, pero no piensa en regalías
sobre la producción que sale al exterior y la
transformación de la materia prima en
bienes de consumo que se pueden exportar para crear una economía
fuerte sin desangrar al ciudadano.
Colombia tiene tanta tierra, y solo piensan en expropiar. Pero no
piensan en una macro industria agrícola que reúna a todos los
finqueros y los vaya ubicando en sus quehaceres propios
y así cada producto pueda manejarse por agrupaciones, asociaciones,
cooperativas o entidades de socios que ellos mismos las administran
con autonomía. Si ellos no pueden administrar sus bienes, ya que son
los mayores interesados para que las cosas funcionen bien, todo será
un fracaso.
El finquero necesita oxigenarse para que sus productos alcancen
todos los sitios en
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el mercado nacional e internacional.
MOVIMIENTO DEL AMOR
Por: Edgar Cabezas
Es normal a la cultura del sujeto cultural el tener respeto y aprecio en su
sentir-pensar, mediados por ese yo amante del territorio en el que creció y
desarrolló infancia y juventud, esas infancia y juventud divinos tesoros,
iguales a todos los asuntos de la vida, se van para no volver. El ser vive al
amparo, cobijado y residenciado en el hogar de la tierra. El ser ama la tierra
en la que nació, porque el ser es lo que da la tierrita.
La tierra da, de manera sustantiva, animales, minerales y cosas que alegran y
deprimen al estado mental del yo el cual, en cada uno, construye todos los
estados líquidos, sólidos, gaseosos y tinieblos propios de la luz y oscuridad
del homo sapiens. El ser ama lo amado, el paisaje natural y el construido, que
ha heredado y al que tendrá que dar en herencia a sus semejantes en la
diferencia. Los impulsos represivos conminan al terror y el sujeto libre se
despoja del miedo. Hay que vivir la vida sin miedo.
La seguridad humana tendrá que dejar de depender de los agentes armados que
prenden la alarma de alerta ante la criminalidad organizada, dirigida por ellos
mismos. La política de la seguridad es una política que incita al odio. Quienes
definen la política de seguridad saben que a las multitudes les gusta agruparse
en función de odiar al enemigo interno y externo: el odio que aglutina la pasión
de odiar es el negocio de los asesinos que fabrican las armas con las que las
multitudes se matan.
La gran mayoría de la ciudadanía en edad de votar en las elecciones políticas,
eligen personas a cargos públicos, pero están distantes de las mujeres, hombres
y no binarios que gobiernan y compiten por gobernar. Ya las multitudes saben que
el proceso electoral es un negocio en el que compiten muchas empresas
electorales con la finalidad de administrar y sacar tajada del presupuesto
general del erario que aportan los queridos electores quienes a su vez son
contribuyentes.
Las ciudadanías libres de amar están cansadas del trato descortés que
manifiestan quienes compiten por el amor público; del trato entre ellos y del
trato para con las comunidades ante las que se presentan como sus servidores,
cuando en su gran mayoría son unos empedernidos despilfarradores arribistas, que
van sembrando cizaña, con ánimo de inocular el síntoma de la ira.
Hay que abandonar el estado de desamor para dedicarse a la búsqueda de la paz y
el amor interior que posibilitan andar felizmente en la sabiduría. Aprendamos lo
que de manera incipiente nos enseñó la pandemia: a tener círculos de confianza,
vínculos de protección en espacios confinados, a proteger al otro siendo
responsables del propio yo, la producción colectiva de los productores de
afecto.
Hay que constituir ese movimiento político, científico y cultural lleno de
sabiduría ancestral que celebre la inteligencia y el trabajo colectivo, porque
obras son amores acompañadas de las razones del sentir-pensar. De este estado de
circunstancias construiremos un mundo mejor con la política del amor. Amar en
libertad requiere organización. La pregunta: ¿el movimiento progresista de
Colombia está dispuesto a crear el movimiento político del amor que proteja la
vida y mantenga la belleza de la biodiversidad de sus gentes y ecosistemas
marinos y terrestres?
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