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Pereira, Colombia - Edición: 13.313-893 Fecha: Jueves 15-08-2024 |
COLUMNISTA |
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La anciana matamaridos
Por: Jotamario Arbeláez
En mi afán de colaborar con la erradicación de la violencia de género, que me parece atroz venga de donde viniere, sigo haciendo mis investigaciones acerca de casos extremos donde son las tiernas costillas las que se arrogan el derecho de dar muerte a sus caras mitades, así la gracia les resulte aún más cara. Son mujeres fatales contemporáneas y por tanto más peligrosas que las antiguas, aunque no necesariamente bellas ni mataharis. Simples amas de casa como todos tenemos una. Se me encogió el corazón ante el ajusticiamiento, el 24 de febrero de 2000, de la desalmada abuela y bisabuela norteamericana Betty Lou Beets, de 62 años, cinco veces casada con cinco espantosos cónyuges y dos veces viuda por su propia mano. Luego de rechazar la última cena privilegio de los condenados se la sometió a la doble inyección letal, una en la vena de cada brazo, aplicada por el verdugo de bata blanca de la penitenciaría de
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Huntville. Sobre la camilla la
desgraciada, amarrada con correas de pies y manos y, en presencia de sus cinco
hijos, nueve nietos y seis biznietos, dio sus últimos pataleos. Desde que se
reimplantó la pena capital a mediados de los 70, La Viuda Negra -como se la ha
catalogado-, era la cuarta mujer sometida a la ejecución.
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un estropajo. No conoció el amor sino a las patadas. El alma se le sala así a la más santa. Su primer damo la violaba dormida, tal vez atraído por sus apetitosas ancas en reposo. Acudió al divorcio. Lo mismo hizo el segundo con el mismo resultado. Cuando el tercero trató de repetir le aplicó un tiro en el vientre. Al cuarto se lo pegó en la cabeza cuando le descubrió sus mismas intenciones.
Al quinto le propino el mismo disparo a
pesar de que ni siquiera la tocaba. Del cuarto no se supo en su momento, pues
alegó que la había abandonado. Fue cuando se buscó el cadáver del quinto, de Mr.
Beets, en el jardín de la casa, que se encontró un metro más abajo el de su
antecesor Mr. Doyle Baker. Los había condenado a ser abono de su jardín teniendo
en cuenta lo mierdas que fueron. Un hijo y una hija confesaron en el juicio
haber ayudado a mamá a enterrar a sus últimos padrastros. Activistas en contra
de la pena de muerte se pronunciaron enfervorizados contra la crueldad de la
ley, alegando que la anciana sólo se había defendido de sus conyugales verdugos.
Pero los verdugos del Estado fueron inflexibles cuando la fiscalía alegó que el
último asesinato se efectuó para cobrar una pensión y un seguro de cien mil
verdes. Así, nadie tuvo clemencia de la inclemente. |
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