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Pereira - Colombia. Año 61 - Segunda época - Nº 05 - Jueves 29 de julio del 2009                                           Página 07-3   

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REPORTAJES

 

en realidad no tiene nada de terrible. Es más: en la mayoría de las cosmogonías se le presenta como la criatura más hermosa de la creación, así que tendremos que partir de la base de otro malentendido más en la historia de infamias urdidas  contra el rey de este mundo por los representantes de sectas signadas por el estigma de la envidia y la subyugación a toda clase de poderes. De modo que cuando los seres humanos aluden al diablo como algo terrible, lo que hacen es reflejar la parte tenebrosa y bestial que anida en lo más profundo de si mismos. No es casual que en tantas iconografías se le represente con cuernos y cola, que son elementos distintivos de nuestra parte bestial, del substrato animal que nos hermana con todas las criaturas del universo. Siguiendo esa idea, uno puede afirmar entonces que somos animales y somos divinos por la gracia de Dios o de Lucifer, según se le mire.

 

Un café amargo es buen pretexto para hacer un alto en el camino. A las once de la mañana cae una de esas lluvias repentinas que son la seña de identidad de Pereira, que se desgajan desde lo alto de la cordillera y obligan a suspender la jornada de quienes se afanan en bancos y oficinas, para ser reemplazadas minutos más tarde por uno de esos calores sofocantes que cortan el aliento. Por lo pronto, mientras amaina la lluvia, de la leyenda de este Diablo se pueden  decir muchas cosas. Que un hombre que fue obispo de su ciudad en los años setentas, amenazó con organizar una cruzada digna de las que caracterizaron el espíritu cívico de la ciudad, con el propósito de expulsar de una vez y para siempre a esa especie de trasgo que arrastraba hacia el fango de la corrupción a los jóvenes hijos y nietos de los patricios herederos naturales de la aldea bendecida por el padre Cañarte. Que era imposible dormir en los alrededores por los jadeos de dicha y dolor de las vírgenes utilizadas como altares vivientes en rituales en los que además se consumían oscuras y peligrosas hierbas emparentadas con la mandrágora y la belladona. Que más de un incauto acabó loco después de participar en una de esas celebraciones en las que se invocaba al espíritu de Dionisos y, en fin, que a lo mejor el tipo tenía algo que ver con la aparición de sectas que al ritmo de tenebrosas músicas en fechas especiales del año como el Viernes Santo, el 23 de junio o el 31 de octubre, se ocupan de asuntos tan macabros como la profanación de tumbas o la succión de la sangre de bebés arrebatados a sus madres mientras andaban de compras por los supermercados.

 

En todas esas consejas lo que se intuye es el talante irremediable de la estupidez humana, capaz de banalizar y convertir en terrores mediocres, lo que en realidad debería ser el goce profundo de quien contempla la suprema luz.  Hay que recuperar el tono de las cosas señores. Toda esa bobería lacrimógena tiene que ver más con películas de terror barato, digamos de Zombis o esas cosas, que con la dimensión sobrenatural del Mal auténtico y, vuelvo a insistir: el Mal entendido como la rebeldía y el conocimiento supremos, ajeno por completo a las estampas que nos han vendido acólitos de  tercera categoría. Entendidas las cosas de esa manera, cuando alguien se consagra al estudio de otros mundos en el seno de una sociedad pacata, es inevitable que se empiecen a tejer historietas alrededor de su figura, pero incluso esa parte hay que asumirla, en el sentido de no darle más importancia de la que se merece. Miren ustedes: no es casualidad que en una ciudad como Pereira, donde existen antecedentes de la presencia del demonio Mabzacadas en los mitos de las tribus Quimbayas que habitaron estas tierras; que tiene como vecino a un municipio donde se realizan cada dos años los carnavales del diablo y que además es una localidad reconocida por sus mestizajes, con lo que eso tiene de tierra abonada para el florecimiento de todo tipo de manifestaciones paganas, digo que no es casual que haya sido Pereira el lugar donde apareció algo tan inquietante como el esqueleto que les

mostré, o que en sus calles se gesten historias que hablan de apariciones de Lucifer en bares y discotecas; digo que no es casual que en este sitio preciso del cosmos haya podido hacer mi profesión de fe sin tener que enfrentar nada distinto a unos contratiempos menores. Por esas razones, lo de las historias salpicadas con el aroma del azufre o los envidiables gemidos virginales, tienen que ver más con la representación que las personas elementales se hacen de la figura del demonio y es en ese punto donde uno se pregunta a qué viene tanta alharaca, si son más terribles los monstruos que aparecen en los programes infantiles de la televisión que los indefensos chupasangres que habitan en los meandros turbios de las leyendas urbanas.

 

LOS ABOGADOS Y EL DIABLO

 

Como todos lo sabemos, detrás de las leyendas acecha siempre el brazo armado de la ley, temerosa siempre de que tras el hálito irreal de las fábulas se mueva, embozada, una conspiración real. Por eso el universo de las historietas está plagado de policías filósofos, comisarios sacerdotes, abogados mesiánicos y periodistas que al llegar la noche se convierten en súper héroes predestinados a salvar la humanidad. No sorprende entonces el hecho de que, tras su aparición  en la vida pública, tanto dentro del país como fuera de él la casa del diablo se haya visto visitada por investigadores policiales de toda estirpe, que intentan establecer alguna conexión entre algunos delitos rodeados de características especiales y este hombre afable, de vida apacible y costumbres sedentarias que nació en Pereira en 1941 y que nunca se ha movido de ella porque, según sus propias palabras, está cansado de darle vueltas y vueltas al universo en una peregrinación destinada a durar por los siglos de los siglos. Antes de hablar del asunto, el poeta se sirve otra taza de café espeso, pues eso de pasar de la eternidad a los estrados judiciales sin solución de continuidad, es algo que necesita de un buen estimulante que lo ayude a uno a mirar con compasión la variopinta fauna que sumada nos revela el patético rostro de la especie humana, según declara antes de empezar a relatar su experiencia con los prosaicos y  a la vez terribles laberintos de la justicia terrena.

 

Uno de mis primeros contactos con los administradores de justicia y por lo tanto con el absurdo, tuvo lugar cuando un hombre con quien coincidí en algunas ocasiones, empezó a sufrir trastornos emocionales y en una de sus crisis se presentó a una inspección de policía con el propósito de denunciar a Héctor Escobar Gutiérrez bajo la acusación de que el mencionado señor le había robado el alma. El cuento narrado así a secas no puede producir más que hilaridad, sólo que el acusado era yo y eso, en una sociedad surcada por la irracionalidad en todas sus manifestaciones, es motivo más que suficiente para preocuparse ¿Se imagina usted a un secretario de juzgado enfrentado a los pormenores que preceden al robo de un alma? No quisiera estar en el pellejo del pobre juez encargado de llevar la investigación, en el momento de tomar la decisión acerca de cuantos años de prisión le caben al desnaturalizado culpable de semejante delito. Para fortuna de todos, a la especie humana todavía le queda un reducto de cordura y el asunto no pasó a mayores, concluye mientras acaricia el lomo de la más pequeña de sus mascotas, con el aire de quien busca en el reino animal alguna clase de consuelo para los padecimientos humanos.

 

Cuando el  inminente fin del siglo XX y el del segundo milenio cristiano le dio patente de corso a toda clase de milenarismos para que entronizaran sus credos y sectas en los diferentes estratos de la población, se hizo inevitable que la figura del demonio recuperara popularidad, en lo que a la mirada de los medios de comunicación se refiere. Por ese

camino, al lado de las sectas nueva era y de sus discursos sobre los tiempos de acuario combinados con recetas vegetarianas, surgieron desde las sombras infinidad de cofradías que invocaban, cada una a su manera, la presencia tutelar de un demonio en especial. De vez en cuando uno de esos grupos se iba de la mano y acababa trasladando el infierno a la tierra a través de una de esas acciones que tanto indignan a los buenos ciudadanos, que sin embargo no se conmueven cuando sus gobiernos emprenden una carnicería de marca mayor. En ese momento, los cuerpos de policía asumieron que tenían que vérselas con un enemigo al que era difícil enfrentar con armas convencionales y de buenas a primeras se encontraron con que el diablo de Pereira a lo mejor tenía mucho qué decirles al respecto.

 

A pesar de que el tema de las llamadas sectas satánicas ha  sido siempre materia de discusión, me parece que la cuestión se intensificó a mediados de los años noventas, cuando las desapariciones de niños y jóvenes y aún de personas mayores  empezaron a verse asociadas con el fenómeno. Pero lo que marcó el punto más alto, al menos en el caso de la  ciudad de Pereira fue el descubrimiento de cantidades de restos de niños, en el sector de Nacederos, justo detrás del zoológico Matecaña, en la vía que conduce al municipio de Marsella. En ese momento la cosa se puso como quien dice color de hormiga y como cada vez que se presentan esos casos la gente necesita buscar un chivo expiatorio al cual se pueda hacer responsable de todos  los males, se cae de su peso que la figura  más fácil y expedita de la cual echar mano era y sigue siendo El Diablo, o  al menos lo que la cultura cristiana entiende como tal; es decir, el principio y fin de todos los males, la perversión humana. En ese momento yo, que empezaba a sentirme felizmente olvidado, volví a aparecer en principio como una posible fuente de información que pudiera arrojar alguna luz sobre el drama de tantas familias y después como lo que la jerga judicial llama un presunto responsable. Por fortuna, la captura de ese hombre de apellido Garavito, quien admitió su culpabilidad en los crímenes, acabó por sellar el asunto, en lo que al diablo se refiere.

 

Cuando aborda el tema de los malentendidos que tocan directamente los aspectos legales que en algunos momentos de su vida lo han puesto en la mira de los investigadores, el hombre no puede evitar el referirse de nuevo a la hipocresía de una sociedad que -según él- está dispuesta a aferrarse siempre a toda clase de supercherías y comodines, con tal de no asumir la responsabilidad que le compete en cuanto a la naturaleza de sus  aberraciones. Mirándose las palmas de las manos, como si esperara encontrar en ellas alguna respuesta, Escobar acaba por admitir que a pesar de todo, con todas las incomodidades que puedan implicar, esas cosas no son más que gajes del oficio que con el transcurrir del tiempo pasan a formar parte de su colección particular de anécdotas.

 

Cuando lo de la desaparición de los niños y el posterior descubrimiento de los huesos en la vía a Marsella, empecé a recibir visitas de las autoridades, que comenzaban a inquietarse porque en los rumores callejeros ya se hablaba de la presencia del Papa Negro y su posible vinculación con los hechos. Y ese papa negro supuestamente era yo. Imagínese la dimensión que adquirieron las cosas, que hasta recibí la visita de varios periodistas de medios internacionales, entre ellos uno de Alemania, que buscaban información sobre el rastro del demonio en este lado del mundo, como si ellos no tuvieran suficientes muestras de su existencia en el suyo. Pero lo más increíble de todo sucedió cuando la policía empezó a mandar sabuesos disfrazados a mi casa, para que trataran de averiguar que era lo que sucedía aquí. Primero enviaron a una mujer madura y voluptuosa, con aire de Femme fatale, que llegó con el pretexto de que le leyera Continuar

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