Pereira, Colombia - Edición: 13.495-1075

Fecha: Jueves 22-05-2025

 

 COLUMNISTA

 

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NADAÍSMO PAZ Y POESIA I

Por: Efer Arocha

 

NOS LADRAN LOS PERROS, SANCHO, SEÑAL QUE CABALGAMOS

 

El viernes 13 de mayo, 2016*, en el salón de Francia América Latina, en París, fecha y día de los mejores augurios para laudables propósitos, en un espacio atestado de público, Ciudadan@s por la Paz de Colombia y Vericuetos, dimos la bienvenida, al aguerrido y temible poeta nadaísta Jotamario Arbeláez y aplaudimos la lectura de poemas de la poeta Ángela García.

 

 

Estando con nadaístas cualquier cosa se puede esperar, como en efecto sucedió. El vate que ahora es dueño de una contextura flacucha de araña de desierto, en paciencia pura fue extrayendo de una mochila una especie de periódico y con él en la mano gritó: A la mierda con la guerra! Atronadores aplausos sacudieron la atmósfera. De inmediato vino a mi magín, el comandante santandereano Pablus Gallinazo, compañero de armas del agasajado; aquél que escribiera y cantara una flor para mascar, yerba con la que abrió fuegos el nadaísmo, motivo de grandes persecuciones por los que todo lo pueden y el estado, empezando por los carcelazos, sustentados jurídicamente por las tumefacciones que a cada puñetazo sufría la clase dirigente. En Fe y Fo, en la contra carátula del texto, apologema al pedo, escrito por el mismo Gonzalo Arango, no es un monumento a los gases excrecentes, sino una agria crítica al orden social vigente de la época y también de la actual, porque las penurias para los de abajo, lejos de desaparecer se acentúan.

Lo que sostenía los dedos del arácnido no era un periódico, sino algo más interesante, un manifiesto contra la guerra firmado por
casi todos los sobrevivientes del movimiento, conflicto que irrumpe en el suelo colombiano a fines del 45 del siglo pasado. Jorge Eliécer Gaitán, jefe del liberalismo, se vio forzado hacer la famosa marcha del silencio para tratar de detener

 

 

 

el asesinato de sus copartidarios. Violencia que se va acentuando paulatinamente hasta alcanzar las dimensiones de guerra civil en la que nos encontramos actualmente. El documento es una obra de arte político, afirmación que por sí sola, sostiene las bellas ilustraciones del maestro Pedro Alcántara y su testimonio autobiográfico firmado en Cali el 21 de abril de 2004. Lo interesante de los firmantes es que expresan su opinión sobre el conflicto y de manera unánime condenan con sentido lúcido el fardo del dolor que produce la violencia de un proceder insensato, absurdo y lo que es peor, es la atrocidad que en delirio sobrepasa la imaginación de la tragedia. Son ellos: Jotamario Arbeláez, Patricia Ariza, Armando Romero, Alvaro Medina, Rafael Vega Jácome, Jan Arb y Elmo Valencia; con algunos textos de otros nadaístas vivos y muertos.

El nadaísmo emerge en una situación particular de la sociedad colombiana que exige y produce un cambio de unos hábitos y cultura propios de una sociedad pastoril pacata, retrógrada y tradicional, eso de una parte, de la otra, las exigencias de modernidad de la sociedad de mercado. La cual acepta en el plano internacional cambios culturales a través de la música; liderados por el Rock y los productos de la ciencia que liberaron en el mundo la sexualidad femenina. La píldora entregó a la mujer moderna, más libertad que todas las revoluciones contemporáneas juntas. Nadaísmo, Rock y Píldora mandaron al cuarto de los trebejos por inservibles los valores semifeudales vigentes encabezados por la moral judeo-cristiana.

En la época existían colegios para niñas y separado para varones, todos vestían uniformes distintos, insignias para diferenciar sus establecimientos y buscar resaltarlos. Los rezos al iniciar clases, misa obligatoria y desfile público en las fiestas nacionales, departamentales o locales, con bandera del colegio y de la patria, y la banda del mismo. Era motivo de emulación, envidia y rencores entre centros educativos por la calidad de uniforme, banda, pero sobre todo por miradas y aplausos del público, los organismos de enseñanza oficiales de los pobres, eran vivados por las calles donde pasaba el desfile; sin embargo, los privados siempre salían vencedores porque lo que contaba eran los aplausos de la tribuna de honor, donde se encontraban las jerarquías eclesiásticas, las autoridades del estado encabezadas por el gobernador o alcalde, comandante del ejército y de la policía seguido de invitados respetables, una cáfila de caciques de todos los pelambres.

Es fácil colegir que en el ordenamiento social de la época, todo estaba normado. Continuando con la educación, parámetro y símbolo de cualquier sociedad en la formación oficial, las profesoras, para el caso femenino, tenían un metro para medir de la rodilla para abajo cuántos centímetros

 

 

 

 

debía tener la falda. Cuando la vigilante sospechaba que se había encogido, cartabón en mano medía del cuadril para abajo y procedía a soltar el dobladillo. Una falda un poco corta era el primer paso al pecado y si la alumna volvía a infringir la expulsaban del colegio. Para los padres de un expulsado era una verdadera catástrofe familiar encontrar un nuevo colegio o escuela.

 

 

Las bibliotecas de los escolares eran vigiladas en las escuelas y también en casa, se prohibía la tenencia de una revista de origen norteamericano titulada Reader’s Digest. Sin embargo, los textos más perseguidos, como sucedía en la Edad Media, con El Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam, eran El origen de la vida de Oparin, El origen de las especies de Darwin y Cómo el hombre llegó a ser gigante. De pronto un ejemplar de los antes mencionados caía en manos de algún estudiante inquieto, y es así como una estudiante de un colegio religioso boyacense, empezó a dudar de su divinidad protectora, convenciendo a otras compañeras de colegio que en los asuetos de Semana Santa se fueran para la casa de la finca a las orillas de la laguna de Fúneque, y un viernes santo, se puso el vestido de baño de marca Catalina, de una sola pieza, y ante sus amigas asustadas pero curiosas, puesto que el cura del pueblo, les había inculcado que las mujeres núbiles que se bañaban un viernes santo les salían escamas en su cuerpo y podrían convertirse en sirenas. La atrevida fue metiendo, primero uno de sus dedos de los pies en el agua, habían concluido, que un dedo plateado no era mucho problema porque lo cubría el zapato. Al cerciorarse que no le sucedía nada, hundió otros y luego todo el pie, todas lo escrutaron al milímetro, al no descubrir algo sospechoso, mojó el otro. Llena de susto al igual que sus compañeras, miraba atentamente a ver si le salía la primera escama. En vista que no aparecía el recubrimiento plateado por ninguna parte, se lanzó al agua y empezó a bañarse; acto seguido sus compañeras hicieron lo mismo. De pronto salieron corriendo del agua, se quitaron los vestidos de baño para mirar si en alguna parte les había salido la susodicha escarcha. Al comprobar que no había tal, volvieron a meterse en la laguna olvidando ponerse el adminículo. Desde entonces dejaron de creer en tanto cuento, y una de ella vive en París y puede testimoniar de lo sucedido.

 

 

 

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