EDITORIAL
Un juego de expectativas
ajenas
La juventud, en su esencia, es una
etapa de exploración, atrevimiento y cuestionamiento. Es un período en el que
las certezas se mezclan con las dudas, donde los ideales se chocan con la
realidad, y el individuo, en su impulso por encontrar su lugar en el mundo, no
tiene miedo de equivocarse. Sin embargo, lo que alguna vez fue una etapa de
descubrimiento auténtico parece haberse transformado en un juego de expectativas
ajenas, donde los jóvenes ya no fallan por sus propios errores, sino por las
reglas impuestas desde afuera.
La juventud de hoy se encuentra atrapada en una dicotomía peligrosa: el anhelo
de autenticidad versus la presión de conformarse a un molde preconcebido. Las
redes sociales, como espejo distorsionado de la sociedad, han impuesto una
imagen casi inalcanzable de lo que significa ser joven. No solo se exige éxito,
sino también la proyección de un "éxito" que no pertenece al sujeto, sino a la
imagen que los demás esperan ver. De esta manera, muchos jóvenes han comenzado a
adoptar identidades prestadas, construidas a partir de lo que se supone que
deben ser, no de lo que realmente son. La paradoja es que, en lugar de aprender
a conocerse a sí mismos, muchos se ven atrapados en la espiral de querer cumplir
con expectativas externas, dejando de lado el proceso natural de exploración
personal.
En este contexto, el "fallar" pierde
su valor como herramienta de aprendizaje. Los jóvenes ya no fallan porque
intentan algo nuevo, sino porque las estructuras sociales y digitales los
condicionan a comportamientos que no les pertenecen. La experiencia personal,
rica en matices y aprendizajes, es reemplazada por una realidad fabricada que se
adapta a los estándares de lo "políticamente correcto" o lo "socialmente
esperado". La consecuencia de esta dinámica es la creación de una generación que
se ve reflejada más en lo que otros quieren que en lo que realmente son, y, como
resultado, sus aspiraciones y deseos se convierten en ecos de voces ajenas.
¿Qué mundo nos espera cuando los constructores de ese futuro son jóvenes que han
olvidado cómo construir su propia identidad? El peligro radica en que una
generación que no sabe cómo verse a sí misma, ni cómo aprender de sus propios
errores, podría ser incapaz de aportar soluciones auténticas y constructivas. La
autonomía individual, la capacidad de soñar con metas propias y la posibilidad
de equivocarse como parte del crecimiento, parecen estar cada vez más en peligro.
La juventud prestada es una ilusión que debemos desmantelar para permitir a las
nuevas generaciones abrazar su verdadera esencia, sin los filtros de lo que se
supone que deben ser.
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Como hacer las
cosas bien

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
En un principio todo
estaba en orden y las cosas estaban en su lugar. Todo funciona bajo
un orden natural siguiendo normas y leyes nacidas de la experiencia
en la evolución de las cosas. Pero llegamos un día y todo cambió.
Un municipio, una región o un Estado se administran bajo ciertos
principios que la misma sociedad va imponiendo. Y bajo ese orden de
acciones el conjunto social establece sus necesidades y prioridades.
En un Estado primitivo las cosas funcionan sin altibajos y todos
sobreviven bajo su propio entorno, pero cuando la sociedad
evoluciona y aparece todo tipo de encantadores de culebras y crean
mitos estableciendo un orden que no corresponde a la parte humana.
Nace todo tipo de enfermedades sociales que maltratan a quienes
vivan en esas sociedades.
Estamos en una era donde la desigualdad es trascendental y todos
creen entender que las cosas van bien, aceptando las indicaciones de
unos pocos que se llaman gobernantes y que solo establecen leyes
para beneficio del establecimiento.
El desamparo y el abandono es el conjunto de principios que siempre
están como un fantasma que reclama en nombre de todos los
desprotegidos. Y quienes están empoderados no ven las raíces de
donde nacen todos los crímenes que el Estado crea convirtiéndolo en
el creador del crimen organizado.
La falta de razonabilidad de quienes manejan la cosa política, se
ven obligados a buscar recursos de quienes laboran para poder
sostener el andamiaje estatal y creando infraestructuras que
absorben más capital del que recaudan de los impuestos y sobre tasas
impuestas.
Una nación manejada por estacionarios mentales es difícil que
prospere o establezca rutas que permitan que la sociedad madure o
crezca. Estas sociedades vivirán dependiendo de otras como mascotas,
sobreviven de lo que las ya establecidas paguen por la compra de
materias primas y que revenden al vendedor original.
Quienes han gobernado a Colombia desde su nacimiento, no han sido
gobernantes, han sido individuos que han pretendido asumir unos
cargos sin el conocimiento del manejo de una nación. Marco Fidel
Suarez es un ejemplo y seguido de él no hay con quien contar.
Colombia ha sido un país de individuos en el poder que la han
llevado de guerra tras guerra sin poder establecer una nación unida.
En las regiones los gobernantes han mamado del Estado porque no
saben cómo convertir estas regiones en autónomas y prósperas, porque
prefieren vivir del presupuesto nacional. La falta de capacidad
mantiene en vilo la economía y sobreviven por la recolección de
impuestos que los ciudadanos pagan bajo amenazas y extorsión de los
políticos.
La incapacidad ciudadana impide hacer cambios en las estructuras
nacionales porque unos pocos gobiernan a la gran mayoría. Y los que
medio piensan se abstienen de ir a votar o protestar para
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impedir la elección de corruptos
personajes ya reconocidos en el ambiente político.
Los ignorantes culpan a otras
naciones por sus negocios bien hechos, olvidando que los propios no actúan
honestamente y dejan que tomen ventajas a las cuales un buen juicio impediría
que eso pasara. Todas estas actuaciones son las causantes de las desgracias de
los pueblos. Cada sociedad es dueña de su destino. Quienes gobiernan son el
espejo de lo que es su sociedad, porque para que ellos lleguen a ocupar estos
puestos tienen que ser elegidos por gente del mismo estatus moral.
LE BESARON EL CULO Y
NO PARÓ
Crónica #1094

Por: Gustavo Álvarez
Gardeazábal
Audio: https://www.youtube.com/watch?v=kwjMrsPw1oM
El presidente Trump al hablar vestido de smoking ante el comité republicano se
burló de los países que según él, están desesperados por negociar los aranceles
impuestos por su administración, afirmando que: "le estaban besando el culo y se
mueren por llegar a un acuerdo".
El estupor fue mayúsculo, sin embargo, después de esa grotesca afirmación, digna
del lumpen de barriada, no del presidente de la primer potencia del mundo,
anunció con bombos y timbales, que sigue en el guerra contra China, y le sube a
125 % los aranceles, pero que suspende los cobros de las otras tasas, dejándolos
a todos por 90 días con el solo 10 %, mientras negocia país por país.
El estupor se modificó entonces en el mundo entero y la afirmación universal fue
unánime: 'a Trump por lo menos le falta un tornillo y tiene desajustado los
ensambles de su cerebro'.
No puede ser posible que un ciudadano norteamericano que ya ejerció 4 años la
presidencia vuelva al cargo y juguetee con las finanzas de los 8.000 millones de
habitantes de la Tierra como un niño que apenas está largando la teta de su
madre. Y si lo es y en ese país no existe un código mínimo de comportamiento
para un presidente, por lo menos, la suprema corte, o aún, los subyugados
congresistas del capitolio de Washington, deben considerar al señor Trump como
indigno de ejercer el cargo.
Hasta ahora no se oyen voces en ese sentido, pero muchos de quienes nacimos
después de 1940 estamos recordando las afirmaciones y análisis que hicieron
sobre el estado mental de Hitler, que llevó a la hecatombe de la Segunda Guerra.
Lo grave es que en aquellos momentos de hace más de 80 años los alemanes nazis
que le acompañaban a gobernar a su país se dejaron contagiar de esa demencia, y
llevaron a Alemania y al mundo al oprobio.
¿Podría pasar lo mismo con los gringos que siguen aplaudiendo las barrabasadas
de Trump?
El Porce, abril 11 de 2025
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