Pereira, Colombia - Edición: 13.500-1080

Fecha: Miércoles 28-05-2025

 

 TECNOLOGÍA

 

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La peligrosa alianza entre microplásticos y E. coli: Una amenaza invisible en expansión

 

 
En paralelo, un informe de la Universidad de Columbia reveló que un solo litro de agua embotellada puede contener hasta 250,000 nanoplásticos, pertenecientes a al menos siete tipos de polímeros, entre ellos el poliestireno. Este dato inquietante pone de manifiesto la dimensión de la exposición cotidiana a estos residuos invisibles y plantea un desafío sanitario de escala global.
 


La combinación de esta contaminación omnipresente con la capacidad adaptativa de bacterias como la E. coli podría derivar en un cóctel biológico difícil de predecir. No se trata solo de que los patógenos se encuentren en ambientes contaminados, sino de que el plástico mismo esté actuando como un estímulo evolutivo que potencia su agresividad y resistencia. De confirmarse estos efectos en otros microorganismos, estaríamos ante un cambio radical en la forma en que se entiende la relación entre la salud ambiental y la salud pública.
 


Mientras tanto, los investigadores hacen un llamado a considerar los microplásticos no solo como desechos visibles, sino como actores activos en una red compleja de interacciones biológicas. Las bacterias no operan en el vacío: se adaptan, mutan, y ahora, como muestra este estudio, responden a estímulos físicos y químicos del entorno de formas que podrían poner en riesgo los avances médicos alcanzados durante décadas.

Aunque aún es pronto para conocer todas las implicaciones, el mensaje es claro: la contaminación por plásticos ya no es solo un problema ecológico. Es también un problema bacteriológico, inmunológico y, por extensión, un desafío sanitario de primer orden.

Si la comunidad científica, médica y política no actúa con rapidez y coordinación, podríamos estar incubando silenciosamente nuevas amenazas, impulsadas por las mismas partículas que se acumulan cada día en nuestros océanos, nuestros alimentos y nuestros cuerpos.

 

 

 
En un mundo saturado de plástico, la ciencia comienza a destapar conexiones insospechadas entre la contaminación ambiental y los riesgos emergentes para la salud humana. Un reciente estudio de la Universidad de Illinois ha encendido las alarmas al revelar que la Escherichia coli (E. coli), una bacteria ampliamente conocida por sus brotes infecciosos, se vuelve aún más virulenta al interactuar con diminutas partículas de microplásticos. La investigación, publicada en Journal of Nanobiotechnology, se concentra en los efectos provocados por el contacto directo entre la bacteria y fragmentos de poliestireno, uno de los plásticos más comunes y persistentes del planeta.

Los hallazgos son tan reveladores como inquietantes. Al estar expuesta a estas nanopartículas, la E. coli O157:H7 —una cepa especialmente agresiva— no solo alteró su crecimiento y viabilidad, sino que reforzó su biopelícula, una estructura que le permite adherirse a superficies, resistir antibióticos y desinfectantes, y, lo más preocupante, liberar más toxinas. Dichas toxinas son las responsables de síntomas graves como diarrea sanguinolenta, cólicos abdominales y, en casos extremos, el síndrome hemolítico urémico, una afección potencialmente mortal que compromete los riñones.
 


“Así como un perro estresado es más propenso a morder, las bacterias estresadas se volvieron más virulentas”, explicó el equipo
de la Universidad de Illinois en un comunicado, al comparar el efecto que generan las partículas ajenas en el organismo bacteriano. La analogía no es trivial: los investigadores descubrieron que el simple contacto con estos nanoplásticos puede activar un mecanismo de defensa en la bacteria, que se traduce en un incremento de su agresividad y capacidad de daño.

Este descubrimiento marca un nuevo capítulo en la comprensión del papel que juegan los microplásticos no solo como contaminantes ambientales, sino como posibles catalizadores de crisis sanitarias. Hasta ahora, la atención científica se había centrado principalmente en cómo estos residuos afectan a los ecosistemas marinos
 y su fauna. Sin embargo, el nuevo enfoque de la investigación apunta a una interacción más directa con patógenos humanos, una dimensión del problema que podría tener consecuencias aún desconocidas.

 

 

 
El estudio se enfocó específicamente en el poliestireno, un material presente en envases

de alimentos, vasos desechables y embalajes. Sus partículas más diminutas, una vez degradadas por la luz solar, el viento o la fricción, son capaces de alcanzar dimensiones nanométricas que les permiten ingresar no solo en organismos animales, sino también en células humanas y bacterias. En este caso, los científicos observaron cómo estas partículas se adherían a la superficie de la E. coli, alterando profundamente su comportamiento biológico.


Lo más preocupante es que esta interacción podría ser solo la punta del iceberg. El poliestireno y otros plásticos contienen aditivos y catalizadores químicos que, al descomponerse, liberan sustancias aún no del todo comprendidas por la ciencia. La próxima fase del estudio se centrará en investigar cómo estos componentes adicionales podrían afectar aún más a las bacterias y, en consecuencia, a quienes resultan infectados por ellas.

El escenario se complica cuando se observa la expansión global de los microplásticos. Restos de estos materiales han sido encontrados en prácticamente todos los ecosistemas de la Tierra, desde los océanos más profundos hasta la atmósfera. Y lo más inquietante: también han sido hallados en el cuerpo humano. Estudios recientes han detectado su presencia en placentas, espermatozoides, pulmones, sangre, intestinos e incluso en tejidos cerebrales. Aunque todavía no se  comprenden completamente sus efectos sobre la salud humana, algunas investigaciones sugieren vínculos con procesos inflamatorios y la formación de coágulos.

 

 

 

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