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Pereira, Colombia - Edición: 13.311-891 Fecha: Domingo 11-08-2024 |
COLUMNISTAS |
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Contratiempo
Por: Jotamario Arbeláez
El infierno y sus maravillas
Voy a visitar al
amigo de los días que agoniza con parsimonia en un cuarto alquilado
que da a la calle. Vive solo. Mantiene la puerta sin seguro para que
en cualquier momento puedan entrar sin tocar, ya que le es imposible
levantarse. Además, no tiene nada que le puedan robar. La casera le
trae la comida una vez al día y le administra sus medicinas.
Hablamos un rato de lo de siempre, de lo que nos tocó en suerte, de
lo realizado y de lo imposible, de los sueños cumplidos y de los que
se quedaron en el tintero. Ambos quisimos ser escritores. Pero tal
vez nos faltó estar más despiertos. No soñar tanto. Tiene clara
consciencia de que está en las últimas pero lo consuela sentir que
en esas anduvo toda la vida.
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de Swedenborg, traducción de Jorge Luis Borges. Pienso que ya mi amigo no va a llegar hasta ese sitio y no va a echar de menos la ausencia del tomo. Lo meto bajo el brazo y salgo con él.
Una vez en mi confortable
habitación de soltero preparo mi cama para leer, me pongo la piyama, enciendo el
calentador y la lámpara, y al abrir el libro veo que frente a la portadilla hay
una calcomanía de aspecto macabro que reza: “Maldición eterna a quien robe este
libro”.
Sueño que con las primeras luces de la mañana me dirijo a la morada de mi amigo. Lo despierto para mostrarle el libro y decirle que ayer me lo llevé por error, que allí se lo traigo. Se lo queda mirando. “Ese libro no es mío”, me dice. “Nunca lo he visto. Y además, tú ayer no viniste. Y yo estaba en el hospital.” Despierto sobresaltado. El libro no está en mi pecho, ni sobre la cama, ni en ningún lugar de la habitación. No comprendo
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qué está pasando. Me lavo la cara para asegurarme de que estoy bien despierto.
Me dirijo a la habitación de mi amigo. Me dice que me estaba esperando, para comunicarme que se encuentra en el mundo de los espíritus, decidiendo si toma el camino del infierno o del cielo. “Cuídate de las maldiciones”, agrega. “Yo estoy pagando por una. Por un robo insignificante. Tenía la esperanza de que tú me libraras de ella. Heredándotela.”
Me acerco un poco más y lo veo cadáver. Le cierro los labios. Decido que sea la casera la que lo encuentre, no sea que me enrede en líos de policía o de policlínica.
Al salir, y ver sobre la
mesita el libro de Swedenborg, vacilo entre llevármelo o dejarlo, puesto que ya
el robo no opera. Es mi herencia. Como sigo impresionado con el mensaje de mi
amigo, prefiero dejarlo.
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