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Pereira - Colombia. Año 61 - Segunda época - Nº 12.425-05 - Fecha: 07-29-2009                                           Página 07-2   

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REPORTAJES

 

presentar como un escritor menor, aunque sus intuiciones hayan resultado más perdurables que las historias de muchos autores contemporáneos suyos, que incluso fueron galardonados con premios internacionales. Podríamos continuar hablando hasta el infinito del sentido ambiguo y a la vez certero de las palabras y por eso le voy a hablar de un ejemplo más entre tantos. Cómo le parece a usted, que el anagrama de SEMANA SANTA es nada menos que SATÁN ES MANÁ y ahí tiene entonces una muestra simple de cómo a través de los tiempos la figura del demonio ha caminado siempre de la mano de lo que la religión cristiana conoce con el nombre de Dios, al punto de que podemos afirmar que el gran garante histórico y metafísico de la existencia de las religiones oficiales es precisamente aquél a quien consideran su peor enemigo. En las palabras y en los mundos que contienen y que se tejen a su alrededor, está pues cifrada la naturaleza de la vida y por eso, en mi condición de poeta que cree firmemente en su poder, todos mis actos están dirigidos a explorar el lenguaje hasta el fondo de sus posibilidades, porque el sentido exacto de la expresión “Y el verbo se hizo carne”, tan cara a la cosmovisión. Ya verán, ya verán, hombres de poca fe, parece decir entre dientes, mientras deposita la caja sobre la superficie de vidrio de la mesa y parte hacia la habitación de las ceremonias, de donde regresa portando lo que a las claras es un esquema básico de El Árbol de la vida, esa representación minuciosa del cosmos que la historia del ocultismo le atribuye a los primeros cabalistas.

 

A este lado tenemos entonces el árbol de la vida y a este otro los huesos del cráneo de una serpiente, empieza diciendo, con el tono de voz del profesor paciente que trata de convencer a unos alumnos díscolos y con escasa predisposición hacia los milagros, aunque un par de minutos después contemplen alelados la figura que acaba de hacer su aparición, ordenada paso a paso por las manos del taumaturgo, como si asistieran al descubrimiento de uno de esos palimpsestos que ocultaban antiquísimas tradiciones bajo la superficie formada por una colección de canciones profanas.

 

Lo que ustedes tienen ante sus ojos, señores, es nada menos que el  esqueleto del diablo o su representación, para ser precisos. Exclama subiendo una octava  el tono de su voz y en efecto, lo que aparece ante los ojos del visitante es la  figura del diablo forjada por hombres que antecedieron en siglos a quienes propagaron las estampas del maligno creadas a imagen y semejanza de la mitología cristiana. La similitud es demasiado evidente como para dejarla pasar: la media luna de los cuernos, los antebrazos, los pechos que sugieren la presencia de lo andrógino y el falo amenazante, símbolo de una inagotable fertilidad, dan cuenta de esa clase de azar que para los iniciados es la prueba de que el mundo obedece a un ordenamiento atento a los designios de un demiurgo oculto. A esa altura de las cosas, el talante profano de los visitantes, no puede menos que recordar las palabras de un autor cuyo nombre no pueden precisar en ese momento, las cuales aluden a la inexistencia de la casualidad, porque los acontecimientos que bautizamos con ese nombre corresponden más bien a una inaprehensible cadena de causalidades.

 

De manera que aquí tienen señores, para que la contemplen cuanto deseen, la figura primordial del demonio, reproducida de manera simbólica a partir de los huesos de un animal que, si nos atenemos a las palabras del Génesis, el texto que compendia buena parte de los mitos comunes a cristianos y judíos, fue el encargado de tentar a la madre de la humanidad, hasta conseguir que sus artimañas la condujeran a echar por tierra la perfección del edén o para decirlo con palabras de un filósofo: a permitir la irrupción de lo temporal en lo eterno ¿Me siguen señores? Estamos hablando de que la

serpiente o el demonio hicieron posible que nos humanizáramos, que nos convirtiéramos en esta criatura grandiosa y doliente que fue capaz de desafiar a la inconmovible divinidad que dormía placidamente en el seno de su nebulosa gloria. Esta criatura que es heredera directa de los primeros ángeles caídos o lo que es lo mismo, de los grandes rebeldes que a través de los tiempos han sabido encontrar su lugar en la voz de los poetas, en los lienzos de los pintores, en las artes de los magos y en las partituras de los músicos que se eligieron a sí mismos para cantar los misterios de la existencia. Ahora bien, si la historia del paraíso terrenal es una simple leyenda ¿Por qué razón el animal erigido a la categoría de símbolo para resumir lo más execrable, es decir, la rebeldía ante el poder omnipresente de la divinidad se nos aparece ahora en perfecta correspondencia con esta especie de mapa del universo físico y espiritual levantado con minuciosidad admirable por generaciones enteras de iniciados?

 

La  réplica ósea del demonio o lo que sea permanece allí, hierática, sobre el mapa en el que los planetas son nombrados con palabras hebreas, hasta que las manos devotas de este vecino de Providencia que recorre cada día las calles de Pereira con una asiduidad que recuerda las manías del viejo Kant, la devuelven, tanteando cada pieza con las yemas de los dedos índice y pulgar, al reducido ámbito de esa caja metálica que alberga en su interior, según su celoso guardián, el Baphomet de los Templarios.

 

Son curiosidades nada más, apunta el anfitrión, en un tono del que no se puede precisar bien si es de burla o de consuelo. Igual puedo hablarles de este puñal que según todos los indicios, pudo haber pertenecido a Aleister Crowley, que como ustedes bien saben, es uno de los grandes iniciados de los tiempos modernos; pero antes déjenme recitarles unos versos que escribí hace más de veinte años a la memoria de ese hombre ángel cuyo legado sigue vivo en quienes profesamos la fe en las potencias primigenias:

 

Que Lucifer me asista al invocar tu sombra,

cada vez que me apreste a recorrer contigo,

el siniestro sendero eludiendo el castigo :

¡Hermano, mago negro, cuyo valor me asombra!

 

Que seamos para siempre emisarios proscritos

por haber profanado de lo sacro el misterio

ocultado en la cripta de un alto monasterio

donde antaño oficiamos los rituales malditos.

 

Que descendamos ambos a los fondos del Mal,

sin temer al demonio que custodia el umbral

con sus rojas pupilas de rayos incendiarios.

 

Que bajemos impávidos con nuestros ojos fijos

hacia el hórrido averno de arcaicos acertijos

para afirmar los pactos, secretos, temerarios.

 

Candy, Luna y Niño, se pasean por entre las piernas de su dueño, indiferentes a la cadencia de sus cuartetos y tercetos y a la sutil amenaza que vibra en el aire cuando Escobar aparece portando en su mano derecha un puñal curvo, con la hoja oxidada por el paciente trabajo de los años. Cuando acaricia lo que una vez fue su filo, levanta las cejas, como si con ese gesto quisiera expresar que sus efectos sublimes o letales, poco o nada tienen que ver con el hecho de la existencia física del arma. Se trata más bien de la energía que la ha impregnado al pasar por tantas y tan diversas manos, hayan sido de asesinos o de santos, que al final da lo mismo. Les estoy hablando de que antes de llegar a las manos del gran mago, este puñal viajó a través de los años y sobrevivió a los cataclismos que los hombres llaman Historia, para cumplir su cita con ese hombre  destinado a darle el uso para el cual había sido forjado. Hablo del destino, por supuesto, o de lo que se conoce con ese nombre, pues si logramos que 

nuestra capacidad de percepción y de creación poética descorra el velo de las apariencias, nos encontraremos con que la vida es un tejido complejo y sutil a la vez que opera a modo de lenguaje utilizado por divinidades ignotas para comunicarse con sus elegidos. Así que puede que tampoco sea una casualidad el que esté a esta hora sobre esta mesa al alcance de nuestras manos.

 

Cae la noche sobre las calles de una ciudad cuyos temores son otros al despuntar el siglo XXI: Atracos en los que alguien puede perder la vida por no entregar su reloj o sus zapatillas deportivas; desapariciones y muertes de niños y jóvenes que pueden estar más relacionadas con las mafias del tráfico de órganos y de prostitución infantil que con las acciones de supuestas sectas satánicas; balaceras entre capitanes del narcotráfico que igual se disputan la posesión de una ruta o el cuerpo de una joven aspirante a modelo; policías que ya no saben si son el brazo derecho o torcido de la legalidad y que ofrecen su alma y su arma al mejor postor. Antes de que la oscuridad se haga completa, las incandescencias del atardecer se reflejan en las ventanas de la casa marcada con

el número 21-08 del barrio Providencia, donde las campanas de una iglesia vecina llaman a una misa en la que unos cuantos feligreses, sobre todo los más viejos, rogarán en el momento de la eucaristía para que las fuerzas del bien prevalezcan sobre las hordas de hechiceros y forajidos que a estas alturas de la historia de Pereira y de Colombia, acechan desde todos los puntos cardinales. De momento, Heroína y Clarisa, dos septuagenarias que viven desde hace más de treinta años en el sector, dan un rodeo y se santiguan por si acaso, antes de pasar frente a la casa de ese hombre que en algunas noches de insomnio invencible ha sido el héroe al revés de sus pesadillas.

 

 

TODA ROSA TIENE SU ESPINA

 

Y todo Diablo tiene su leyenda. La suya ha sido cultivada con la minuciosidad, el rigor y el tono preciso que caracteriza a determinadas obras literarias. Ciertas voces que indagan en algunos aspectos del pasado y el presente de la ciudad de Pereira, incluso se atreven a insinuar la elaboración de una cartografía que de cuenta de cada uno de sus pasos. En esos mapas se hablaría de sus muchas facetas: del intérprete de las cartas del tarot, que en horas de la tarde aguarda la llegada de las mujeres de clase media y alta, ansiosas por encontrar en el entramado que forman los gestos simbólicos de El Mago, El Loco o La Muerte, alguna respuesta para sus incertidumbres. Del sibarita despreocupado que gusta de frecuentar cócteles y fincas donde se festeja con vino la palabra poética. Del tipo que alguna vez se ganó la vida dictando clases de religión católica en el colegio La Florida, vereda del municipio de Santa Rosa de Cabal. De un consumado seductor que ha sabido cultivar un envidiable serrallo particular. Del poeta preciosista y obsesivo que mide sus versos con una regla de cálculo y, por encima de todo, la del hombre que en sus poemas y en sus encuentros cotidianos se asume como el diablo; así de simple, de la misma forma en que otros hombres ostentan su título de médico o abogado. Como debe ser, añadiría alguien, pues al fin y al cabo estamos hablando del que es en realidad el oficio más viejo del mundo.

 

Uno no va por el mundo haciéndole propaganda a sus convicciones, aunque supongo que el ser fiel a ellas y en la medida en que eso se refleja en sus actos y en su obra poética, las personas mismas que lo rodean se encargan de reforzar el aura que es consustancial a todo creador. Por primera vez desde que aceptó hablar del tema, el hombre abandona el tono que acompañó sus declaraciones sobre el valor de la palabra y el papel exacto de los ritos en la vida de alguien que se asume como un nigromante. Empecemos por aclarar algo- dice- el demonio Continuar  

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