El Imparcial-Pagina 7

 

Pereira, Colombia - Edición:    Edición: 12.482-62- Fecha: 01-09-2019                                                                                                                          

 MAGAZÍN LITERARIO

 

 

Fue en ese momento que una luz enceguecedora, como si la noche se hubiera transformado en día de súbito, penetró por cada una de las ventajas y hendijas del Coyote Cojo. Rew, el carnicero, fue el primero en reaccionar y correr hacia la ventana.


-A fe mía que Zahur vive, amigos. Y ha respondido al reclamo del Adelantado.

 

 

* * *


Uidav Lenard acababa de llegar en un sigma enorme y brillante, cuyas luces delanteras y laterales convertían la escena en un sueño fantasmagóricamente irreal. Penetró en el Coyote Cojo y lanzó a voz en cuello una sarta de obscenidades que fueron aplaudidas con entusiasmo por los congregados en el ruinoso bar.


-Hijo mío -dijo el viejo Almos mientras avanzaba emocionado hacia el hombre y ambos se fundían en un abrazo- . Temí no volver a verte.
 

-Zahur es grande, anciano -dijo Uidav mirando complacido a su alrededor-. ¿No hay un trago para un recién llegado en este lugar?
 

Una jarra desbordada de humeante uijuru pasó de mano en mano hasta llegar al héroe, que bebió sonoramente mientras el líquido corría por su barba y allí mismo se endurecía.
 

-No hay bebida como la que guardan tus barriles, vieja rata de alcantarilla -dijo, y ambos rieron estruendosamente.
 

Contemplando fascinado la escena, el chico montañés recién llegado permanecía inmóvil en su lugar, comparando tácitamente el mudo recibimiento que se le había dispensado con el espectáculo que ahora presenciaba. Sin dudas, Uidav Lenard tenía fibra de héroe. El sólo pensamiento de subir a uno de esos vehículos que se apartan indolentemente del suelo... La imagen de semejante atrevimiento hacía que los vellos en su nuca se erizaran uno tras otro. Pidió otra jarra de cerveza.
 

Hicieron que Uidav se sentara, rodeando su mesa. A medida que se difundía la noticia comenzaron a arribar iawaks al lugar. Todos lo saludaban con respeto y admiración. Almos ordenó a su hijo que preparara algo de comer para el recién llegado.
 

-Supongo que estarás hambriento -dijo sonriendo, en tanto que ponía una silla de revés y se acodaba frente a Uidav-. Pero, ahora, cuéntanos cómo saliste de prisión.
 

Durante media hora, el otro relató los detalles de su fuga. El viejo y los demás escuchaban con atención, los ojos brillantes y las bocas semiabiertas, riendo a ratos ante las ocurrencias del pequeño héroe, admirando su audacia e inteligencia.
 

Se sirvieron varias rondas de cerveza gratis. Almos no cabía en sí, estaba eufórico; con Uidav entre ellos, las cosas cambiarían. Cuando llegaron la sopa y el asado, preguntó:
 

-¿Qué planes tienes ahora? Nuestro pueblo necesita un líder.
 

Pero el otro sacudió la cabeza:
 

-No puedo permanecer aquí mucho tiempo. La policía anda tras de mí. Sólo me quedaré un día o dos, después de ese tiempo recuperarán mi rastro. A decir verdad, he venido sólo a ver a mis hijos. ¿Saben de ellos?
 

Todos los comentarios cesaron de pronto. Un silencio tenso cayó sobre el oscuro salón. La cuchara del iawak quedó suspendida a mitad de camino entre su boca y el plato.
 

-¿Qué sucede? -preguntó.
 

-Tu esposa -dijo por fin Almos-, se ha marchado con un hombre de la ciudad. Y se ha llevado a los niños. Es una vergüenza para nuestro pueblo, una mujer bella y virtuosa como ella...
 

El semblante de Uidav quedó sin expresión por unos instantes.
 

 

 

-¿Un hombre rico?
 

Almos y Rew se miraron.
 

-Así es. Un magnate del espaciopuerto, donde tantos hermanos nuestros son explotados día a día.


Uidav reflexionó.
 

-Bien, en ese caso supongo que no me pedirá dinero - dijo al fin, y lanzó una carcajada que dejó ver sus dientes rotos.
 

Todos rieron con él, a pesar de la consternación del viejo Almos. Entonces entre las carcajadas se escuchó una voz proveniente del rincón.
 

-Eh, héroe, ¿qué hay con la máquina voladora?
 

Todas las cabezas se volvieron hacia la mesa en que el joven montañés daba fin a una cerveza.
 

-¿Qué clase de pregunta es esa? -inquirió Almos-. La robó, por supuesto.
 

-Espera un momento -intervino Uidav dirigiéndose al viejo-; comprendo lo que quiere decir.
 

-Se le ha ido la bebida a la cabeza. No sabe lo que dice.
 

Uidav se puso de pie, pasándose el antebrazo por la comisura de los labios.
 

-No hay nada de malo en volar -dijo-. Alguien logró convencernos hace mucho tiempo de que perderíamos la razón si lo hacíamos. Yo descubrí que no es cierto.


Almos denegó enfáticamente con la cabeza.
 

-Se conocen casos de locura entre algunos iawaks que montaron vehículos aéreos en los tiempos heroicos. Nuestra raza no está preparada para eso.


-Tonterías, anciano. ¿Sabes en cuánto tiempo puede cubrir un sigma la distancia entre las montañas de Mhabur y la ciudad? En treinta y cinco minutos: a nuestro pueblo le tomó dos años hacer ese trayecto a pie. Yo era pequeño entonces, pero lo recuerdo. En una máquina como esa ahí fuera puedo escapar de la policía y cruzar la frontera hacia otros sitios donde las leyes de aquí no valen, penetrando nuevamente cuando lo desee. Por eso, en algún momento, se nos engañó acerca de ellas, para inmovilizarnos y anularnos. Siempre seremos un pueblo miserable si no nos enfrentamos a la sociedad moderna con sus propias armas. La ignorancia y la pereza no pueden prevalecer.
 

Todos callaron. Almos intervino sordamente:
 

-Los iawaks de los tiempos épicos...
 

-Los iawaks de los tiempos épicos eran todos analfabetos, anciano; ¿hemos nosotros de serlo también? En la cárcel aprendí a leer y descubrí un par de cosas interesantes. -Alzó la voz-: ¡Por ejemplo que los de allá afuera no son superiores a nosotros! ¡Somos todos iguales, punto por punto; no hay diferencia alguna! ¿Qué les parece?
 

Movido por un impulso, salió al aire frío de la noche, seguido por los demás. Flotando suavemente a unos centímetros del suelo, el sigma plateado reflejaba en su brillante superficie todo cuanto ocurría a su alrededor.
 

Uidav levantó la cubierta plástica de la cabina y una música galopante llenó el aire, acompañada de un agradable olor a limpieza y confort. Saltó en el interior de la máquina, que amortiguó suavemente el impacto y

volvió a su posición previa.
 

-¡Creo que ahora mismo iré a dar una vuelta por la zona oeste para reírme de ellos! ¡Ahora nadie puede detenerme! ¿Alguien viene conmigo? ¿Almos?
 

El viejo Almos murmuró algo y permaneció en su sitio. Entonces apareció en la puerta el joven montañés, dando tumbos. Estaba borracho.
 

 

-Espera un momento, héroe, voy contigo -dijo entrecortadamente, y del dicho al hecho, se trepó con dificultad en el vehículo.

 

 

 

-Diablos, hay sangre aquí -murmuró para sus adentros. Se acomodó en el asiento delantero y puso las botas cubiertas de fango en la pizarra-. Hey, Uidav, ¿cuándo aprendiste a pilotar a esta niña?
 

-No hay nada que aprender; todo está claro. Sólo hay que saber leer y escoger. ¿Qué tal se siente?
 

El chico abrió uno de los compartimentos forrados en piel y tomó de su interior un habano. Le aplicó al extremo un liviano encendedor de cristal, sintiendo cómo la mezcla del perfumado aroma y la música lo levantaban en vilo. Miró hacia abajo, al grupo que los observaba entre la envidia y el temor.
 

-Oigan, iawaks. ¡Esto es fantástico!
 

Y lanzó una carcajada.
 

Abajo, Almos sacó sus manos de los bolsillos del pantalón y murmuró algo entre dientes.
 

-Yo soy un hombre viejo. Qué diablos. Sólo se muere una vez - dijo, y dio un paso adelante-. Ese chico no me hará quedar como cobarde. ¡Rew, ayúdame a subir!
Aquella fue la señal que desató la acometida. Se treparon los unos por encima de los otros, al punto que el sigma casi tocaba el suelo fangoso. Almos logró subir sólo porque Uidav así lo demandó. En menos de un minuto, diecisiete iawaks se apretujaban en el interior del vehículo de seis plazas, formando una masa eufórica y vibrante.
 

-¿Listos? -preguntó Uidav.
 

-¡Vamos a ellos! -exclamó Almos, exaltado-. ¡Mostrémosle algo de agallas iawaks!
 

Uidav buscó en la pizarra de control; se imponía una salida espectacular. Sus ojos dieron con un pequeño rectángulo en el cual no había reparado antes, y que mostraba las letras HS. "Alta velocidad," pensó, "justo lo que necesito," y lanzó un aullido de júbilo. El callejón estaba despejado ante él. Pisó un pedal a fondo y el sigma, aún en el lugar, produjo un siseo insistente y vibró con suavidad.
 

-¡Agárrense! -gritó, y presionó el conmutador.
 

Una luz enceguecedora hizo que los que quedaron en tierra volvieran el rostro. Duró apenas unos instantes, y les produjo la sensación de que la realidad había cambiado cinematográficamente a su alrededor, alterando todos los puntos de referencia, haciendo irreconocibles los detalles más comunes.
 

Un silbido agudo llenó el aire, acompañado de una humareda blanca que tardó algunos instantes en disiparse completamente en el viento nocturno. Fue entonces cuando Hetch, que había quedado en abajo, miró nuevamente y comprobó que la máquina continuaba en el mismo lugar, sofisticada y brillante, inmóvil... Y vacía.

Ha pasado una semana desde la Partida.
 

Suspendido a unos centímetros del fango frente al Coyote Cojo, las luces del sigma continúan encendidas día y noche y una suave música aún brota de su interior. Su brillante cubierta refleja la agitación que lo rodea.
 

Porque el otrora inmóvil asentamiento iawak se ha puesto en movimiento desde que ocurrió el Incidente. Nadie espera que Uidav y los demás regresen alguna vez. Una bendición del cielo, sin duda, y no sólo porque todos estuvieran hartos de los discursos de Almos: la máquina es una señal.


Uidav Lenard -que el diablo lo lleve consigo- la trajo para ridiculizar las supersticiones que aislaban a los iawaks y señalar el camino hacia su integración con la Gran Ciudad. Había reivindicado a su raza y luego había desaparecido espectacularmente ante el asentamiento en pleno, convertido en héroe; todo en una noche.
 

Es una gran oportunidad, y los iawaks están decididos a aprovecharla. Tienen una máquina, tienen un héroe.
Y con ambas cosas se puede llegar muy lejos.

 

 

FIN

 

 

 

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