Pereira, Colombia - Edición: 13.252-832

Fecha: Martes 30-04-2024

 

 COLUMNISTAS

 

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Retrato del nadaísta cachorro

Por: Jotamario Arbeláez

 

El circo

 

Con lo que se salvó del naufragio se ha levantado la carpa del circo a tres cuadras de la casa. Por la ventana del cuarto de la tía Adelfa vi pasar el desfile. Tres bastoneras con medias de rombos sobre un elefante de goma. El empresario en paños menores pero con botas y sombrero de copa fumándose un tabaco descomunal. Dos payasos que daban grima sonándose mutuamente unos mocos desapacibles. Un equilibrista caminando sobre los cables de la luz. Dos motociclistas suicidas dando vueltas en una esfera metálica arrastrada de un cable con los dientes por un forzudo. Un enano mancornado en el interior de una llanta impulsada por una mujer gigante. Una pareja de gitanos repintando un caballo mientras caminan. Y detrás una corte de mocosos del barrio desfilando en burla. Anuncian para esta noche función de gancho.

 

 

 

Dos personas con una boleta.

 

A las 9 de la noche la abuela pega con un grito la noticia de que el niño ha desaparecido. Todo el mundo se moviliza. Es posible que se lo hayan robado. Los últimos días se ha visto rondando la casa un viejo con un costal. A mi papá le da cólico y se encierra en el inodoro. La familia llama refuerzos y se reparten la ciudad en mi busca.

 

Alguien informa que vio a Marito avanzar sobre sus dos pies calle abajo hacia el circo. Son pocos los carros que pasan por la carrera cuarta pero por la noche hay que temer al carro fantasma. Ése desde el que se hacen los disparos que matan a los liberales. Y de paso apachurra lo que se le ponga en la calle.

He llegado a las puertas del circo alumbradas por un arco de estrellas de luz terrestre. Las gentes hacen filas eternas para ingresar. Doy la vuelta a la carpa y de pronto veo un borde levantado que presenta un hueco de mi tamaño. Gateando, como hasta hace poco era mi mejor estilo de andar, penetro al interior del circo en momentos en que ruge un león.

Estoy a un metro de la jaula de las fieras que bostezan de tedio. Voy a acariciar la melena del rey de la selva y tal vez a meterme en la jaula por entre cuyos barrotes, si cabe mi cabeza debe caber todo

 

 

 

 

el cuerpo, cuando siento que me halan con brusquedad de una pata. Es el enano horripilante que me grita que qué hago allí sin pagar boleto, que bien pobres que están para permitir colados, que apenas estoy bueno para alimentar a los hambrientos félidos. Y trata de forzar mi entrada por entre los hierros.

 

Pero en ese momento la gitana grita qué pasa y saca al enano de un sopapo, me pregunta quién soy y me lleva hacia su furgoneta donde me muestra a su marido, un gitano con patillas de ladrón de caballos y le dice que mire lo que ha encontrado. Que tal vez pueda venderme por algunas morrocotas. El gitano me mete en un costal que se echa al hombro y sale por el mismo agujero por donde yo penetré. Cuando nos hemos alejado algún trecho me saca del costal y me toma de la mano como si fuera papá. Encuentra en una esquina a un señor sentado en el andén halándose el pelo. Lo toca por la espalda para ofrecerme. Vendo este niño barato que no tengo para alimentarlo. El hombre se levanta de un salto y es mi tío Emilio quien emocionado me alza en sus brazos mientras insulta y golpea con una piedra en una patilla al gitano, tan cobarde que huye lamentándose como un perro.

 

Al llegar a la casa y a pesar de la hora, mi padre sale del inodoro quitándose la correa y me pega la primera paliza fenomenal.

 

 

  

 

 

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