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vida en la Tierra?
¿Estamos más cerca de descubrir vida en otros planetas? ¿Hasta qué punto
podremos algún día fabricar seres completamente nuevos, con funciones
específicas y sin los dilemas éticos que implica manipular organismos vivos?
Para expertos locales como el biofísico Daniel Barragán, profesor de la
Universidad Nacional, la noticia es revolucionaria. “Este tipo de experimentos
rompen con el paradigma clásico de que la vida necesita carbono, agua líquida y
una cadena genética como el ADN. Nos están diciendo que lo que entendemos por
vida es mucho más amplio de lo que pensamos, y eso tiene consecuencias para la
astrobiología, la medicina, la nanotecnología e incluso la filosofía”.
En efecto, uno de los aspectos más provocadores del estudio de Pérez Mercader es
que ofrece un modelo experimental para explorar cómo podría surgir la vida en
otros planetas. Si la vida puede emerger sin necesidad de bioquímica, entonces
Marte o Titán —donde las condiciones no son favorables para la vida tal como la
conocemos— podrían albergar formas de existencia que aún no estamos preparados
para reconocer. Como apunta el propio científico: “Nuestro estudio podría servir
incluso como herramienta para evaluar el potencial de existencia y detección de
vida en otros sistemas planetarios”.
También hay implicaciones prácticas: si estas vesículas pueden programarse para
cumplir funciones, podríamos estar frente a una nueva generación de materiales
inteligentes. Imagine un futuro donde construimos pequeñas “máquinas” celulares
que se autoensamblan para limpiar contaminantes, reparar tejidos humanos o
transportar medicamentos con precisión quirúrgica.
Por ahora, el experimento sigue en fase experimental. Nadie está creando
organismos complejos, ni mucho menos inteligencia artificial biológica. Pero sí
estamos ante el inicio de una revolución silenciosa, donde los límites entre la
vida y la materia comienzan a desdibujarse.

Pérez Mercader lo resume así: “Si un sistema, aunque no tenga ADN, puede
reproducirse, transmitir información y adaptarse, entonces ¿qué lo separa de lo
que llamamos vida? Tal vez tengamos que redefinirla”.
Mientras tanto, en los laboratorios del mundo, los científicos observan con
asombro y respeto este nuevo capítulo. Y aunque aún quedan muchas preguntas por
responder, lo cierto es que acabamos de abrir una puerta hacia un universo donde
la vida podría no depender de la química orgánica, sino simplemente de la luz. |
En un laboratorio de la Universidad de Harvard, un
grupo de investigadores liderado por el astrobiólogo español Juan
Pérez Mercader ha logrado lo impensable: crear vida artificial desde
cero, sin usar los componentes químicos esenciales de la vida tal
como la conocemos. El experimento, publicado recientemente en la
revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS),
marca un antes y un después en la historia de la ciencia y plantea
interrogantes que podrían cambiar para siempre la forma en que
entendemos la vida, su origen y su potencial en otros mundos.
Juan Pérez Mercader no es un nombre nuevo en la ciencia. Pero ahora,
su trabajo ha tocado una fibra profunda en la comunidad científica:
la posibilidad de que la vida no dependa exclusivamente de la
bioquímica tradicional. “Nos hemos dado cuenta de que crear sistemas
con propiedades propias de la vida no requiere bioquímica, y eso
implica que estos sistemas pueden evolucionar”, explica el
astrobiólogo con una mezcla de emoción y cautela. Su descubrimiento
pone sobre la mesa una posibilidad fascinante: que la vida, o al
menos algo muy parecido a ella, pueda surgir en condiciones y con
materiales completamente distintos a los de la Tierra.

El hallazgo fue el resultado de una investigación meticulosa que
combinó la física, la química de polímeros y una intuición casi
visionaria sobre los procesos de
autoorganización. En términos sencillos, el equipo logró generar
estructuras que se comportan como células vivas —capaces de
reproducirse y evolucionar— sin que exista en ellas ni ADN, ni
proteínas, ni enzimas. Nada que se parezca a lo que normalmente
llamamos "vida".
El experimento partió de un conjunto de moléculas simples llamadas
anfifílicas, conocidas por tener una parte que
se disuelve en agua y otra que la rechaza. Estas
moléculas, inertes por sí
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mismas, fueron sometidas a un proceso controlado llamado
fotopolimerización RAFT. En otras palabras, los científicos usaron luz para
inducir una reacción en cadena que permitió que estas moléculas se ensamblaran
de manera ordenada, formando pequeñas vesículas o cápsulas que se comportaban
como organismos unicelulares.

Lo más asombroso es que, tras unos 90 minutos de reacción, estas vesículas
comenzaron a reproducirse mediante esporas. De pronto, en medio del laboratorio,
un grupo de componentes inorgánicos empezaba a comportarse como si tuvieran una
intención: replicarse, multiplicarse, adaptarse. Y en ese punto, la línea entre
lo vivo y lo no vivo comenzaba a difuminarse.
“El momento más impactante fue ver cómo las estructuras, aparentemente simples,
comenzaban a expulsar partes de sí mismas al medio, que luego se reorganizaban y
formaban nuevas estructuras similares”, explica Pérez Mercader. “Era como si
hubiéramos creado un ciclo vital completamente nuevo”.
El fenómeno no se detuvo ahí. Los investigadores también detectaron que las
vesículas transmitían cierta “información estructural” a sus descendientes.
Aunque no se trata de herencia genética en el sentido clásico, sí sugiere un
tipo de memoria material que puede conservarse y pasar a la siguiente
generación. Además, las vesículas competían entre sí, y algunas sobrevivían
mientras otras desaparecían. Eso se parece mucho al proceso de selección natural
descrito por Darwin hace más de 150 años.
En Colombia, este tipo de avances despiertan tanto asombro como preguntas
urgentes. ¿Podría este descubrimiento ayudarnos a entender mejor el origen de la
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