Ratón en
la biblioteca
Por: Jotamario
Arbeláez
A los placeres de
zamparse en la biblioteca, se suman las contrariedades de descubrir
el libro perdido,
como a los placeres del amor las desventuras de lo que se llamaba
“la brocha”, ese momento atroz en que uno de los enamorados zafaba
al otro.
Uno de los
privilegios que le agradezco a la vida ha sido el de haberme
provisto de un opíparo caudal de libros, que ocupan el 80% de los
muros de mi vivienda.
Y otro, el pensionarme el primer día del siglo XXI, cumpliendo 60 y
luego de haber cumplido a mi vez con la condena laboral que desde el
Paraíso nos fuera impuesta
–en una profesión
ajena de la que no puedo decir que no tenía ni malicia porque era lo
único que tenía, como fue la publicidad, actividad deleitosa para el
cerebro y los otros músculos–,
lo que me ha permitido convertirme en un ratón de biblioteca
profesional, consagrado a los siete mil volúmenes mal contados,
todos adquiridos con el sudor de mis versos y mis slogans.
A muchos lectores
les fastidia que hable con tanta satisfacción de mi libroteca, y
suelen
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manifestarlo con repelencia,
prefiriendo en cambio que hable de mis conquistas, que tampoco es que fueran
tantas, aunque algunas muy cotizadas,
de las que hablaré en su debido momento, tal y como también lo prometió
Belisario, cuando esté muerto.
En estos días, al terminar de leer la desafiante biografía novelada del poeta
futurista Vladimir Maiacovski, escrita por el español Juan Bonilla, Prohibido
entrar sin pantalones,
fui a buscar los cuatro tomos de las Obras Escogidas de este genio arrollador de
la vanguardia en plena revolución de Octubre, en traducción de Lila Guerrero,
impresos en los años 50 por Editorial Platina, con mis subrayados de entonces,
y cuál no sería mi desagradable sorpresa al ver que ya no estaban donde
estuvieron.
Vale decir que casi desbarato la casa, pues para mí perder esos tomos era como
para el zar Nicolás II el perder el trono.
“Nena, no temas / que por mi cuello de toro / hayan subido mujeres húmedas / de
vientre sudoroso / Es que yo / a través de la vida / arrastro miles y miles de
grandes y puros amores / y miles de millares / de amorcitos pequeños y sucios /
No temas / que en la infidelidad desesperada / me acerque a mil caras bonitas /
amantes de Maiacovski / Es la dinastía del corazón de un loco / amado por
zarinas advenedizas.”
Qué pudo haber pasado con los
libracos. En realidad hace 50 años no los abría. Pero tenía presentes los poemas
uno por uno, línea por línea,
desde La nube en pantalones y
La flauta
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vertebrada hasta las sentidas odas a Pushkin y Lenin.
No los hubiera prestado a nadie, y mucho menos en paquete. Vendido mucho menos,
prefiero vender sangre o semen. Y no creo que nadie los haya sacado
subrepticiamente de mi morada, donde sólo entran poetas a tomar vino.
¿Se los comerían los ratones? Pero si hasta acá ya no llegan los roedores.
Debí haberlos dejado en Cali, cuando tomé las de Villadiego en 1970, a hacer una
pilatuna maiacovskiana, a escribir con Elmo Valencia El libro rojo de Rojas,
denunciando que al general le habían robado las elecciones.
Que al final se dejó robar, y deben ser las que sus nietos se están cobrando
Fue mucho lo que Maiacovski aportó a nuestros alaridos primarios por estos
horizontes ensangrentados de los 60s que todavía no se lavan.
No sé si los jóvenes ahora lo leen con el mismo apremio.
Fue la voz de una gran revolución que terminó fracasando, pero el aliento del
poeta pervive.
Tuvo el coraje de pegarse un tiro antes de que su cantada revolución fracasara.
Se salvan sus versos de amor, los que dedicó a sus grandes y puros amores entre
los que se contaba él mismo en primer lugar.
“Yo, / creador de todo lo festivo, / no tengo con quien compartir este día”.
Contratiempo. Sept. 9-14
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