Fundado el 9 julio de 1948 -

Por Rafael Cano Giraldo -1948-1981

Publisher: Zahur K. Zapata - 1981 –

 

 

 

Las opiniones expresadas por los columnista son de su exclusiva responsabilidad y no comprometen el pensamiento de El Imparcial

 
 

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EDITORIAL

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.199-779

Fecha: Sábado 27-01-2024

 

EDITORIAL

 

Confiar para convivir


Aquel panadero al que le compramos el pan todas las mañanas para el desayuno no representa una amenaza para nuestra seguridad, tampoco aquel vecino que vive a dos casas de la nuestra y con el que compartimos saludos cada que salimos de nuestros hogares para ir a laborar. Lo mismo sucede con la mayoría de personas con las que nos encontramos en nuestra cotidianidad. Ser conscientes de esto nos brinda ciertas facultades necesarias para tener una convivencia relativamente sana con las personas que conforman los diferentes entornos en que transitamos el día a día, y así también podemos llegar a construir una sociedad que pueda estar, aunque sea medianamente, cohesionada.

No debería ser un secreto entonces el hecho de que, para convivir en una sociedad como la colombiana, de una forma más o menos tranquila, es necesario confiar en los demás tal como confiamos en nosotros mismos ¿Y es que acaso puede haber algo más agobiante que la constante sensación de zozobra resultante de la desconfianza que produce el pensar en que, en cualquier momento, alguien podría abordarnos para despojarnos de nuestras pertenencias? O bueno, no necesariamente tal cual como confiamos en nosotros mismos, si no que más bien es necesario que exista cierto nivel de confianza para con los demás.

Pues la desconfianza generalizada e infundada, respecto a lo que los otros nos pueden llegar a hacer para afectar nuestro bienestar, no solo nos roba la tranquilidad, también nos hace perder la oportunidad de construir conexiones significativas con los que nos rodean. Por eso nos resulta cuanto menos necesario considerar que para tener una sana convivencia con los demás, tener relaciones fuertes y significativas, y vivir experiencias gratificantes gracias a estas personas, es necesario confiar mínimamente en ellos, en su empatía, en sus capacidades y en deseos de construir conjuntamente una sociedad en la que prime el bienestar colectivo por encima de las aspiraciones individuales.

Y es que en muchas ocasiones se trata de un ejercicio que hacemos de forma inconsciente. Confiamos en los medios de comunicación que consumimos a diario para abastecernos de información sobre lo que pasa en nuestras regiones, en nuestra nación y en el panorama internacional. También confiamos en que nuestros conciudadanos van a respetar las normas de tránsito, tal como nosotros las respetamos, cuando nos dirigimos, por cualquier medio de transporte, a un destino en específico para llevar a cabo nuestras labores cotidianas. Inclusive confiamos en las responsabilidades sanitarias de aquellas personas que están al frente de ese establecimiento de comida, donde nos disponemos a desayunar, almorzar o cenar en cualquier día de la semana.

¡Pero ojo! No se trata de ir con los ojos vendados confiando ciegamente en que, si actuamos de determinada manera, con miras al bienestar propio y común, los otros también lo harán de igual forma. No podemos ser tan ilusos e inocentes. No todos los otros pueden llegar a ser totalmente confiables. De ser este el caso, ya habríamos alcanzado la más hermosa de las utopías, y problemáticas como la inseguridad no existirían. Tampoco se trata de ignorar este tipo de problemáticas que en ocasiones son tan características de una sociedad como la nuestra.

Se trata más bien de saber identificar en qué circunstancias de la cotidianidad estamos sujetos a la necesidad de confiar en los otros. De saber que aquel individuo o aquellas personas no siempre tienen la finalidad de dañarnos, de generar caos o de provocar algún tipo de injuria a nuestra persona, por más desconocidos que puedan ser para nosotros. Por esto, fomentar la empatía y promover el respeto mutuo, a través de la educación, desde sus momentos más incipientes, resultan ser clave para la construcción de una sociedad que pretende tener sus bases y fundamentos en la confianza entre los ciudadanos que la componen.

 

 

 

Lo que la sociedad no sabe de sus derechos

 

 

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  


La gran mayoría cree que lo que está escrito es palabra sagrada o una verdad confirmada. Pero la verdad es que los escritos son una verdad relativa ajustada a una realidad de nuestra imaginación. Por eso es que el ser humano se expresa en relación a esos conocimientos escritos por otros seres humanos y no salidos de la nada o por fuerzas divinas.

Nuestras vidas están regidas por otros que se creen dueños de nuestra existencia y nos ordenan a hacer o actuar según sus ideas, pero una minoría actúa bajo sus principios y sus conocimientos, por eso los llaman rebeldes o enemigos del establecimiento.

La constitución de un país es simplemente los reglamentos que se le imponen a una sociedad a seguir porque son establecidos por un grupo que piensa que es lo mejor para todos, pero en la realidad es el pensamiento unificado de un grupo social y el resto vive bajo esas leyes implantadas.

Normalmente, bajo esas leyes establecidas se busca la protección de la sociedad dentro de estos estatutos y que permitan la sana convivencia entre todos los asociados a esa constitución. Pero la realidad es que quienes administran esa nación viven del establecimiento que se ha creado para beneficio de todos y la sociedad solo recibe lo que a bien los administradores quieran darle a sus electores. Cosa que no debe ser así.

Es normal oír hablar que el establecimiento le está dando gratis ciertos servicios o asistencia a la sociedad en momentos de desgracias o calamidades. Pero la verdad es que el establecimiento simplemente está cumpliendo con un deber de entregar a la sociedad lo que a ella le pertenece por derecho.

Ese derecho nace en el momento en el que el ciudadano paga impuesto o sus contribuciones para que ese establecimiento los recaude y así tener esos recursos para proporcionarlos a la comunidad porque son de ellos y no del establecimiento.

Nada es gratis cuando viene del establecimiento. Esos bienes son de la sociedad porque ella es quien se los ha proporcionado para que se acumulen y sean usados para la infraestructura y costos relacionados al bienestar de la sociedad y no para sostener una burocracia la cual se establece porque los políticos desvían esos recursos para pagar los compromisos que se hicieron durante la campaña electoral.

Cuando te dan algo que viene del gobierno o del establecimiento no te lo están regalando sino devolviéndote por lo que ya ha pagado con anterioridad en impuestos, cuándo compras algo y pagas el 19% o por cualquier impuesto que pagues.


El establecimiento no te está regalando nada.

 

 

 

EL AGUARDIENTE AMARILLO
Crónica # 808

Gustavo Alvarez Gardeazábal


Audio:

 https://www.spreaker.com/episode/el-aguardiente-amarillo-cronica-808-de-gardeazabal--58454557


El gusto de los colombianos por los licores ha ido cambiando precipitadamente. El efecto pandemia, que obligó a usar tragos demorados para traspapelar el encierro, hizo bajar ostensiblemente la venta de aguardiente.

La situación económica vivida después de la pandemia generó un bajón muy alto en los productos importados como whisky, vinos y tequila y, cómo la gente volvió a la calle y a la fiesta, el aguardiente, que se toma de un solo trago, se recuperó en ventas aplastando los más costosos hasta al ron, que también descendió en su marcas.

Pero como a todos esos fenómenos sociales, culturales y económicos se ha venido presentando un inusitado interés juvenil por tomar tragos suaves, los aguardientes y el ron, tuvieron que bajar el grado de alcohol para intentar vanamente no perder más clientela.

Solo a la Licorera de Caldas se le ocurrió que un añejo aguardiente amarillo de Manzanares, que tenía registrado desde hacía más de 50 años, cumplía con todos los elementos que piden los menores de 40 años y se le midieron a empacarlo en bella botella, ponerle tapa de seguridad y garantizar su suavidad con algunos sabores adicionales como pimienta, jengibre y otros pispirispis de las huertas caldenses.

El resultado es estruendoso. De 40 mil botellas en el 2021, este año aspiran a vender 10 millones. Los paisas intentaron imitarlo y la SIC les puso freno sancionándolos por copiones.

En el Valle del Cauca, en vez de legalizar su consumo cobrando el impuesto de monopolio que consagra una ley absurda, desataron una campaña feroz hablando a estas horas de la vida de prohibición terminante. Fue como echarle gasolina al fogón.

En el resto de Colombia el amarillo traspasa las fronteras imaginarias desde Caldas y pagando el impuesto se vende a borbotones. En Cali y Medellin negándose tercamente a legalizar su consumo, el amarillo los invade por los cuatro costados y, en vez de la renta, capitalizan la envidia por la Licorera de Caldas que la supo hacer.

El porce, enero 27 del 2024

 

 

 

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