Pereira, Colombia - Edición: 13.463-1043 Fecha: Martes 15-04-2025 |
COLUMNISTA |
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RETRATO DEL NADAISTA CACHORRO
Por: Jotamario Arbeláez
El aviso en la puerta
En la
puerta de la casa de la carrera cuarta número 20-60 hay un aviso de
hojalata azul con letras blancas en altorrelieve que dice: “Se
venden pantalones de paño para niño”. A granel acuden las madres, y
mi padre les toma a los pilluelos con el metro que carga a manera de
estola las medidas de la cintura, de la corta entrepierna, y de
largo hasta la mitad del muslo. Son los tradicionales pantalones
cortos que se usaban en Antioquia hasta entrada la adolescencia y
que en Cali están en desuso, pues los niños a partir de los siete se
niegan a entrar en ellos.
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convence que no puede porque esos pantalones los corta y confecciona con los retazos sobrantes de los vestidos de paño que hace para los grandes.
Cuando no llegan
clientes, papá se las ingenia para hacer de todas maneras pantaloncitos cortos
con medidas imaginarias, con cargaderas cruzadas y las braguetas con cuatro
botones, pues la moderna cremallera ha resultado un peligro para los prepucios
de los pequeñines que no usamos pantaloncillos. Es el muestrario con que
deslumbra a las señoras cuando arriman a vestir sus “culicagaos”. Muchas veces
los compran hechos o con ligeras reformas en el largo o en el talle, alejándose
de la ventaja principal del sastre de postín, que es el de sólo ofrecer el
producto sobre medidas a su clientela de príncipes.
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vello a la vista, para mofas de los condiscípulos, todos ellos con pantalones largos, pero de dril, un material barato y nada elegante. Curiosamente, la mayor clientela para los pantalones cortos son los hijos de uno de los policías de la estación cercana, el mismo que le da bala al balón cuando nos sorprende jugando un partido en el Pasaje sardi o al pie de la estatua de Ignacio de Herrera en el parque de San Nicolás.
De modo pues que,
por el barrio, andamos dos tipos de chachos bien diferenciados, los de pantalón
de dril largo que se las tiran de hombres hechos y derechos y los de pantalón de
paño corto “de ese papá de Arbeláez”, con la mirada baja por la vergüenza de que
nos vean las intimidades salientes como son los vellos hirsutos, mientras aún se
nos considera proyectos de hombres. Los primeros ya asedian a las niñas ─como la
bella Olga García─ que dan vueltas los domingos al parque de San Nicolás y hasta
las llevan de gancho, mientras los segundones, montados en el inmenso árbol del
centro chupando pepitas rojas arrancadas de los arbustos de coca, los vemos
pasar con envidia.
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