EDITORIAL
Un lenguaje vacío
En la era de la sobreinformación, el
lenguaje, ese instrumento único que nos distingue como seres humanos, parece
haberse convertido en un cascarón vacío. En el ámbito político, los discursos se
han transformado en un ejercicio de retórica hueca, donde las palabras suenan,
pero no resuenan; se escuchan, pero no se entienden.
Los políticos, con frecuencia, manejan un léxico vasto, pero superficial.
Pronuncian palabras como "paz", "progreso" y "justicia" con una familiaridad
engañosa, mientras evitan profundizar en los significados reales que estas
palabras implican. Este uso vacío del lenguaje no es accidental. Más bien,
refleja un sistema donde la forma importa más que el contenido, y donde las
palabras están diseñadas no para comunicar, sino para confundir y manipular.
El problema no se limita a los
discursos políticos. En nuestra vida cotidiana, también nos hemos acostumbrado a
una comunicación que carece de sustancia. Usamos palabras para llenar silencios,
no para construir puentes de entendimiento. Hemos perdido la conexión con los
significantes, esos elementos profundos que otorgan sentido a los términos que
empleamos. Así, nuestro lenguaje se convierte en una suerte de ruido blanco,
incapaz de generar reflexión o cambio.
Esta desconexión entre palabras y
significados tiene consecuencias graves. Permite que el engaño se normalice, que
los compromisos se diluyan y que las promesas pierdan su peso. En este escenario,
el discurso político se reduce a un ejercicio performativo, donde las palabras
no tienen intención de construir, sino de encubrir. Los ciudadanos, por su parte,
dejamos de exigir profundidad y claridad en los mensajes, aceptando como
normales la ambigüedad y la falta de coherencia.
¿Qué nos queda, entonces? Nos queda la responsabilidad de recuperar un lenguaje
cargado de significado, uno que nos invite a reflexionar y a construir en
conjunto. Esto no se logra simplemente escuchando, sino aprendiendo a escuchar
críticamente, a cuestionar lo que se dice y lo que no se dice.
Sin un lenguaje con sentido, somos una sociedad que vaga sin rumbo, atrapada en
el individualismo y la desconfianza. La tarea de devolverle órganos y alma al
lenguaje no es sencilla, pero es imprescindible si queremos aspirar a un futuro
donde las palabras no solo suenen, sino que transformen.
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La
batalla de los sordos

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Hay sordera física y
sordera psicológica, ambas impiden escuchar lo que se dice. Pero la
sordera física se remedia con signos que palen la situación. Un
sordo de oídos no puede escuchar ningún sonido, pero percibe las
vibraciones de los sonidos y de las cosas e intuyen lo que está
pasando a su alrededor, porque están alertas con su sexto sentido.
Por lo general los políticos son sordos psicológicos, porque ellos
escuchan lo que quieren escuchar y lo que les conviene. La razón es
muy simple, ellos siempre están rodeados de adoradores que les están
hablando y señalando lo que deben hacer y cómo aprovechar cualquier
terreno donde ellos se metan. Lo importante aquí es ganar seguidores
y votos.
El problema nace cuando ellos se montan en la caravana del poder y
ahí se vuelven sordos psicológicos porque ellos solo se escuchan a
sí mismos para no perder el poder sobre los demás. Ellos son el
poder que una multitud les concede o les presta mientras ella recibe
buenos beneficios.
Al comienzo todo funciona de maravillas, porque quien está en el
poder cree que se las sabe todas y que solo es dar órdenes y que se
hagan las cosas. Pero una sociedad no funciona como una granja
agrícola donde hay peones y los pueden ubicar en cualquier barricada
para que duerman y convivan mientras se cosecha.
Una sociedad es un bordado en un tapete donde hay que manejar
colores, espacios, figuras y balance de todo el conjunto para que
tenga su hermosura, para que otros transiten sobre él sin pensar que
lo van a estropear.
Históricamente los empoderados del poder que han sido sordos
psicológicos han terminado mal, pero muy mal. El cuadro es
deprimente cuando lo miramos. Pero sin embargo lo vemos que se
repite una y otras vez como en el caso de Venezuela.
Todos estos individuos se creen que fueron elegidos por fuerzas
extraterrestres para gobernar el mundo, y ese cuarto de hora se
agota tarde que temprano. Aunque todo regla tiene su excepción y
estos terminan sus días entronizados en el poder hasta que se mueren
de vejez o enfermedades. Aquí hay que hacer un estudio más profundo
para entender qué es lo que realmente hicieron para sostenerse en el
poder.
Hay cosas que pasan en los países que hacen que sea muy latente lo
que está pasando, y se perciba en el ambiente cuando no hay esa
estabilidad que emana de quien gobierna y que no sabe cómo manejar o
se teje un tapete. Lo que pasa es
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que todo termina mal y siempre terminan afuera y en el peor de los casos
asesinados.
NO SON DISIDENCIAS SON TRAQUETOS
Crónica #1087

Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=QHdmeJDI6TM
Una vez más como en tantas otra repetidas oportunidades de la historia
colombiana la paz firmada fracasó. Nuevamente el país está en guerra, tres
cuartas partes del país son zonas de combates, los antiguos grupos guerrilleros
han evolucionado, ya no actúan como ejércitos ideológicamente unidos y
motivados, son bandas de traquetos.
Cada vez más su accionar es el mismo que usaron los narcos hace cuarenta
años, cuando comenzó su revolución, que nunca hemos querido admitir, pero que
nos volteó por completo el escaparate hasta dejarnos como herencia una increíble
cultura traqueta.
Los amigos del expresidente Santos, que firmó esa paz, y los medios
informativos que le siguen debiendo cortesías, insisten en llamar la guerra que
se ha vuelto a vivir como hecha por las disque disidencias de las FARC,
cometiendo un graso error.
En esta guerra ya no hay 'Tiro Fijos' ni 'Carlos Castaño', en esta guerra
cada grupo actúa por su cuenta, sin direccionamientos de comandos centrales y
con un solo objetivo: conseguir las mayores ganancias económicas con la
producción y exportación de cocaína y oro.
Sus metas no están orientadas para tomarse el poder, con haber cooptado
los gobiernos municipales, como hicieron los traquetos antaño, les basta. Sus
miras van orientadas a tomar más territorios donde se facilite y rinda más la
siembra de la coca y la explotación ilegal del oro, y para demostrar que dominan
el espacio, no tienen los obuses antiguos de la guerra, utilizan a diario la
extorsión, significándole al ciudadano común que el Estado son ellos.
Hasta ahora no se han tomado las ciudades, les basta con alimentar de
mercancía a las bandas urbanas y delegarles el cobro del impuesto de la vacuna,
son traquetos modelo 2025.
Cada vez entonces, nos vamos pareciendo más a Haití, y entretanto, el
gobernante se frota las manos en Casa de Nariño, donde esperan reinar,
eternamente, con los textos de Lenin en la mano si el caos se toma completamente
al país.
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