EDITORIAL
Armonizar el cuerpo y la
mente
Día tras día los colombianos predican contradicciones. Algunos
hablan de paz, pero no ven nada de malo cuando sus allegados acuden
a la violencia, de hecho, la violencia que provocan con sus
discursos son mucho más sangrientos que cualquier herida provocada
por un acto de violencia. Después de todo estos discursos siempre
son los que mueven las acciones. Es de esta manera como las palabras
y las acciones nunca logran alojarse en un mismo sentido, de hecho
parecen puntos totalmente extremos.
La división entre acciones y palabras genera en sí un gran problema
para el buen vivir. Después de todo implica que no hemos aprendido a
vivir, a que nuestro cuerpo sigue actuando por formas irracionales y
no por prototipos de la razón, entonces si la razón no es la que
mueve nuestro cuerpo ¿qué papel juega la razón? Ninguno, la razón ha
dejado de pensarse, ahora sólo funciona como un recepcionista de
memorias, pero nunca, como alterador de aquello que nos es ofrecido
por la tradición. Que la razón sea utilizada para recordar y no para
pensar implica que el mundo ha dejado de desarrollarse, se ha
detenido y ha dejado que otros piensen por ellos, lo que en sí lo
hace entrar en contradicción entre lo en verdad desean lograr y la
recta razón que es proporcionada por las grandes estructuras.
Cuando el ciudadano colombiano sea capaz de poner en dudas la recta
razón y se asque del sentido común, es allí en donde el cambio se
mostrará con fuerza, es allí en donde la conciencia del ser humano
sobre sí mismo logrará entender que su modo de ser en el mundo,
proviene de su conciencia en el mismo, y este modo de ser en el
mundo nunca es en solitario, ni mucho menos ser subordinado, sino
que se es con el otro, sin por ello perder la autonomía.
Cuando la autonomía llega el ser humano se proyecta sin
contradicción, sus acciones y palabras son un retrato de lo mismo,
sus acciones se tornan muchísimo más efectivas, y es en la
efectividad en donde las dificultades son posiblemente solucionables,
sin contradicciones entre lo que se piensa inconscientemente y lo
que se lleva a cabo.
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El Estado
Polimano es una sociedad dueña de la nación
Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
El sinónimo de
corrupción es democracia y el común de la gente no lo percibe porque
la palabra viene del griego y el latín y ellas en su tiempo eran una
expresión máxima en la vida social, porque ellos tenían otros
valores sociales y una idiosincrasia que no se ajusta a la que
tenemos hoy en día por la evolución tecnológica y genética.
En sus comienzos, los griegos y romanos fueron naciones que
representaban lo máximo de una sociedad frente a la condición
primitiva que eran sus habitantes en relación a nuestra actual
sociedad. Ellos a pesar de haber desarrollado una arquitectura y un
modo de vida que hoy hemos superado, aún usamos sus conocimientos y
avances arquitectónicos porque son principios de la armonía del
universo.
Hoy estamos a miles de años en evolución intelectual y genética,
nuestro entendimiento va más allá del que ellos tenían a pesar que
gran parte de nuestra sociedad ha evolucionado tardíamente. Y no
pueden actuar con la libertad a la que actúa una persona que es
dueña de si y de su accionar intelectual.
Cuando el intelecto del ser humano le permita entender y
racionalizar los hechos presentes, este individuo que tiene esa
capacidad intelectual, puede representarse a sí mismo y actuar bajo
un libre albedrío sin hacer daño a su entorno y a sus semejantes. A
su vez no necesita de un líder o un gobernante para que gobierne su
medio y lo obligue a tributar para sostener a quien ha elegido y lo
convierta en una cosa del Estado durante el periodo del cual fue
elegido el gobernante. Y solo regresando a su condición natural
durante el periodo previo a la nueva elección de gobernantes.
Durante este
periodo de transición, es cuando el individuo tiene la libertad de
decidir, si continuar o revocar esos mandatos, negándole
el voto a los presuntos candidatos votando en blanco y comenzar a
establecer el Estado Polimano que es el que si lo representará frente
al establecimiento y le protegerá sus
intereses como ciudadano libre.
Continuar bajo un
sistema democrático, es amparar las diferentes
formas de corrupción,
el crimen organizado y demás enfermedades que éste crea
para poder subsistir.
El voto en blanco
bien direccionado puede eliminar todas las malas prácticas que la
democracia crea. Hay que organizar grupos
de apoyo en todo el territorio nacional, descentralizando el poder y
entregándolo a la sociedad a través de juntas locales para que
nombren un Polimano que será el representante ante los bienes del
Estado y este pueda ser repartido equitativamente en todas las
dependencias de desarrollo y
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bienestar de la nación.
Si el voto en blanco gana con una
mayoría de votos, los suficientes que sean necesarios para
nombrar senadores, representantes, diputados o concejales. Esos
votos no serán para nombrar representantes al
congreso sino para eliminarlos de sus cargos y así establecer
un Estado Polimano que represente a los votantes frente al
establecimiento y
reducir el gasto público y burocrático.
Que lee Gardeazábal
Alpe d´Huez
De Ricardo Silva Romero
Editado por Alfaguara
Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=A8FL3BJEnr4
La novela experimental en Colombia hacía días que no se veía. Ricardo
Silva Romero, el mesurado y sufrido columnista de El Tiempo, que había intentado
en el pasado acercarse tímidamente a variantes posibles de la narrativa lo ha
logrado paradójicamente con este libro, tan pero tan colombiano, pero sobre la
carrera de ciclismo más universal, el Tour de Francia.
El tema central es la hazaña de Lucho Herrera, el ciclista nuestro que
subía cuestas con la misma facilidad con que los viejos sabemos rodar loma
abajo, cuando ganó la etapa reina de ese certamen, en la cima de Alpe d´Huez, el
16 de julio de 1984, hace 40 años.
La narración está montada como si el autor llevará una cámara para filmar
a los actores principales del episodio, el ciclista Herrera, un par de locutores
que transmitían con técnicas prehistóricas desde la carretera para el Grupo
Radial Colombiano, usando hasta teléfonos públicos de moneda, un ciclista
holandés a punto de retirarse y, obviamente los dos grandes derrotados de aquél
día, Bernard Hinault y Laurent Fignon.
Sobre ellos construye una trama tan apasionante como lo fue esa carrera
para millones de colombianos que nos paralizamos viendo al de Fusagasugá ganarse
lo imposible y le resulta una novela cojonuda aunque solo la puedan entender los
colombianos que vibramos entonces (y ahora muchos todavía) por nuestros
ciclistas.
Es una novela novedosa, salpicada de la poesía filosófica del agradable
columnista de los viernes en El Tiempo. Obviamente la prolonga quizás en demasía
con historias paralelas poco interesantes, pero mientras mancha de humanidad
común y corriente a sus personajes consigue momentos de apoteosis transcribiendo
las narraciones de los locutores en plena carretera.
Leerla es revisar un mito moderno colombiano que a los muchachos de ahora
poco o nada les interesa y a muchos mayores de 40 años no les gusta recordar
porque se sienten viejos. Es una novela para aplaudir. Es la demostración de que
los historiadores narran lo vivido y a los novelistas nos corresponde mitificar
las hazañas.
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