EDITORIAL
Todo un negocio
El crimen ha dejado atrás la torpeza. Ya no se trata
simplemente de esquivar a la autoridad o de traficar a escondidas
bajo la sombra de la noche. Hoy, las economías ilegales se mimetizan
con las lógicas del mundo corporativo, imitando sus métodos,
adoptando su lenguaje y organizándose con la eficiencia de una
multinacional. Lejos de ser una señal de progreso, esta
transformación es una muestra del grado de normalización que ha
alcanzado la ilegalidad en ciertos entornos urbanos.
En algunas ciudades intermedias del país, como la nuestra, los
esquemas de microtráfico han mutado hacia una sofisticación
inquietante. Lo que antes eran esquinas dominadas por un par de
vendedores, ahora son estructuras jerárquicas, donde el acceso al
mercado se regula mediante subastas clandestinas y se exige un
cumplimiento financiero casi religioso. No se improvisa. Se
planifica, se compite, se factura. Todo, con la frialdad de quien
entiende que el control social empieza por el monopolio de la
recreación.
Los escenarios de comercialización no son callejones oscuros ni
zonas marginales, sino discotecas, fiestas electrónicas, plataformas
digitales. La validación ya no depende de la reputación o la fuerza,
sino de un código QR, de una meta de ventas, de una organización que
exige reportes y penaliza desviaciones. Se ha institucionalizado la
ilegalidad.
Este fenómeno no es menor. Cuando el crimen empieza a operar bajo
las lógicas del mercado formal, también empieza a absorber sus
herramientas: control de calidad, canales de distribución,
publicidad encubierta, fidelización del cliente. Y, al mismo tiempo,
impone sus propias reglas: la amenaza, la violencia, el
desplazamiento forzado de la competencia. Una mezcla que corroe el
tejido urbano desde adentro, porque ya no es visible como un cuerpo
extraño, sino como una extensión deformada del sistema económico.
Mientras tanto, la reacción institucional avanza, pero lo hace en un
terreno que cambia a gran velocidad. Las capturas, las
incautaciones, los operativos exitosos son importantes, pero no
bastan. Porque lo que está en juego no es solo la presencia del
delito, sino su capacidad de mimetizarse con la vida cotidiana, de
volverse parte del paisaje sin levantar sospechas.
Frente a este escenario, la respuesta no puede limitarse al uso de
la fuerza. Es necesario un enfoque integral que reconozca que la
disputa ya no es solo por territorios, sino por imaginarios. Por la
percepción de que hay negocios tan lucrativos como peligrosos que
ofrecen una falsa promesa de ascenso. La verdadera victoria será
desmontar esa narrativa. Porque mientras el crimen se vista de
empresa, seguirá capturando voluntades, recursos y futuro.
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Gobernar y
administrar es tarea de grandes empresarios no de principiantes

Por: Zahur Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Las sociedades estaban acostumbradas a que un
heredero era el que manejaba el Estado. Esto era normal porque la
mayoría de la población no tenía conciencia de su condición humana y
mucho menos de una capacidad de razonabilidad para entender sobre
sus derechos y su equidad.
Los gobernantes fueron guerreros, líderes y personajes que se
impusieron a la fuerza y aún existen este tipo de individuos como si
estuvieran en la era primitiva. Y siguen allí por falta de
conciencia en un amplio sector de la población.
Los gobernantes deben existir en los países monárquicos, donde los
ciudadanos son súbditos y viven a merced de ellos y el poder está
centrado en ellos lo mismo la parte administrativa. Colombia es una
república democrática que elige sus administradores y que se dicen
llamar gobernantes, lo cual no son. El problema aquí es que los
ciudadanos son ignorantes de sus derechos y no conocen sobre el
poder que ellos tienen sobre los individuos que eligen.
Si usted como persona contrata, elige o le da un contrato de
prestación de servicios a una persona para que haga labores
administrativas, materiales etc. Esa persona está bajo el mandato de
quien lo eligió o contrato y podrá dejar de prescindir de ella si
incumple con lo acordado.
Hay una confusión en cuanto a los políticos, ellos creen que son
elegidos como personas soberanas y se apoderan de los cargos y ponen
a quienes los eligieron como sus vasallos y los ponen a tributar y a
pagar por todos los errores que ellos comentan.
El pueblo elige administradores de la cosa pública y espera que
respondan profesionalmente a los cargos que han sido asignados. Pero
el mal entendido de ambas partes genera el desorden existente y la
corrupción.
Cuando la constitución está mal elaborada generan todo tipo de males
en el manejo de la cosa pública. Una constitución debe ser simple y
precisa, como una columna vertebral, no debe ser un tratado de
derecho. Debe contener lo esencial en su articulado y su
identificación como tal. Después de elaborada y aprobada debe venir
aparte los códigos y leyes que van a regir la
nación. Estos por lo general cambian de
tanto en tanto y por tal razón no deben venir como parte de la
constitución. Cada vez que hay un
cambio hay que reformar
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la constitución o hacer enmiendas.
Quienes son elegidos para administrar una nación deben saber cómo manejar los
bienes del Estado y el bienestar social sin mezclarse con la corrupción, esta
última es la que deteriora y derrumba cualquiera administración pública.
APLAZEMOS EL PAGO
Crónica #1140

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/aplazemos-el-pago-cronica-1140-de-gardeazabal--66418533
Cuando terminé de leer ayer la estupenda columna de Pedro Medellín en El Tiempo,
donde advierte que Petro nos está llevando a la desobediencia civil, mucho más
efectiva que la revolución con la que el presidente amenaza si no le aprueban
sus caprichos, miré con optimismo el futuro.
Me puse entonces en la tarea de escrutar cual actuación ofensiva cometida
por el gobernante, llevándose por los cachos la Constitución, podría unificar
criterios y generar esa reacción de desobediencia civil, que ampara la
declaración de los Derechos Humanos.
Sopesando cual rechazo podría tener un muy alto significado y verificando que la
obligatoriedad del pago anticipado de la retefuente perjudica a todas las
esferas de la sociedad, puede llegarse a pensar que sería por esa vía que el
rechazo civilizado obligaría a rectificar al gobernante.
El asunto es muy sencillo. La retención se declara, pero se aplaza su
pago. Como el decreto de marras no habla de un impuesto causado sino de uno
adelantado, no le cabría la disciplina de la DIAN para cuando no se pagan los
impuestos que declaramos y debemos cubrir cumplidamente.
La carga simbólica y monetaria del gesto de negarse a pagar sería tan
grande que modificaría, sin violencia ni algazaras de plazas públicas, el camino
equivocado que lleva el gobernante.
Por supuesto, una actitud de ese tipo obliga a que la negativa a consignar el
pago anticipado de la retención en la fuente sea pública y colectiva.
No sirve de nada que se haga individualmente y en silencio. Y allí está
el problema. Esa movilización civilista debe encabezarla alguien capacitado para
dirigir, cojonudo para resistir y hábil para enfrentarse a la máquina vengadora
del leninismo que no sabe perder.
Alguien se le debe medir a esa batalla pacífica. Solo basta que nos
demuestre que este país no se ha acabado y que así le sequen sus pozos de
petróleo y le desbaraten su sistema de salud y le arruinen su alegría, alguien
va a salir a empuñar la esperanza.
El Porce, junio 7 del 2025
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