MAGAZÍN LITERARIO |
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especie de túnica de
color azulado desvaído que, como observó el barón contemplándola
atentamente, estaba ornamentada llevando por delante, a modo de
cierres, asideros de ataúd. También llevaba las piernas cubiertas
por planchas de ataúd, a modo de armadura; y sobre el hombro
izquierdo llevaba un corto manto oscuro que parecía hecho con los
restos de un paño mortuorio. No prestaba atención al barón, pues
miraba fijamente el fuego.
-¡Hola! -exclamó el
barón al tiempo que golpeaba el suelo con los pies para llamar su
atención.
-¡Hola! -replicó el otro
dirigiendo la mirada hacia el barón, pero sólo los ojos, no el
rostro-. ¿Qué pasa?
-¿Que qué pasa?
-contestó el barón sin acobardarse en lo más mínimo por la voz hueca
y la mirada carente de brillo del otro-. Soy yo el que debería hacer
esa pregunta. ¿Cómo llegó hasta aquí?
-Por la puerta -contestó
la figura.
-¿Quién es? -preguntó el
barón.
-Un hombre -contestó la
figura.
-No le creo -dijo el
barón.
-Pues no lo crea
-contestó la figura.
-Eso es lo que haré
-replicó el barón.
La figura se quedó
mirando un tiempo al osado barón de Grogzwig, y luego, en tono
familiar dijo:
-Ya veo que nadie lo
puede persuadir. ¡No soy un hombre!
-Entonces ¿qué es?
-preguntó el barón.
-Un genio -contestó la
figura.
-Pues no se parece mucho
a ninguno -contestó burlonamente el barón.
-Soy el genio de la
desesperación y el suicidio. Ahora ya me conoce.
Tras decir esas
palabras, la aparición se puso de cara al barón, como si se
preparara para una conversación; y lo más notable de todo fue que
apartó el manto hacia un lado, mostrando así una estaca que le
recorría el centro del cuerpo. Se la sacó con un movimiento brusco y
la dejó sobre la mesa con el mismo cuidado que si se tratara de un
bastón de paseo.
-¿Está dispuesto ya para
mí? -preguntó la figura fijando la mirada en el cuchillo de caza.
-No del todo. Primero he
de terminar esta pipa.
-Entonces aligere
-exclamó la figura.
-Parece tener prisa
-contestó el barón.
-Pues bien, sí, la
tengo. Hay ahora muchos asuntos de los míos en Inglaterra y Francia,
y mi tiempo está ocupadísimo. |
-¿Bebe? -preguntó el
barón tocando la botella con la cazoleta de la pipa. -Nueve veces de cada diez, y siempre con exageración
-replicó secamente la
figura.
-¿Nunca con moderación?
-Jamás -contestó la figura con un estremecimiento-. Eso produce alegría.
El barón echó otra
ojeada a su nuevo amigo, a quien consideró como un parroquiano
verdaderamente extraño, y finalmente le preguntó si tomaba parte
activa en acontecimientos como los que había estado contemplando.
-No -contestó la figura
en tono evasivo-. Pero estoy siempre presente.
-Para contemplar
imparcialmente, supongo -dijo el barón.
-Exactamente -contestó
la figura jugueteando con la estaca y examinando la punta-. Dese
toda la prisa que pueda, ¿quiere? Pues hay un joven caballero que
ahora me necesita porque le aflige el tener demasiado dinero y
tiempo libre, o eso me parece.
-¿Va a suicidarse porque
tiene demasiado dinero? -exclamó el barón, realmente divertido-. ¡Ja,
ja! Ésa sí que es buena.
(Aquella fue la primera
vez que el barón se rió desde hacía mucho tiempo.)
-Le ruego que no vuelva
a hacer eso -le reconvino la figura, que parecía muy asustada.
-¿Y por qué no?
-preguntó el barón.
-Porque me produce un
gran dolor. Suspire todo lo que quiera: eso me hace sentir bien.
Al escuchar la mención
de la palabra, el barón suspiró mecánicamente; la figura, animándose
de nuevo, le entregó el cuchillo de caza con la cortesía más
encantadora.
-Y, sin embargo, no es
mala idea, un hombre que se suicida porque tiene demasiado dinero
-comentó el barón al tiempo que sentía el borde del arma.
-¡Bah! No mejor que la
de un hombre que se suicida porque no tiene nada, o tiene demasiado
poco -contestó la aparición con petulancia. No tengo manera de saber si el genio se comprometió sin intención alguna al decir eso o si es que pensó que la mente del barón estaba ya tan decidida que no importaba lo que dijera. Lo único que sé es que el barón detuvo al instante la mano, abrió bien los ojos y miró como si en ellos hubiera entrado por primera vez una luz nueva.
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-Salvo las arcas vacías
-gritó el genio.
-Bien, pero un día
pueden llenarse de nuevo -añadió el barón.
-Las esposas regañonas
-le reconvino el genio.
-¡Ah! Se las puede hacer
callar -contestó el barón.
-Trece hijos -gritó el
genio.
-Seguramente no todos
saldrán malos -replicó el barón. Evidentemente el genio se estaba enfadando bastante por el hecho de que de pronto el barón sostuviera esas opiniones, pero intentó tomárselo a broma y dijo que se sentiría muy agradecido hacia él si le permitía saber cuándo iba a dejar de tomárselo a risa.
-Pero si no estoy
bromeando, nunca estuve tan lejos de eso -protestó el barón.
-Bueno, me alegra oír
eso -respondió el genio con aspecto ceñudo-. Porque una broma que no
sea un juego de palabras es la muerte para mí. ¡Vamos! ¡Abandone
enseguida este mundo terrible! -No sé -dijo el barón jugueteando con el cuchillo-.
Ciertamente que es
terrible, pero no creo que el suyo sea mucho mejor, pues no tiene
aspecto de encontrarse especialmente cómodo. Eso me recuerda que me
sentía muy seguro de obtener algo mejor si abandonaba este mundo...
-de pronto lanzó un grito y se incorporó-: nunca había pensado en
esto.
-¡Concluya! -gritó la
figura castañeteando los dientes.
-¡Fuera! -le contestó el
barón-. Dejaré de meditar sobre las desgracias, pondré buena cara y
probaré de nuevo con el aire libre y los osos; y si eso no funciona,
hablaré sensatamente con la baronesa y acabaré con los Von
Swillenhausen. Tras decir aquello, el barón volvió a sentarse en la silla y rió con tanta fuerza y alboroto que la habitación resonó. La figura retrocedió uno o dos pasos mirando entretanto al barón con terror intenso, y después recogió la estaca, se la metió violentamente en el cuerpo, lanzó un aullido atemorizador y desapareció.
"El Barón de Grogzwig", por el autor inglés Charles Dickens (1812-1870). |
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