Pereira, Colombia - Edición: 13.244-823

Fecha: Martes 16-04-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Retrato del nadaísta cachorro

 

El sueño de la abuela

Por: Jotamario Arbeláez

 

Todos los sueños son extraños, pero abuela tuvo el más extraño de todos y nos lo contó esta mañana en la mesa del desayuno. Todavía estaba aterrada, se le veía en el semblante, por lo general pálido e inexpresivo. Estábamos con ella, que servía el chocolate, las arepas con queso y mantequilla y el ‘calentao’, Jorge y Adelfa, Jesús y Elvia, y yo, que ya salía para la escuela.

Al regresar a media noche de la misa de gallo, contó, vio que estaban abiertas de par en par las puertas del portón y del contraportón, todas las luces prendidas, un silencio absoluto, y los habitantes de la casa convertidos en estatuas de piedra. Al primero que vio fue a papá, todavía con el sombrero puesto y su traje de paño entero, la llave de la puerta en la mano, cruzando el patio para dirigirse a su pieza.

 

En la pieza estaba mamá, en combinación, destendiendo la cama. Se devolvió hacia la sala contigua a la habitación de los tíos y los encontró sentados en sendas butacas, Jorge con una copa de aguardiente en la 

 

 

 

mano y Adelfa sirviéndose un trago de la botella. Alarmada, me buscó por toda la casa y me encontró en el inodoro del fondo, sentado sobre la taza con un gesto de cólico. En el camino se tropezó con el perro, con Tippy, también de piedra, quien por primera vez no ladró.

 

Después de que terminó de contar su sueño se hizo el silencio. Todos tragábamos grueso. Quién sabe lo que querrá decir esta pesadilla, dijo la abuela. Porque todos los sueños tienen su traducción en señales. Mi mamá dijo que Cecilia, la inquilina de la pieza de atrás, había estudiado la interpretación de los sueños con un profesor austriaco, y que la esperáramos a la noche, cuando llegara de su oficio en la platería, para ver si nos daba luces.

 

Cecilia llegó de malas pulgas, por cuanto se había perdido un brazalete y si no aparecía se lo iban a cobrar a todos los empleados. Mamá le ofreció una taza de mazamorra con panela y le dijo que se sentara con nosotros pues misiá Carlotica había tenido un sueño muy raro que ella de pronto nos sabría descifrar.

Todos estábamos a la mesa y ardíamos de curiosidad. Luego de tomar su tentempié y escuchar el sueño de los propios labios de Lota, dijo Cecilia: Soñar con estatuas de piedra de integrantes de una misma casa significa que no hay comunicación entre ellos, al extremo de que puede llegar a sucederse una pelea. Lo extraño es que yo no figure en el sueño, pues aunque no soy propiamente de la familia habito bajo el mismo techo.

Casi enseguida llegó Luis, el mecánico,

 

 

 

 

quien me decía “Tangüetico”, pues así llamaba yo a los taburetes, y luego de lavarse delante de nosotros las manos engrasadas en el lavamanos del comedor, dijo dirigiéndose a su moza, como figuraba nuestra delicada inquilina: “A que no sabes lo que te traje. Te vas a desmayar de la dicha”. Y sacó del bolsillo de atrás de su mono, envuelto en papeles encrespados, una cajita roja con fondo de terciopelo que destapó ante nuestros ojos, nada menos que una diadema de oro engastada en piedras preciosas, que le alargó a su adorada.
 

Esta se puso roja de la furia, le dijo que esa era la pieza que se habían robado hoy en la platería, que de dónde la había sacado. Y él le contestó que se la habían ofrecido en el taller a un precio que él no pudo resistir y que había invertido en ello el canon mensual del alquiler de la pieza. Y ahora yo con qué cara me quedo con esto, y cómo la voy a devolver a la empresa, donde van a pensar que fui yo quien me la robé y a lo mejor me echan.

Y la abuela se paró y exigió que se le pagara el arriendo que lo necesitaba para comprar el mercado y el pobre mecánico no sabía qué hacer ante los sopapos de la mujer y sus insultos de zonzo, sonso, zoquete, y los reclamos de mi papá y de Picuenigua de que tenía que responder por su cuota de arrendamiento, y Cecilia lloraba y mamá trataba de consolarla y papá le decía a mamá que no fuera sapa no te metás y en medio de tamaña gresca me fui a acostar y soñé que todas las estatuas de piedra, menos yo, se habían vuelto a convertir en seres humanos y celebraban una fiesta con aguardiente en el comedor.

 

  

 

 

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