Itinerario
de “Mi reino por este mundo”
Por: Jotamario
Arbeláez
Evocaré algo sobre
la historia del poemario Mi reino por este mundo, que en esta Feria
Internacional del Libro de Bogotá, dedicada a México y Cali, lanza
el Fondo de Cultura Económica. Editorial mexicana y poeta caleño,
¡moñona!
En 1958, cuando Gonzalo Arango llegó a Cali en busca de adeptos para
su recién fundado movimiento nadaísta, en la sede de La Tertulia,
orgulloso le mostré mis poemas de tinte socialista pero sin conocer
a Manuel Cepeda ni a Maiacovski.
Él los leyó de izquierda a derecha y de derecha a izquierda y me
dijo. “Los rompemos ahora o los rompes cuando llegues a tu casa”.
Los rompimos allí mismo y en la casa seguí rompiendo.
Él me propuso como modelo un poema de Amílkar U, que decía: “Yo /
tengo ombligo. / El ombligo es más importante / que la cabeza. / El
ombligo es redondo. / La cabeza casi lo es. / La cabeza es peluda. /
El ombligo casi lo es. / Ay mi ombligo. / Yo me rasco el ombligo”.
Todo el auditorio
se doblegó de la admiración y la risa. Estábamos en una época de
cambio y acepté irme por ahí. Y comencé a trabajar el primero de mis
libros, que se llamó Zona de tolerancia, no como un homenaje al
barrio de las hetairas, sino como la prevención de que eran unos
primeros escarceos en la lírica.
En ese libro se destaca Santa Librada College, fechado en enero del
60, texto vindicativo contra el colegio que no me otorgó en la
clausura el cartón de bachiller.
Este mi primer poema nadaísta tuvo gran acogida en las revistas de
vanguardia de la época y en las lecturas que iba haciendo por
ciudades de Colombia.
Y gracias a su inclusión en la primera versión de Mi reino por este
mundo, que reúne 9 libros sucesivos, y que en 1980 ganó el concurso
de la editorial Oveja negra, por entonces de Gabo, motivó que me
fuera concedido el cartón de Bachiller honoris causa 25 años más
tarde, más la medalla de ilustre egresado y en fecha reciente el
bautizo con mi nombre de reprobado del Aula Máxima, que al poco
tiempo se derrumbó amenazando ruina para el colegio.
De él me remiro a dos fragmentos:
“laberinto / en tu piscina me bañé desnudo / como un ángel // burlé
la vigilancia / del vigilante // salté la verja / jugué billar en la
cantina / de la esquina / asistí a cine al Alameda // me paseé por
tus corredores / como el emperador de abisinia / por abisinia // a
pesar de que no era / bruto / nunca pasó en geometría / del 3, 14
16”
“durante las
sesiones / de clausura / se entregaban los diplomas a los inscritos
/ en sexto / había discursos / misa / risa / copas de vino / humo de
pipa y cigarrillo fino / premios al mérito / a la asistencia / a la
constancia / a la fe / a la esperanza / alvarado luis carlos
(aplausos) / acevedo argemiro (aplausos) / aragón luis alfonso
(aplausos) / arbeláez jotamario (aplazado) //
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santa librada / college / tea
no atea / mildoscientos alumnos / pararrayos / setenta y dos salones / discoteca
/ prestigio nacional / cincuenta y cinco / profesores idóneos / secretario //
santa librada / college / yo no te debo / nada”
Es el único verso del que me
he arrepentido en mi vida, aparte de “el guerrero sin reposo”, dedicado a Manuel
Marulanda Vélez.
Después de todos los honores que el alma mater me ha concedido no pude menos que
corregir el final: “santa librada / college / todo te lo debo / no me debes /
nada”
Poemas de este libro figuraron en antologías como 13 poetas nadaístas que hizo
Gonzalo en 1962. Su publicación se logró en 2013, gracias a Ediciones Cátedra
Pedagógica, de Olegario Ordóñez, que en esta oportunidad lanzará mi libro
represado desde hace 5 años por causa de las pandemias, La novia dijo no.
Los poemas de Zona de tolerancia jugaban con la estética patafísica, dadaísta y
surrealista.
Por esa época tuve correspondencia con un novicio en el Seminario de Vocaciones
Tardías de La Ceja, Antioquia, quien sería el poeta sacerdote Ernesto Cardenal,
y más tarde Ministro de Cultura cuando el triunfo de la revolución sandinista.
Él me señaló que debía
abandonar esa pasión por el absurdo y “decirle algo a alguien, por lo menos a
alguno”
Entonces me enfoqué en algunos poemas de El profeta en su casa, publicado en
1964 por Ediciones Triángulo de Medellín. Fue un chasco porque sus hojas volaban
a medida que se iban pasando y por eso no sobrevivió ningún ejemplar. Hasta que
fue reeditado por Ediciones Guberek de Bogotá en 1987.
Siguiendo el nuevo estilo y el
tema familiar que comenzó a ser bien recibido, me aventuré con La casa de
memoria, que en 1996 recibió el Premio Nacional de Poesía de Colcultura, y con
Paños menores, que publicó en México José Angel Leyva en 2006 y en 2008 ganó el
Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, de la Fundación Rómulo
Gallegos, de Venezuela.
En 1961 había convencido a la hermosa Dina Merlini, que llegaba con Patricia
Ariza y otros nadaístas de los tres sexos a picarme arrastre pera una isla
perdida en el Pacífico, que después dio pie para la novela de Elmo Valencia,
Islanada.
De esa aventura me escabullí, pero como me cautivó el parecido de Dina con mi
adorada Brigitte Bardot, la convencí de que me posara desnuda para yo cincelarla
con poemas ojo por ojo y diente por diente, y así concederle una inmortalidad
merecida.
De allí surgió El cuerpo de
ella, que permaneció por casi 40 años dormido entre mis carpetas hasta que lo
envié al Concurso de poesía del distrito en 1999 y se lo ganó. Gracias a ese
libro mis amores espirituales con Dina duraron toda la vida, hasta ahora que
acaba de fallecer bajo una palma de coco en el ancianato de la isla de San
Andrés, a la que le dedicó la mitad de su vida.
De la estadía en Tumaco, a
cuyo frente quedaba la isla que buscaban los nadaístas para aislarse del mundo y
que no apareció porque sufría de erosión marina que la sepultaba 6 meses,
retornó el monje Elmo Valencia con nociones del Zen que le había inculcado en la
playa nadie menos que el poeta beatnik Gary Snyder, Planeamos que en adelante
funcionaríamos como el Nadaísmo Zen y lo inauguré con el poema Zen y santidad,
que aquí figura complementado por Ceniza.
Fue en la mitad de un sueño en la isla de Providencia donde sentí que mi alma y
mi cuerpo se independizaban y entablaban un
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coloquio proveniente de mis
deliquios con San Juan de la Cruz y de allí surgió el Coloquio del alma y el
cuerpo.
El título más copioso es
Cantando con cantáridas. La cantárida es la mosca española que tan pronto uno se
la traga lo dispara en busca de humanidades dispuestas a su satisfacción
amorosa. No son poemas eróticos, sin embargo, sino la narración del
desplazamiento por el desnudo cuerpo del mundo.
Y se finaliza con Mi
crucifixión rosada, parodia del libro de Miller, con la narración del amor por
el que se llegó del séptimo cielo al séptimo círculo del infierno
Durante mi período hippie en Bogotá, entre el 70 y el 80, trabajé los borradores
que traía en mi mochila y con ellos preparé la primera versión de Mi reino por
este mundo, premio La Oveja Negra 1980 concedido por jurados libres de toda
sospecha: Mario Rivero, J. G. Cobo Borda y Darío Jaramillo Agudelo.
Respecto del título general del libro, que narraba el periplo de mi paso por el
mundo desde el subsuelo hacia la puerta del arco iris, recordé las palabras de
Jesucristo a Pilatos, “Mi reino no es de este mundo”, y “El reino de este
mundo”, título del libro de Alejo Carpentier que trata de la esclavitud de la
negritud en estas colonias españolas y francesas, y la frase de Ricardo III al
final desastroso para él de la batalla de Bosworth, “Mi reino por un caballo”.
Pensé que al expresar “mi reino por este mundo” ofrecía el cambio de cualquier
privilegio por la circulación en sandalias. Pero para que la palabra reino no
perdiera su sentido, acudí a una frase de cuadrilátero del monarca del ring
Cassius Clay, quien luego asumió el seudónimo islámico de Mohamed Alí, objetor
de conciencia de su país: “Yo soy el más grande, yo soy el más lindo, yo soy el
Rey”. Que en cierta forma me cuadraba fastidiando a mis detractores, y de haber
andado en los rines,
Pero siguieron 20 años más y decidí amparar bajo el mismo título lo viejo y lo
nuevo. Y ante el impulso de mi compañero Armando Romero, la Universidad del
Valle publicó el volumen entero.
Que apareció el día en que le Gobernación del Valle me acordó el Premio a la
Vida y a la Obra. Y cuya reedición para el mundo hispanoparlante asumió el FCE
que dirige Gabriela Rocca. Y este es el libro. Que figura en una hermosa
colección de poesía, cuyo antecedente colombiano es el libro Temporal, con la
espléndida poesía de Ramón Cote, con quien esta noche comparto fascinado esta
mesa.
Es el momento capital de mi vida como escritor y de mi movimiento, del cual ya
el 90% ha entrado de vacaciones perpetuas. Pero cuyas obras siguen saliendo.
Están en lista de diversas editoriales obras de Jaime Jaramillo Escobar, de Elmo
Valencia, de Gonzalo Arango, de Amílcar Osorio, de Eduardo Escobar, de Armando
Romero, de Dina Merlini, de Alvaro Medina y Jan Arb.
En esta Feria del Libro Abisinia Editorial, de Buenos Aires, presentará la
reedición de Sinfonías para máquina de escribir, de Dariolemos, que le preparé
en 1965 y publicó Colcultura, bajo la dirección de Aura Lucía Mera,
Gracias a Dios y a la persistencia que me acordó, puedo ahora darles las gracias
a quienes me apoyaron en la tarea creativa con sus fulgores, que de ellos como
de sinsabores se alimentan los estros.
Las amadas de mis veintes y treintas, Diany, Marlén, la Maga, mis familiares,
mis amigos, las agencias publicitarias, los periódicos y revistas que me
abrieron sus páginas y algunas insolencias me toleraron. Más los maestros
espirituales que rigen mis pasos, de quienes hablaré en otra ocasión.
Es casi la satisfacción del
sueño realizado, o por lo menos del deber cumplido. Namaste.
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