La suerte del feo
Por: Jotamario Arbelaéz
Si la
suerte de la fea la bonita la desea, nadie va a desear la suerte del
hombre feo, ahora que un reciente estudio norteamericano concluye
que los mal parecidos tienen marcadas tendencias al delito. La razón
es aun más peregrina que la sentencia: porque tienen menos
oportunidades de conseguir trabajo.
Desde luego que la fealdad de los monstruos, encarnada en el
Frankenstein de Boris Karloff, en el Drácula de Bela Lugosi, en El
hombre lobo de Lon Chaney Jr. y en El Jorobado de Notre Dame de
Charles Laugthon, no es un estereotipo de Hollywood. En Colombia,
donde se ha dado cita la resaca de la especie en cuanto a ejecutores
de atrocidades, hemos podido ver la pinta de los asesinos y es como
para que la víctima caiga muerta antes del disparo.
Pero una cosa es la fealdad del delito, la mala cara del
delincuente, el rictus espantoso del maleante, y otra la inocente
falta de atributos de los feúchos, por otra parte los seres más
tiernos en los terrenos del afecto. Hay que ver cómo se comportó la
Bestia con la Bella, Quasimodo con Esmeralda y –para darle el
crédito a nuestro antepasado el primate–, King Kong con la joven
actriz Ann Darrow. Para no hablar de Agustín Lara con María Félix. Y
mucho menos de Aristóteles con Jacqueline.
Porque como la naturaleza es sabia en recursos para que ningún
despintado la lleve perdida en este mundo ha repartido otras
cualidades que compensan in crescendo la inexistente y en este caso
serían tener dinero, ser inteligente o buen polvo. Tendría que
disponer por lo menos dos de estas adicionales para compensar la
falta de pinta.
En uno de los pocos piropos públicos que expresaron los nadaístas a
una mujer –a
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expensas, claro, de
una cicutada a otra-, en el “Manifiesto bisiesto a los intelectuales
colombianos”, de 1960, se le susurra a la crítica de arte argentina Marta Traba:
“Cómo puede ser a la vez tan linda y tan inteligente? Usted sabe lo feo que era
Sócrates, y lo bruta que es Luz Marina Zuluaga”. Refiriéndonos a la hermosa
manizalita que había accedido al trono de Miss Universo. Y al feotón filósofo
griego bebedor de cicuta.
Cuando comencé mi actividad laboral en una transnacional productora de llantas
–hoy reventada–, allá por el año 60, reparaban dos veces en la foto de la
solicitud de empleo, y analizaban con alguna desconfianza a las mujeres bonitas,
por cuanto todo podría írseles en fashion y coqueteo, y a los hombres agraciados
por cuanto podrían ser maricuecas, y por ende menos productivos con el trabajo
pesado.
Cuando la tía Matilde me miraba ante el espejo peinándome el copete a lo Elvis
Presley para salir de levante por los bailaderos del barrio Obrero, me regañaba
tildándome de “amerengado”, y sentenciaba que “el hombre, como el oso, mientras
más feo más hermoso”. Desde entonces asumí una actitud desmañada, me puse
bluyines rotos, enflaquecí más de la cuenta, me agencié una ligera cicatriz en
el pómulo, me fui dejando caer el pelo, corté con la afeitadora, me bañé con
menos frecuencia. Y, como dicen en la televisión: ¡Mejoré!
Saldré en defensa de los feos recordando que la pinta masculina es uno de los
atributos del perfecto timador. Una tez agraciada abre, con las piernas, los
bolsos y las cuentas corrientes de acaudaladas ingenuas, como lo denunció una
actriz tumbada recientemente. Ergo, detrás de cada caribonito hay un tumbalocas
o estafador en potencia.
Con la publicación del informe, firmado por Naci Mocan, profesor de economía del
Instituto de Investigaciones de Denver, y avalado por la Universidad de
Colorado, ¿qué suerte laboral espera –ahora sí– a los feos? ¿Quién les va a dar
trabajo a estos potenciales malhechores, si no levantan primero para la plástica
cirugía? ¿No podría
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la Asociación
Universal de Feos elevar una demanda contra la pretendida universidad por
premisa tan perniciosa? No sólo en lo laboral. Ahora va a resultar imposible
para la gente linda estar en algún sitio tranquilo. Si ve aparecer a un
malencarado, va a pensar que viene a atracarlo; ese adefesio es un violador y
aquel esperpento un secuestrador. Pero en el mundo ya se salió de tales
estereotipos y hoy los monstruos de antaño, aquellos que provocaban pesadillas
inespantables, son los cómicos por excelencia de la pantalla chica. Hoy el ideal
social es hacer parte de la familia Monster.
La suerte de la fea
la bonita la desea, dice el papelito. Y es verdad. No hay mujer fea sin marido,
mientras tantas muñecas se quedan vistiendo santos. O les toca casarse con los
más feos. Porque el hombre, como el oso, mientras más feo más hermoso.
Espero que el reporte de la Universidad de Colorado no vaya a tirar a los feos
con todo al agua, que por lo menos les dejen el prestigio de su desempeño
sensual. Ahora que en definitiva se van a quedar sin trabajo.
Diciembre 9-10
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