EDITORIAL
El complejo de
carlomagno
Generalmente la lucha contra el trabajo informal se estanca bajo el
derecho básico al trabajo. Gracias a tener derecho a laborar es que
la ciudad se ha llenado de puestos informales de tintos, ropa y
demás cositas que en ciertos momentos pueden salvarnos de no gastar
grandes cantidades de dinero que no hay, es decir, estos
emprendimientos benefician a todos de cierta manera. Sin embargo,
existen casos en los que estos emprendedores pasan a ser
terratenientes, dueños de lugares, esquinas, o incluso cuadras
enteras, y al igual que los grandes terratenientes de nuestro país,
todo es tomado por la fuerza y lo protegen de la misma manera.
En esta forma neurótica de autoproclamarse dueños de un pedazo de la
calle, los sujetos comienzan a tener fieles problemas psicológicos,
tales, como pérdida de realidad, en la medida que creen tener
potestad para afirmar quien puede y quien no puede estar en su lugar
de trabajo, neurosis que trasciende a una neuropatía que le impide
reconocer al otro como un igual, procediendo de esta manera a
general un narcisismo y este a su vez lo lleva a tener pasos al acto,
en pro de proteger su pequeño pedazo, es decir, desarrollar el
complejo de carlomagno.
El complejo de Carlomagno consiste, en la intercambiar la realidad
por aquello que posee en su mente, misma que le da la posibilidad de
justificar todos sus actos inhumanos y anticonstitucionales en busca
de alcanzar que la realidad se acomode a su capacidad imaginativa,
impidiendo de esta manera todas las construcciones externas, tal
cual lo pueden ser las personas, por tan complejo es que estos
sujetos tienen la capacidad de negar la posibilidad que alguien
trabaje, pues su neurosis les confiere este poder divino.
En efecto, las calles de Pereira se encuentran llenas de sujetos con
este particular complejo, causando de esta manera que las calles
tengan dueños. Pero, si nos detenemos a pensar esto, significa que
estos sujetos al logrado esquivar las leyes que impiden el
apropiamiento de un bien público, y de paso a comenzado a generar
reglas precisas que los beneficien a ellos, reglas amañadas, no
debería ser esto razón justa para bajarlos de estos pedestales una
visita de espacio público, que logre hacerles entender, que: o todos
trabajan en paz o no trabaja nadie de manera informal.
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Ser autónomo no es pelear con el que tiene más
Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Los bebés tienen
la habilidad de manipular a los adultos, con una sonrisa, una
expresión, un gesto mandatorio o un berrinche en medio de la calle.
Los padres sabemos hasta donde el cauchito se puede estirar si
tenemos la capacidad de la razonabilidad, de lo contrario es una
tragedia esos momentos de confrontación. Ser padre o madre no es
cosa sencilla y estar preparado es algo complicado. Por eso una
abuela o abuelo salen al rescate y terminan criando a los nietos.
Los países necesitan de abuelos que los ayuden a crecer, pero en
estos tiempos esos personajes no están a la mano porque el Estado
los desechó y quienes manejan la cosa pública son amateur que recién
alargan pantalones.
Los políticos colombianos conversan como si fueran adultos, pero son
chavales que cuando salen a recreo se dedican a arreglar el mundo.
Ese empoderamiento juvenil los hace arrogantes y creen van a
conquistar el mundo con su dinámica. Se preparan en su imaginación
para llegar al solio de Bolívar y al final en esa carrera loca se
enfrentan a todo lo que está a su alrededor creando tanto amigos
como enemigos y al final Colombia está llena de tumbas de soñadores
que no alcanzaron a acercarse al capitolio nacional.
El error de todo esto está en quienes al comienzo no tuvieron la
visión de ser autónomos y preparar a los ciudadanos para que fuera
una nación compacta y autónoma y velaran por los intereses
nacionales y no los de un líder que solo piensa en su persona y en
su gloria.
Hoy vemos, escuchamos y leemos como una bandada de críticos y
enemigos de todo vociferan contra lo existente sin ofrecer
soluciones o ayudar a corregir lo que está mal hecho. Solo pretenden
hacer oposición creyendo que esa es la forma de sacar adelante a una
sociedad que está huérfana y que necesita que esté unida para poder
exigir a quienes administran el Estado a que lo direccionen por el
camino correcto.
Hay una visión equivocada de unos sectores sociales que creen que el
poder es algo que se consigue a través de peleas e insultos. Se
necesitan programas sociales donde todos participen y puedan
trabajar en lo que sea más productivo para la economía local y lo
que esos grupos tengan mayor experiencia en su producción y manejo y
no lo que el Estado quiera imponer.
Una sociedad organizada y con visión de su futuro, trabaja con mayor
ahínco y crece a mayor velocidad que una sociedad reprimida
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por el Estado.
QUÉ
LEE GARDEAZABAL
Por: Gustavo Álvarez
Gardeazábal
“Cartagena” del
historiador Alfonso Múnera
Editado por Grupo Puerto de Cartagena
Audio: https://www.youtube.com/watch?v=qDLmTGnjWws
Este libro es tan lujosamente
editado que su altísimo contenido histórico naufraga como los galeones que
ayudaron a hacer a Cartagena lo que el profesor Múnera cuenta, en detalle y
perfectamente hilvanado, que ha sido y es la ciudad amurallada.
Yo había leído del nunca bien
valorado profesor Alfonso Múnera Cavadia un ensayo de siete suelas como prólogo
de la reedición de la Reforma Política de Rafael Núñez, pero leyendo este libro
sobre el origen y las travesuras por las que ha pasado Cartagena en 500 años,
hay que repetir el gesto olvidado de los caballeros franceses y descubrir la
cabeza quitándose el sombrero.
Leyéndole uno se recrea con la Cartagena de Pedro de Heredia pero al mismo
tiempo se instruye con las razones para haberla convertido en el epicentro de la
conquista y colonia española. Así mismo hay un despliegue de análisis económico
y político de la evolución a saltos y retrocesos de una ciudad que soportó con
más heroísmo que conciencia desde los corsarios que la asaltaban hasta los
brazos asfixiantes del abandono centralista.
Cartagena es un libro para
mirar en detalles la importancia de su bahía y de su puerto en la vida
colombiana, pero también para entender como la mezcla de las razas primigenias
construyeron el cartagenero mestizo que se enorgulleció con Núñez y ahora se ha
adaptado al turismo sintiéndose capaz de asumir cambios e ilusiones para
volverlos realidades.
No es un libro perfecto pero aunque los aplausos no dejan ver la muletilla
profesoral de creer que todos sus potenciales lectores no tienen memoria de lo
que han leído y necesitan ser avisados de antemano de lo que vendrá después, sus
páginas valoradas en conjunto resultan antológicas para poder entender porque la
ciudad amurallada ha sido propiedad de todos los colombianos y faro de esperanza
en la tranquilidad de sus calles reservadas inconscientemente para guardar la
historia y presentarla al futuro con orgullo.
Es un libro para leer con admiración pero desde la facilidad de una mesa o de un
escritorio, no desde la comodidad de una poltrona porque físicamente es tan
pesado como satisfactorio resulta al final para cualquier lector.
El Porce
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