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Pereira, Colombia - Edición: 13.282-862 Fecha: Sábado 22-06-2024 |
COLUMNISTAS |
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Abuela se quema
Por: Jotamario Arbeláez
El 31 de diciembre
Jorge Giraldo llega a la casa cargado de cohetes, triquitraques,
papeletas, tronantes, volcanes, buscaniguas, totes, diablitos y
bengalas para quemar esta noche a las doce. La tía Adelfa lo recibe
con un beso y un aguardiente, el pickup moliendo a todo full un
pasillo. En la cocina están preparando la cena con las guaguas
cobradas en la cacería del fin de semana. Papá se ha hecho motilar y
todos se ríen de la trasquilada. Mamá está embarazada de Estela, de
Graciela o de Toño, para el caso es lo mismo pues esta historia
sucede todos los 31.
Desde las siete de la noche comienzan a desfilar las “carangas” del añoviejo, un largo palo de guadua conducido en hombros por dos muchachos, otros dos o tres que
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con palos sobre ella tocan un pertinaz redoble
de muertos, una camilla también de guaduas sobre la que llevan un muñeco de paja
muerto que es el año que acaba, una viuda de negro con una mantilla que le tapa
la cara y unas enormes tetas y nalgas realzadas con trapos, que va llorando y
estirando un cepillo para que le den una limosnita por el amor de Dios que se me
murió mi marido mire ahí lo llevan, un esqueleto que es la muerte que nos espera
con su calva de yeso y su costillar blanco contra la trusa negra y un demonio
que es el mismo diablo con los cuernos al cielo y una cola que termina en punta
de flecha también pidiendo limosna y tomando trago. Cuando pasan por la ventana
yo me estremezco con la viuda porque es un hombre, con el diablo y la muerte, y
chillo para que salga la tía a darles la limosnita.
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ya que somos los únicos en la cuadra que nos atrevemos a quemar pólvora en estos tiempos violentos, lo que puede ser aprovechado por los “pájaros” para pasar echando bala.
La abuela acapara las bolsas de papeletas y tronantes, que va encendiendo con un pucho que sostiene en la otra mano y tira al centro de la calle para que exploten mientras yo acuclillado sobre el andén raspo los diablitos que se prenden en un hormigueante chisporroteo. Los buscaniguas pasan serpeando fugaces entre todos nosotros que saltamos para que no nos quemen los pies. De pronto una chispa de la mecha de un tronante recién encendido por la abuela cae en la bolsa y le revientan por lo menos cincuenta mientras ella grita hijueputas me quemé, me volé la mano, y se agarra el brazo que acostumbran picarle los alacranes. Vuelve a presentarse la corredera, que traigan unos gajos de cebolla larga, que le unten vaselina, que le metan la mano en agua, que corran a la farmacia a avisarle al practicante. Tan de buenas esta Lota, dice Jorge Giraldo, que no se voló la mano sino que sólo le quedó entumecida, y yo corro a abrir el escaparate y sacar la media de aguardiente para pasarle un trago. En vista del bochorno del accidente y para agradecer a Dios que no fue más grave dejamos la cena de medianoche para el desayuno del primero de enero y nos entramos a acostar antes de que nos suceda una verdadera desgracia. Jorge Giraldo aprovecha para volarse de parranda adonde sus otras mujeres y a la mañana siguiente nos damos cuenta de que después de que nos dormimos pasó el carro fantasma haciendo unos tiros contra la fachada de nuestra casa y que la sirvienta de la casa vecina que había peleado con el novio se envenenó con unos totes que encontró abandonados en el andén y la llevaron al hospital de San Juan de Dios donde le están prestando los primeros auxilios.
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