EDITORIAL
Lo que el mejor vivir
escupió
Violencia, violencia y más violencia - no
parecemos los seres racionales que decimos que somos-. El mundo se encuentra en
candela, golpes de estado, protestas, guerras y demás escenarios que resultan
hilarantes para la sociedad de la vida.
Se presume que este siglo es el de la vida, es decir una sociedad que protege el
buen vivir, en la medida que la vida ya está garantizada, ¿Estamos seguros de
esta afirmación? ¿Podemos afirmar que nuestra vida es algo seguro? Desde nuestra
perspectiva tal afirmación es una falacia, el deseo de un buen vivir se tragó el
derecho a la vida y lo escupió convirtiéndolo en una condición egocentrista y
asesina.
La vida de unos importa más que la del resto. La vida de las personas sin
grandes logros o fortunas no son más que datos que un estadista agrupa y le
coloca de nombre “fallecimientos” “conteo de fallecidos” y ¿Las vidas de estas
personas por qué fue cortada? es la pregunta que nadie se hace, de hecho, el
hacerse tal pregunta es una manifestación de la estupidez, puesto que hacerse
estas preguntas implica el conocer o mejor aún, hacerse conocer de quien no
quieres que sepa ni siquiera tu nombre.
La vida nos dejó de pertenecer, cuando entregamos nuestra libertad, en un primer
momento entregamos nuestra libertad en pro de mantener nuestra vida, ahora, sin
libertad, ni seguridad, sólo nos queda la angustia, de que unos cuantos no
coloquen sus principios morales o deseos de poder, por encima de nosotros, pues
de hacerlo que le queda a la sociedad que sólo es un dígito, que no suma ni
resta en los estándares de éxito.
Nuestra sociedad ha caído, en el momento en que la importancia de un sujeto se
valida a partir del éxito que su sangre haya tenido, que los principios o deseos
de unos sean lo suficientemente justificables como para aplicar al asesinato en
pro de mantener sus sueños. Como sociedad se ha fallado; en educación, la
educación que no les desarrolló el deseo de hacer el bien limpiamente, es decir,
una que no implica daños colaterales como la muerte, y dos como cultura fracasó
estrepitosamente, en el momento que todos los ciudadanos no fueron incluidos.
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La
inocencia esta arruinando a los colombianos
Zahur K. Zapata
zahurklemath@gmail.com
Las guerras no las hace el pueblo. Las guerras las
generan los que tienen intereses en los bienes ajenos y someten a
sus lacayos a pelear por lo que no es de ellos. Esta simbiosis se ha
sostenido por siglos sin que los lacayos entiendan que ellos son los
perros falderos de los que están en el poder que el lacayo le ha
dado.
La sociedad es lacaya de los políticos y ella es inocente de esta
situación, porque al carecer esta de independencia intelectual se ve
sometida a quienes poseen un poco o más capacidad para discernir
sobre asuntos públicos o manejo del bien común. Este fenómeno se
viene dando desde los principios cuando el ser humano establece la
casa como hogar para su tribu o grupo social.
Hoy, en los albores del siglo 21 de nuestra era, podemos ya
distinguir la diferencia de conductas humanas que actúan según sus
intereses personales en contravía de la leyes y principios que el
Estado establece para sostenerse con los impuestos que la sociedad
paga para el bien del establecimiento.
Derrotar el establecimiento como tal, seria una batalla de nunca
acabar, porque sus raíces son tan milenarias que cada vez que se
arranca la mata, algo queda en la profundidad de la conciencia
humana que vuelve a renacer como si fuera un nuevo principio.
Estamos tan acostumbrados de tener líderes, pastores y maestros del
malabarismo mágico que nos harán creer que somos seres incapaces de
avanzar por nuestros propios medios y que ellos son los que pueden
hacer que la vida renazca nuevamente por un acto de fe.
Nuestra vida es solo un espacio, hipotético, que cada uno de
nosotros lo vivimos como se nos presenta a cada instante. No podemos
predecir el mañana, pero si organizarlo para que sea más fructífero
o quizás menos angustioso. Pero eso sí, si no se nos atraviesa una
sabandija que nos estropea todo lo ya hecho.
Debemos detenernos un instante, y comenzar a evaluar nuestra propia
vida y tomar decisiones sobre nuestro propio bien y de aquellos que
dependen de uno. Y no dejar que nos tomen como sus mascotas para
ellos beneficiarse de nuestro trabajo y sueños de nuestra
existencia.
El camino está por recorrer y solo necesitamos dar un paso para
hacerlo corto y cambiar de lugar de donde estamos ahora. Nunca ha
sido tarde para alcanzar las metas que cada uno se impone y lograr
el objetivo final.
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Qué lee Gardeazabal
ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL de Eduardo Santos
Recopilado y comentado por Maryluz Vallejo Mejía
Editado por Intermedio
Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio: https://www.youtube.com/watch?v=SvwqqoxtHkw
El mito del doctor Eduardo Santos se ha ido perdiendo con el paso de los años.
El que sus herederos hubiesen vendido El Tiempo, desde donde manejó 50 años a
Colombia, puede haber ayudado a esa desmemoria.
El cambio de valores de apreciación y comportamiento en Colombia como
consecuencia de la Revolución de los Traquetos, también. Pero sobre todo la
desaparición de la historia como pensum obligatorio de todos los colegios y
escuelas del país, hicieron el resto.
Para que no se olvide su nombre y su estela mitológica no se pierda en el
chismerío bogotano que la alimentaba, Maryluz Vallejo ha hecho un impecable y
muy aplaudible trabajo estudiando el archivo de la correspondencia que Eduardo
Santos mantuvo desde cuando estudiaba en Europa hasta cuando se retiró a su casa
de Chapinero a rumiar jubilado su poder y su gloria.
De la lectura que se hace de las pocas piezas escogidas, pero fundamentalmente
por los acertados comentarios que a las otras muchas cartas de Santos emitidas
en momentos importantes de su vida y de la vida nacional hace Maryluz, se
consigue un esbozo biográfico y político del personaje que hemos olvidado.
En sus páginas, entonces, se verifica o nos recuerda que quien mandaba a
Colombia desde las páginas de El Tiempo era el esposo de Lorencita Villegas,
demasiado elegante para la Colombia de 1930 y que fue con ella que se paseó por
New York y por las capitales europeas gastándose con lujo y con placer la mucha
plata que el periódico le producía.
Pero no para allí esta escanografía del expresidente. El libro logra comunicar
al lector la magia de los silencios de Eduardo Santos o explicarnos la simpleza
de sus frases para resumir sapiencia y poder. Es un gran logro de la doctora
Vallejo Mejía podernos ayudar a repasar la historia que no se volvió a enseñar
pero de la que aprendimos tanto y muchos seguimos aplicando para explicar las
vacaslocas de los políticos y gobernantes de hoy.
Por supuesto no lo habría conseguido si ese personajón que fue el doctor Santos,
siempre a punto de la pausa, siempre lejos de la algarabía pueblerina, pero
nunca meloso ni populista con sus electores, no hubiese dejado la huella escrita
que este libro recorre.
El Porce, mayo 19 del 2024
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