EDITORIAL
De ensueño y responsabilidad
Vivimos en una tierra donde abundan los sueños, pero
escasea la voluntad para convertirlos en realidad. En muchas
ocasiones, el país parece habitado por voces que imaginan futuros
brillantes, pero rehúyen la más mínima exigencia que los acerque a
esos horizontes. Se sueña mucho, se actúa poco. Se desea con
vehemencia, pero sin compromiso. Así, la palabra se convierte en
refugio y la acción en un terreno incómodo al que pocos se atreven a
pisar.
El problema no está en soñar, sino en la ausencia de responsabilidad
que acompaña esos sueños. Hemos construido una cultura donde la
comparación constante con el otro se vuelve una forma de existencia.
Se vive a través del “qué dirán”, se mide el éxito según estándares
ajenos, y se observa con desdén al que logra avanzar. La envidia,
disfrazada de crítica o indiferencia, ha reemplazado el
reconocimiento, y con ello hemos erosionado la posibilidad de
construir comunidad.
Lo preocupante es que esta actitud ha colonizado incluso la
percepción de lo propio. Se desprecia lo local, se desconfía de lo
autóctono y se idealiza lo lejano. Se ha dejado de ver el país como
un hogar para convertirlo en una carga. Se habla de “irse para
progresar”, como si el territorio fuera una condena, sin entender
que el verdadero encierro no está en el suelo que se pisa, sino en
la mentalidad con la que se camina.
No se trata de negar los desafíos, sino de asumir que la
transformación comienza en el modo en que cada uno habita su país.
El desarraigo emocional, la falta de compromiso, la ausencia de
orgullo por lo propio, son ingredientes de una toxicidad que no
proviene de la tierra, sino de la actitud con que la habitamos.
Tal vez, el primer paso para superar esa toxicidad es dejar de soñar
desde el resentimiento y comenzar a construir desde el amor. Ver en
lo cotidiano una posibilidad, y no una condena. Recuperar el sentido
de pertenencia, no como una consigna vacía, sino como una forma
profunda de responsabilidad. Porque un país no se transforma con
discursos ni con fugas. Se transforma con decisiones, con afecto, y
sobre todo, con voluntad.
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La inocencia
está arruinando a los colombianos

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Las guerras no las hace el pueblo. Las guerras las
generan los que tienen intereses en los bienes ajenos y someten a
sus lacayos a pelear por lo que no es de ellos. Esta simbiosis se ha
sostenido por siglos sin que los lacayos entiendan que ellos son los
perros falderos de los que están en el poder que el lacayo le ha
dado.
La sociedad es lacaya de los políticos y ella es inocente de esta
situación, porque al carecer esta de independencia intelectual se ve
sometida a quienes poseen un poco o más capacidad para discernir
sobre asuntos públicos o manejo del bien común. Este fenómeno se
viene dando desde los principios cuando el ser humano establece la
casa como hogar para su tribu o grupo social.
Hoy, en los albores del siglo 21 de nuestra era, podemos ya
distinguir la diferencia de conductas humanas que actúan según sus
intereses personales en contravía de la leyes y principios que el
Estado establece para sostenerse con los impuestos que la sociedad
paga para el bien del establecimiento.
Derrotar el establecimiento como tal, seria una batalla de nunca
acabar, porque sus raíces son tan milenarias que cada vez que se
arranca la mata, algo queda en la profundidad de la conciencia
humana que vuelve a renacer como si fuera un nuevo principio.
Estamos tan acostumbrados de tener líderes, pastores y maestros del
malabarismo mágico que nos harán creer que somos seres incapaces de
avanzar por nuestros propios medios y que ellos son los que pueden
hacer que la vida renazca nuevamente por un acto de fe.
Nuestra vida es solo un espacio, hipotético, que cada uno de
nosotros lo vivimos como se nos presenta a cada instante. No podemos
predecir el mañana, pero si organizarlo para que sea más fructífero
o quizás menos angustioso. Pero eso sí, si no se nos atraviesa una
sabandija que nos estropea todo lo ya hecho.
Debemos detenernos un instante, y comenzar a evaluar nuestra propia
vida y tomar decisiones sobre nuestro propio bien y de aquellos que
dependen de uno. Y no dejar que nos tomen como sus mascotas para
ellos beneficiarse de nuestro trabajo y sueños de nuestra
existencia.
El camino está por recorrer y solo
necesitamos dar un paso para hacerlo corto
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y cambiar de lugar de donde estamos ahora. Nunca ha sido tarde
para alcanzar las metas que cada uno se impone y lograr el objetivo final.
HASTA EL CAFÉ CHUPA
TROMPETA
Crónica #1093

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=NaEaxdWFqqQ
Aunque nunca se sabe quién escoge las tendencias de las noticias en Colombia, y
mucho menos ahora que existen los promotores de ella en los garajes de
pipiripao, no deja de ser curioso que no nos hayan pretendido convencer que
somos victimas del humillante trato de los aranceles que decretó el impoluto
presidente de los Estados Unidos.
El hecho de que dos de nuestros productos estrella, el petróleo y el
café, hayan sido sancionados con un arancel del 10 %, no parece preocupar ni
siquiera a los cómodos exportadores de café de las trilladoras de Pitalito.
Pero aunque los manejadores de la noticia no lo digan, algo nos convierte
en sujetos humillados por el emperador gringo. El solo hecho de que se le haya
impuesto un 46 % a los cafés robustas que exporta Vietnam, nos hace pensar que
de refilón, algo nos afecta.
Los tostadores gringos combinan el robusta vietnamita o brasilero con el
suave colombiano, y allí reside el negocio de esas procesadoras.
¿Hasta qué punto el precio del robusta hará cambiar la ecuación de la que
hacemos parte? Lo deberían saber hace rato los antiguos mercaderes de la
federación. Pero como a ellos se los comió el déficit de los futuros y quedaros
tan castrados de ideas y métodos, como las cooperativas que llevaron a la
quiebra, ninguno da pie con bola, ni siquiera en estos tiempos de la IA y de los
algoritmos que todo lo averiguan en un flash.
Muy probablemente esta chupada de trompeta que le toca al café
colombiano, será una oportunidad de ampliar el mercado y mantener el alto precio
que por meses ha logrado en Nueva York. Pero los cafeteros, dirigidos por
Bahamon, ni siquiera le han preguntado a Uribe, su patrocinador, para que los
oriente, y menos que van a proponer un agresivo plan de mercadeo para cuando se
calmen las aguas.
Parecería que nacimos para ser arriados, como las mulas que cargaban el
café.
El Porce, abril 10 de 2025
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