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COLUMNISTAS

 

Pereira, Colombia - Edición: 13.480-1060

Fecha: Domingo 04-05-2025

 

Ha muerto Francisco, el papa que incomodó al mundo desde el amor radical
 


Por: Oscar Suarez


Ha muerto el papa Francisco, el argentino locuaz que por primera vez llevó a América Latina a ocupar la silla de Pedro. Su pontificado, lejos de pasar inadvertido, será recordado por sus gestos insólitos, sus palabras desconcertantes y una forma de ser papa que descolocó a muchos. A menudo, nadie entendía por qué actuaba así. Desconocían, entre otras cosas, que era jesuita.

Los jesuitas, miembros de la Compañía de Jesús, son una orden religiosa fundada en 1540 por un exsoldado español llamado Ignacio de Loyola. Pero más allá de sus orígenes, muchos ignoran que, en 1974, durante su Congregación General número 32, esta orden hizo una "opción preferencial por los pobres". No fue una sugerencia, fue un imperativo ético, como lo expresó con claridad su entonces superior general Pedro Arrupe. Esa opción marcó para siempre la vocación de Jorge Mario Bergoglio, como sacerdote, obispo, cardenal y, finalmente, papa.

Desde allí nace su compromiso inquebrantable con los excluidos. Francisco no abrazó a los homosexuales, a los presos ni a los pobres porque celebrara la homosexualidad, el delito o la miseria, sino porque comprendía que esos eran los rostros olvidados de Dios. Su mensaje fue siempre claro: también ellos son hijos del Padre.

Francisco no fue un teólogo brillante ni un filósofo elocuente. Lo suyo fue la pastoral. La pastoral que actúa, que bendice, que transforma el Evangelio en hechos tangibles. Tal vez por eso pronunció frases que escandalizaron a los teólogos y cardenales más ortodoxos. Como aquella que decía: “Toda religión puede llevar al hombre a Dios”. Para sus críticos, esa frase relativizaba el mensaje doctrinal de la Iglesia. Para Francisco, era simplemente una verdad práctica que se confirmaba en la vida de tantos hombres y mujeres de fe.

No le interesaban las disquisiciones abstractas. Él vivía en lo concreto. En el abrazo. En el servicio. En lo real. Así fue como pasó de las palabras a los hechos: hizo prefecta de un Dicasterio (algo así como un ministerio del Vaticano) a la monja Simona Brambilla, una decisión sin precedentes en la historia eclesial, donde esos cargos siempre habían sido reservados a cardenales varones. Para Francisco, revalorizar a la mujer no era hacer discursos; era darle poder real, con decisiones que cambiaran estructuras.

Tampoco se entendió —o no se quiso entender— que ordenara a los sacerdotes ofrecer una bendición pastoral (no sacramental) a las parejas homosexuales en su documento Fiducia Supplicans. No era una concesión ideológica. Era una respuesta desde su identidad de pastor que no excluye, sino que acoge a toda oveja herida.

Vivió sin lujos, rechazó la pompa vaticana, y con su testimonio desafió a obispos y sacerdotes a abandonar lo que él llamó la “psicología de príncipes”. Denunció como escándalo el uso de autos lujosos por parte del clero y se opuso firmemente a los "obispos de aeropuerto", más atentos al protocolo que al pueblo.

En esa misma fidelidad pastoral, enfrentó con valentía uno de los más dolorosos y oscuros capítulos de la Iglesia: los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Desde la residencia Santa Marta, Francisco afirmó con contundencia que “la Iglesia llora por los crímenes de abuso sexual” y calificó estos actos como “rituales satánicos”. No solo pidió perdón en nombre de toda la Iglesia, sino que dio pasos concretos: creó una comisión mundial para la protección de menores, integrada por mujeres y laicos, con el fin de atender a las víctimas y prevenir nuevos abusos. Con ello, marcó un antes y un después en la manera en que la institución aborda esta tragedia.

Su vida fue la puesta en escena del Evangelio en su forma más pura y más incómoda. Por eso, generó tanto rechazo como amor. Entendió que su misión no era custodiar dogmas vacíos desde escritorios dorados, sino estar junto a los más pequeños, como se lo pedirá algún día el Padre en el banquete prometido: porque cuando tuvo hambre, lo alimentaron; cuando estuvo preso, lo visitaron; cuando estuvo desnudo, lo cubrieron.

Francisco fue, más que un papa, un pastor. Y en esa fidelidad pastoral, quizás esté el mayor legado de su paso por la historia. Nos desafió a vivir la fe con hechos, y no con palabras. A amar, no a juzgar. A acoger, no a excluir. A vivir, en fin, el Evangelio con la radicalidad del amor.

 

 

 

¡EL DIABLO HACIENDO HOSTIAS!

Por: Álvaro Ramírez González
alragonz@yahoo.es


Creí en Juan Manuel Santos y voté por él, la primera vez, confiado como confió Uribe, en que era su discípulo, y le daría continuidad a la política de los “tres huevitos “, tan exitosa para el país.

Las cifras son no solo indiscutibles, sino sin antecedentes en la historia de la economía colombiana.

Crecimiento del 34.4 % en 8 años.

¡Impensable!

La Seguridad Democrática, que es el primer huevito, le trajo una bocanada de oxígeno a la economía del país y acabó con plagas tan duras como las pescas milagrosas, la extorsión y el secuestro.

Recuperó 411 municipios que estaban tomados por el terrorismo y regresaron allí sus Alcaldes.

Recuperó las carreteras y los campos.

Santos engañó a Uribe y cambió todo el libreto de su mandato.

Nunca llegué a imaginar siquiera que Santos se fuera a robar descaradamente el mandato de un plebiscito con un 50.2 % de la votación equivalente a 6.4 millones de votos que negaron el acuerdo con las FARC en la Habana.

Un premio Nobel confirmado y un bono de más de mil millones de dólares de las FARC, sin confirmar, motivaron esa errada y vulgar actuación de Santos.

Tampoco imaginé que haría esas sucias jugadas de inundar con dinero de Odebrecht a la Costa Atlántica, para revertir en la segunda vuelta, el triunfo indiscutible de Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta, por más de 700 mil votos.

Ahí mostró Santos su falta total de escrúpulos.

Y hablado de lealtad, Santos compró todos los congresistas del partido de la U, que creó el presidente Uribe.

Se le robó con dinero del presupuesto de la Nación, el partido a Uribe y lo puso así a su servicio.

Ese es Juan Manuel Santos.

No es pues gratis la fama de tramposo que tiene.

El acuerdo de la Habana, ha sido un fracaso total desde todos los puntos de vista.

Santos hipotecó al país en $100 billones para un acuerdo inútil.

Tan inútil, que hoy ya son 3 FARC, en vez de una sola.

Dos disidencias mucho más armadas y envalentonadas que las FARC genuinas.

La JEP, es un tribunal espurio que hoy vale casi un billón de pesos y no ha hecho nada fuera de absolver terroristas.

¡Nada más!

Álvaro Uribe, liquidó el EPL.

Dejó al ELN, en una situación famélica.

Y las FARC, tan diezmadas que tuvieron que liquidar 8 bloques por anemia económica.

Liquidó a Martín Caballero, al Negro Acacio, a Raúl Reyes y al Mono Jojoy.

Y extraditó de un plumazo a los 14 jefes paramilitares más poderosos.

Y no negoció con nadie.

Impuso el imperio de la ley.

Santos sembró una semilla, con la que puso en igualdad de condiciones a los terroristas con la fuerza pública.

Una miserable y asquerosa inversión de valores.

No tengo duda que Santos estuvo detrás de Petro en su elección.

Como siempre detrás de las cortinas.

Y ahora, al ver el país bañado en sangre, un número inimaginable de masacres, 65 municipios fantasmas y 50 policías y soldados asesinados en 4 meses, Santos sale a la palestra.

 

A rasgarse sus vestiduras por el fracaso y los ríos de sangre de La Paz total de Petro.

Aparece horrorizado y manoteando por este desastre de país.
 

 

 

Qué cinismo.

 

¡Que sinvergüenza!


Santos sembró la semilla de negociación con el terrorismo.

La Paz total de Petro es hija del acuerdo de la Habana, de Santos.

De eso no hay ninguna duda.

Ningún país del planeta negocia con el terrorismo.

Santos es el aliado de las FARC, que le consiguieron un Nobel chimbo y mil millones de dólares de bono, por firmar ese acuerdo- estafa para Colombia.

¿Se acuerdan Ustedes del grito de Júbilo de Juan Manuel Santos en la Asamblea de la ONU?

“¡La guerra en Colombia terminó!”

Todo era falso, todo espurio, todo papel.

¡Todo, una billonaria farsa!

Igual a Santos.

¡Un tramposo!

Sobremesa 1

Casi la mitad del gabinete Petro lo puso Santos.

¿O de dónde vienen Prada, Cristo y Velasco el de las bolsas?

Sobremesa 2

Y dijo Santos que se retiraría a cargar a sus nietos.

Mentiroso.

A hacer daños y perseguir a Uribe.

¡Detrás de las puertas!

¡Tramposo!

 

CHARLAS CON UN MAESTRO SAMMASATI

Por: Gongpa Rabsel Rinpoché
Lama Sammasati para Latinoamérica

 

El Campo de Batalla Interior: La Guerra Espiritual en Tu Mente

 

La guerra espiritual, un concepto arraigado en muchas tradiciones religiosas y filosóficas, sugiere una lucha constante entre fuerzas del bien y del mal. Sin embargo, ¿dónde se libra esta batalla? La respuesta, según muchos expertos, es más cercana de lo que imaginamos: en nuestra propia mente.

Nuestra mente es un campo de batalla donde se enfrentan pensamientos positivos y negativos, creencias limitantes y empoderadoras. Es aquí donde se construyen nuestras realidades, donde se moldean nuestras emociones y donde se toman nuestras decisiones.

¿Por qué la mente es tan importante?

* Nuestros pensamientos crean nuestra realidad: Lo que pensamos influye directamente en cómo percibimos el mundo y cómo interactuamos con él.

* Las emociones son el resultado de nuestros pensamientos: Sentimientos como la alegría, la tristeza, el miedo o la ira son una respuesta directa a nuestros pensamientos.
 

* Nuestras decisiones se basan en lo que creemos: Creencias limitantes pueden sabotear nuestros objetivos y sueños.

 

 

¿Cómo podemos ganar la batalla en nuestra mente?

* Conciencia plena: Observar nuestros pensamientos sin juzgarlos es el primer paso para tomar control de ellos.

* Reemplazar pensamientos negativos: Identificar y reemplazar pensamientos negativos por afirmaciones positivas.

* Meditación y oración: Estas prácticas ayudan a calmar la mente y conectar con una fuente superior.

 

* Desarrollo personal: Invertir en nuestro crecimiento personal nos fortalece mentalmente.

La guerra espiritual no es una lucha externa, sino un proceso interno de transformación. Al comprender que nuestra mente es el principal campo de batalla, podemos tomar las riendas de nuestra vida y construir una realidad más positiva y empoderadora.

 

 

 

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