MAGAZÍN LITERARIO |
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Fue en ese momento que una luz enceguecedora, como si la noche se hubiera transformado en día de súbito, penetró por cada una de las ventajas y hendijas del Coyote Cojo. Rew, el carnicero, fue el primero en reaccionar y correr hacia la ventana.
* * *
-Zahur es grande,
anciano -dijo Uidav mirando complacido a su alrededor-. ¿No hay un
trago para un recién llegado en este lugar?
Una jarra desbordada de
humeante uijuru pasó de mano en mano hasta llegar al héroe, que
bebió sonoramente mientras el líquido corría por su barba y allí
mismo se endurecía.
-No hay bebida como la
que guardan tus barriles, vieja rata de alcantarilla -dijo, y ambos
rieron estruendosamente.
Contemplando fascinado
la escena, el chico montañés recién llegado permanecía inmóvil en su
lugar, comparando tácitamente el mudo recibimiento que se le había
dispensado con el espectáculo que ahora presenciaba. Sin dudas,
Uidav Lenard tenía fibra de héroe. El sólo pensamiento de subir a
uno de esos vehículos que se apartan indolentemente del suelo... La
imagen de semejante atrevimiento hacía que los vellos en su nuca se
erizaran uno tras otro. Pidió otra jarra de cerveza.
Hicieron que Uidav se
sentara, rodeando su mesa. A medida que se difundía la noticia
comenzaron a arribar iawaks al lugar. Todos lo saludaban con respeto
y admiración. Almos ordenó a su hijo que preparara algo de comer
para el recién llegado.
-Supongo que estarás
hambriento -dijo sonriendo, en tanto que ponía una silla de revés y
se acodaba frente a Uidav-. Pero, ahora, cuéntanos cómo saliste de
prisión.
Durante media hora, el
otro relató los detalles de su fuga. El viejo y los demás escuchaban
con atención, los ojos brillantes y las bocas semiabiertas, riendo a
ratos ante las ocurrencias del pequeño héroe, admirando su audacia e
inteligencia.
Se sirvieron varias
rondas de cerveza gratis. Almos no cabía en sí, estaba eufórico; con
Uidav entre ellos, las cosas cambiarían. Cuando llegaron la sopa y
el asado, preguntó:
-¿Qué planes tienes
ahora? Nuestro pueblo necesita un líder.
Pero el otro sacudió la
cabeza:
-No puedo permanecer
aquí mucho tiempo. La policía anda tras de mí. Sólo me quedaré un
día o dos, después de ese tiempo recuperarán mi rastro. A decir
verdad, he venido sólo a ver a mis hijos. ¿Saben de ellos?
Todos los comentarios
cesaron de pronto. Un silencio tenso cayó sobre el oscuro salón. La
cuchara del iawak quedó suspendida a mitad de camino entre su boca y
el plato.
-¿Qué sucede? -preguntó.
-Tu esposa -dijo por fin
Almos-, se ha marchado con un hombre de la ciudad. Y se ha llevado a
los niños. Es una vergüenza para nuestro pueblo, una mujer bella y
virtuosa como ella...
El semblante de Uidav
quedó sin expresión por unos instantes. |
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-¿Un hombre rico?
Almos y Rew se miraron. -Así es. Un magnate del espaciopuerto, donde tantos hermanos nuestros son explotados día a día.
-Bien, en ese caso
supongo que no me pedirá dinero - dijo al fin, y lanzó una carcajada
que dejó ver sus dientes rotos.
Todos rieron con él, a
pesar de la consternación del viejo Almos. Entonces entre las
carcajadas se escuchó una voz proveniente del rincón.
-Eh, héroe, ¿qué hay con
la máquina voladora?
Todas las cabezas se
volvieron hacia la mesa en que el joven montañés daba fin a una
cerveza.
-¿Qué clase de pregunta
es esa? -inquirió Almos-. La robó, por supuesto.
-Espera un momento
-intervino Uidav dirigiéndose al viejo-; comprendo lo que quiere
decir.
-Se le ha ido la bebida
a la cabeza. No sabe lo que dice.
Uidav se puso de pie,
pasándose el antebrazo por la comisura de los labios. -No hay nada de malo en volar -dijo-. Alguien logró convencernos hace mucho tiempo de que perderíamos la razón si lo hacíamos. Yo descubrí que no es cierto.
-Se conocen casos de locura entre algunos iawaks que montaron vehículos aéreos en los tiempos heroicos. Nuestra raza no está preparada para eso.
Todos callaron. Almos
intervino sordamente:
-Los iawaks de los
tiempos épicos...
-Los iawaks de los
tiempos épicos eran todos analfabetos, anciano; ¿hemos nosotros de
serlo también? En la cárcel aprendí a leer y descubrí un par de
cosas interesantes. -Alzó la voz-: ¡Por ejemplo que los de allá
afuera no son superiores a nosotros! ¡Somos todos iguales, punto por
punto; no hay diferencia alguna! ¿Qué les parece?
Movido por un impulso,
salió al aire frío de la noche, seguido por los demás. Flotando
suavemente a unos centímetros del suelo, el sigma plateado reflejaba
en su brillante superficie todo cuanto ocurría a su alrededor. Uidav levantó la cubierta plástica de la cabina y una música galopante llenó el aire, acompañada de un agradable olor a limpieza y confort. Saltó en el interior de la máquina, que amortiguó suavemente el impacto y
volvió a su posición
previa.
-¡Creo que ahora mismo
iré a dar una vuelta por la zona oeste para reírme de ellos! ¡Ahora
nadie puede detenerme! ¿Alguien viene conmigo? ¿Almos?
El viejo Almos murmuró
algo y permaneció en su sitio. Entonces apareció en la puerta el
joven montañés, dando tumbos. Estaba borracho.
-Espera un momento, héroe, voy contigo -dijo entrecortadamente, y del dicho al hecho, se trepó con dificultad en el vehículo.
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-Diablos, hay sangre
aquí -murmuró para sus adentros. Se acomodó en el asiento delantero
y puso las botas cubiertas de fango en la pizarra-. Hey, Uidav,
¿cuándo aprendiste a pilotar a esta niña?
-No hay nada que
aprender; todo está claro. Sólo hay que saber leer y escoger. ¿Qué
tal se siente?
El chico abrió uno de
los compartimentos forrados en piel y tomó de su interior un habano.
Le aplicó al extremo un liviano encendedor de cristal, sintiendo
cómo la mezcla del perfumado aroma y la música lo levantaban en
vilo. Miró hacia abajo, al grupo que los observaba entre la envidia
y el temor.
-Oigan, iawaks. ¡Esto es
fantástico!
Y lanzó una carcajada.
Abajo, Almos sacó sus
manos de los bolsillos del pantalón y murmuró algo entre dientes.
-Yo soy un hombre viejo.
Qué diablos. Sólo se muere una vez - dijo, y dio un paso adelante-.
Ese chico no me hará quedar como cobarde. ¡Rew, ayúdame a subir!
-¿Listos? -preguntó
Uidav.
-¡Vamos a ellos!
-exclamó Almos, exaltado-. ¡Mostrémosle algo de agallas iawaks!
Uidav buscó en la
pizarra de control; se imponía una salida espectacular. Sus ojos
dieron con un pequeño rectángulo en el cual no había reparado antes,
y que mostraba las letras HS. "Alta velocidad," pensó, "justo lo que
necesito," y lanzó un aullido de júbilo. El callejón estaba
despejado ante él. Pisó un pedal a fondo y el sigma, aún en el
lugar, produjo un siseo insistente y vibró con suavidad.
-¡Agárrense! -gritó, y
presionó el conmutador.
Una luz enceguecedora
hizo que los que quedaron en tierra volvieran el rostro. Duró apenas
unos instantes, y les produjo la sensación de que la realidad había
cambiado cinematográficamente a su alrededor, alterando todos los
puntos de referencia, haciendo irreconocibles los detalles más
comunes.
Un silbido agudo llenó
el aire, acompañado de una humareda blanca que tardó algunos
instantes en disiparse completamente en el viento nocturno. Fue
entonces cuando Hetch, que había quedado en abajo, miró nuevamente y
comprobó que la máquina continuaba en el mismo lugar, sofisticada y
brillante, inmóvil... Y vacía.
Suspendido a unos
centímetros del fango frente al Coyote Cojo, las luces del sigma
continúan encendidas día y noche y una suave música aún brota de su
interior. Su brillante cubierta refleja la agitación que lo rodea. Porque el otrora inmóvil asentamiento iawak se ha puesto en movimiento desde que ocurrió el Incidente. Nadie espera que Uidav y los demás regresen alguna vez. Una bendición del cielo, sin duda, y no sólo porque todos estuvieran hartos de los discursos de Almos: la máquina es una señal.
Es una gran oportunidad,
y los iawaks están decididos a aprovecharla. Tienen una máquina,
tienen un héroe.
FIN |
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