EDITORIAL
¿Libertad
y Orden para quién?
En Colombia, los ideales que han
intentado cimentar nuestra nacionalidad se encuentran desmoronados
por la realidad de un país que parece ir en contravía de sus propios
valores fundacionales. Los conceptos de libertad y orden, tan
ensalzados en discursos políticos y constitucionales, han sido
utilizados como armas para oprimir y perpetuar el caos. En lugar de
ser motores de progreso, se han convertido en excusas para mantener
un sistema desigual y deshumanizante.
El eslogan de "libertad y orden" en Colombia ha sido distorsionado.
Se ha transformado en una libertad para algunos pocos: libertad para
explotar, oprimir y controlar. El orden, por su parte, se ha
convertido en un mecanismo de imposición autoritaria, donde las
leyes no protegen ni equilibran, sino que se utilizan como
herramientas de control en favor de quienes ostentan el poder. Esta
paradoja se refleja claramente en la situación económica del país,
donde la dependencia de una deuda externa masiva, que representa más
del 50% del PIB, impide cualquier noción real de independencia.
¿Independencia? ¿De quién? Colombia sigue siendo tributaria de
organismos internacionales y de las fuerzas económicas globales, lo
que limita su capacidad de decisión soberana. La deuda externa
asfixia el crecimiento económico, impidiendo que se destinen
recursos suficientes a áreas clave como la inversión social o la
infraestructura. Y mientras tanto, en nuestro territorio, el uso de
las armas no es exclusivo de las fuerzas del Estado. Grupos
guerrilleros, paramilitares, bandas criminales y hasta empresarios
privados han hecho del uso de la violencia una herramienta para
proteger sus propios intereses.
El ideal de que las leyes nos han traído la paz también parece una
falacia. La paz no es solo la ausencia de guerra, sino también la
presencia de justicia, reconciliación y respeto por la dignidad
humana. Sin embargo, las leyes en Colombia, lejos de promover este
tipo de paz, complican la vida diaria y obstaculizan el acceso a la
justicia social y ambiental que tanto necesita la sociedad. Los
conflictos armados han disminuido en intensidad, pero las tensiones
sociales y la inequidad persisten.
El verdadero poder, el que reside en el pueblo constituyente, debe
enfocarse en simplificar las relaciones sociales y productivas, en
promover una cultura de respeto y tolerancia. En un país donde la
política se ha vuelto un juego de egos y divisiones, es fundamental
recordar que la justicia no es lo mismo que la ley. La justicia es
un principio que va más allá de las normas escritas; es dar a cada
uno lo que le corresponde, es la virtud de respetar la dignidad
humana.
Finalmente, resulta sumamente importante hacer un recordatorio a
todos aquellos que ocupan posiciones de poder en las instituciones
colombianas: su deber es obedecer al pueblo. Los magistrados, los
políticos y todos aquellos que ostentan el poder no son inamovibles.
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Sociedades en
extinción
Por: Zahur K. Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Las sociedades son cuerpos
orgánicos que existen igual que un organismo vital, que viven
dependiendo el tratamiento que se den a sí mismas o a su condición
genética.
Todo es circunstancial en razón de sí, pero en relación a una
sociedad todo está relacionado a su manejo intrínseco, o la conducta
de quienes están al frente de ellas.
Colombia es un territorio que
podría decirse es el paraíso que todos buscaban en la antigüedad, y
que hoy esta colonizado por barbaros invasores. Estos no entienden
de nada, y se creen los dueños de todo, sin pensar cómo vivir a la
altura de lo que hay, ni hacer daño a la misma naturaleza.
Colombia sigue siendo de colones mediocres que creen que quitándole
al otro lo que tiene, envidiando la prosperidad del otro, no dejando
por ultimo no dejando que los demás prosperen, van a logar alcanzar
lo que nunca tuvieron.
Esa ignorancia y falta de razonabilidad mantiene al margen a todos y
viviendo como miserables en medio de la riqueza. Esto deja muchas
circunstancias indeseadas que hace que la gente huya de esos
territorios en busca de mejores oportunidades. Y todo esto es dado
por el mal manejo de quienes asumen las riendas de los Estados,
elegidos por sociedades sin experiencia en la elección que terminan
eligiendo a estos farsantes.
Estas situaciones de mal manejo de la cosa pública o el Estado son
como una verruga que aparece en el cuerpo y poco a poco se va
creciendo, y se convierte en un cáncer que tarde o temprano hace
metástasis. Por eso se ha visto en Europa como han nacido y
desaparecido países, y América Latina no ha estado exenta de ese
síndrome social.
Colombia necesita sacudirse o tener buenos médicos que le
diagnostiquen la enfermedad que tiene, la hospitalicen para hacerle
el tratamiento que le impida una muerte segura, y que pueda
restablecerse de la quimioterapia y demás tratamientos que le
pongan.
Posiblemente esto que se está diciendo sea confuso para muchos por
la inexperiencia en el manejo de la política o la economía de un
país. Pero, aquellos que pasaron por las universidades más
prestigiosas saben de qué se está hablando y que es lo que hay que
hacer.
Colombia tiene gente muy preparada en todos los niveles que pueden
administrar y dirigir el país. Pero para eso se necesita
organización social y ganas de hacer las cosas bien. De lo contrario
seguirán viviendo como criminales que son, tal cual el Estado
colombiano los ha colocado. Porque él es el mayor creador del crimen
organizado.
Cada ciudadano es un criminal, un estafador, un delincuente o un
infractor bajo las leyes que existen en el país.
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Porque nadie puede decir que no ha cometido
ninguno de los delitos a los que el Estado los obliga a cumplir. Por ejemplo, el
pago de impuestos o darle a alguien algo para que agilice o haga cualquier
favor.
Ya es tiempo de visitar al doctor para que formule lo que hay que hacer, espero
que sea solo un antiparasitario para tomar todos los colombianos.
PROHIBIR ATIZA ILEGALIDAD
Crónica #991
Por: Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/prohibir-atiza-ilegalidad-cronica-de-991-gardeazabal--62472655
Prohibir ha sido un instrumento para gobernar y dizque poner
orden. Lo heredamos los países estructurados por la Iglesia Católica como
Colombia. Pero no han bastado 500 años de la conquista española de estos
territorios para que seamos capaces de valorar que detrás de toda prohibición
siempre ha llegado la ilegalidad.
Gobernantes de todas las épocas se han enfrentado a lo que pueden
calificar como ilegal, así tal denominación resulte cuando no injusta por lo
menos ilógica. El lio en que anda metida ahora la Corte Constitucional porque
los tres grandes departamentos productores de licores prohibieron la venta del
aguardiente Amarillo de Caldas, y decretaron su ilegalidad, hace parte de esa
herencia.
Pero, por estos días, ha vuelto a repuntar la reacción que
origina otra prohibición. Un paro de trabajadores del campo que los medios de
comunicación presentan como paro campesino, ha terminado por dejar visible la
unión que en el fondo tienen tanto los mineros artesanales, tildados y
perseguidos por ilegales, pero tan campesinos como los trabajadores del agro a
quienes les están aplicando la dureza de una ley que delimita las áreas de
cultivo en busca de un presunto equilibrio de protección ambiental.
Hoy están paralizadas vías fundamentales como las que llevan
a Medellín desde el occidente y las que permiten el tránsito en el oriente
colombiano entre Bucaramanga y Cúcuta.
Quienes protestan de esa manera son gentes que no han vivido en las
ciudades y no quieren irse de la tierra, la mina o el río donde siempre han
trabajado, así lo prohíban los señoritos de los escritorios bogotanos para
proteger la pureza del oro o de las aguas.
No ha habido forma en décadas que les den títulos mineros a esas gentes
que braman desde la lejanía. Permisos y títulos son para los dueños de las
grandes mineras que dizque pagan impuestos. Y las áreas delimitadas para salvar
el agua de las ciudades lo que consiguen al final es que sigamos importando la
comida y no consumamos las del campo.
El Porce, octubre 24 del 2024
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