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Pereira, Colombia - Edición: 13.225-805 Fecha: Martes 12-03-2024 |
COLUMNISTAS |
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Un bel morir tutta una vita onora
Por: Jotamario Arbeláez
Muertes heroicas, si las hay, por la patria, por la libertad, por el pueblo, estarían mandadas a recoger.
Templando en el
octavo piso de la temporalidad concedida por la existencia terrena,
así me sienta sano y salvo con los siete cuerpos mortales y el alma
imperecedera, la ruptura del hilo de plata se me puede presentar en
cualquier momento, en cualquier recodo, en un país por la violencia
y la corrupción. En principio supuse que se trataba de
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exaltar las muertes heroicas,
como la de Lord Byron en Missolonghi por la independencia griega, como nos
cuentan, pero según el informe médico fue de malaria. Muertes heroicas, si las
hay, por la patria, por la libertad, por el pueblo, estarían mandadas a recoger.
Como las de los kamikazes japoneses o los que se fueron de cabeza para abatir
las Torres Gemelas. Muertes atroces autoinfligidas que no alcanzaron a ser
premiadas ni por el Emperador Hiroito ni por Alá.
Ni siquiera el tan comentado deceso (o desexo) de Felix Faure, presidente de Francia, el 16 de febrero de 1899, en el Salón Azul del Palacio del Elíseo, donde le desfiló desnuda su dama de compañía Marguerite Steinheil, quien procedió a una sesión de succión con la consecuencia de que el derramamiento presidencial seminal coincidió con un derrame cerebral contundente. Tenía 58 años. De una descarga similar en las agallas de la Lewinsky se salvaría en el Salón Oval el
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presidente Clinton, de cuya
muerte política lo protegió la propia señora.
Tampoco habría que confundir tal máxima con la muerte del justo de las vitelas religiosas, ni con morir en la cama como los generales y Tirofijo, el decano de las guerrillas, ni el de los bomberos en los rescates. Ninguna de tales defunciones se merece el rubro de bel morir.
Imagino mi bel morir. Uno que me garantice la trascendencia. Vestido con el último traje de paño que me confeccionó mi papá, con la corbata azul donde posa Marilyn sentada con sombrero de copa, acompañado por mis dos perros Dina y León subiendo por el cerro de Iguaque hacia la laguna sagrada, de donde bajó Bachué con su hijo a poblar la tierra. Y, siguiendo su ejemplo, sumergirme, así me convierta yo también en serpiente. Me daría el gusto de atender a perpetuidad la visita y consultas de los turistas. Los perros retornarían a casa con la noticia.
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