El Imparcial-Pagina 11

 

Pereira, Colombia -  Edición: 12.499-79 - Fecha: 04-24-2019                                                                                                                                 

GENERAL                                                                         Pg. 1-13

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Los cambios en gramática son lentos, difíciles y no se pueden controlar

 

Jaime Rubio Hancock 

 

-Hola a todos.

 

Esta frase es correcta si me refiero a 20 hombres. O a diez hombres y a diez mujeres. O a 19 mujeres y un hombre.

 

En español, el masculino puede usarse para referirse tanto a ellos como a ellas, mientras que el femenino solo se usa para ellas. ¿Esto podría cambiar en un futuro? ¿Podríamos acabar usando también el femenino para referirnos a grupos de hombres y mujeres? ¿La RAE acabaría admitiendo este cambio si todos (¿todas?) usáramos así el femenino?

 

Por qué no es correcto

 

En su Libro de estilo de la lengua española, la RAE explica que el masculino en español es el género no marcado. Es decir, es la forma por defecto y considerada más o menos neutral. Igual que en otros idiomas, la forma no marcada funciona tanto para el femenino como para el masculino.

 

No es algo que ocurra solo con el género, como explica a Verne Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la Real Academia Española y autor de El género y la lengua. También pasa con el singular y el plural: el singular es el número no marcado y puede asumir la representación del plural en frases como “el perro es el mejor amigo del hombre”, en la que no nos referimos a un perro en concreto sino a todos en general.

 

Lo mismo ocurre con los tiempos verbales y el presente. El tiempo no marcado, el presente, puede usarse para el pasado ("la Revolución Francesa comienza en 1789") y para el futuro ("la semana que viene no voy a trabajar").

 

Álvarez de Miranda explica que es muy posible que el origen de esta característica de la lengua está “en que la sociedad ha sido en buena medida androcéntrica o patriarcal”. Pero también apunta que “es ingenuo pensar que vamos a cambiar la sociedad por cambiar el lenguaje. En todo caso, será al revés”.

 

¿El femenino podría llegar a usarse para hombres y mujeres?

 

Cuando Pedro Sánchez nombró a una mayoría de ministras en su Gobierno, se mencionó la posibilidad de hablar del Consejo de Ministras. No cuajó, pero Fundéu recordó que "cuando estos usos se generalicen” y los hablantes “entiendan que el femenino es más adecuado que el masculino en algunas situaciones y lo empleen así”, la RAE, “notaria de la lengua, previsiblemente registrará que el masculino ya no es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto".

 

Pero esto no es nada fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que hay más de 480 millones de personas que tienen el español como lengua materna: “Los cambios en el sistema gramatical son lentísimos -explica Álvarez de Miranda-. Pueden durar siglos”. Coincide en este punto María Márquez, profesora de la profesora de la Universidad de Sevilla y autora del libro Género gramatical y discurso sexista, que añade que los cambios se deciden en el uso de los hablantes. Son ellos quienes decidirán qué soluciones son “las más eficaces, económicas, claras y precisas”. Estos cambios, apunta, no se llevan a cabo por un acuerdo, sino que son “inconscientes y progresivos”.

 

Otra cosa, apunta Márquez, es el uso político de algunas de estas formas, como la candidatura de Unidas Podemos: este uso del femenino genérico “quiere reflejar cuestiones sociales” y generar debate, “pero difícilmente pasará a la lengua general”.

 

Por qué a veces es un problema

 

Pero todo esto no quiere decir que el masculino genérico se entienda siempre bien. Como recuerda Márquez, el masculino genérico puede presentar ambigüedad, ya que “su mención puede ser específica o genérica, dependiendo del contexto”.

 

 

 

LENGUA

 

¿Qué tiene que pasar para que usemos el femenino para referirnos a hombres y mujeres?

 

 

 

Esto quiere decir que ha habido “usos abusivos del masculino genérico en el que no funcionaba como un auténtico genérico”. Por ejemplo, recuerda, “en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Revolución Francesa, en ningún momento se contemplaba a la mujer, que ni siquiera votaba”.

 

En ocasiones, “el abuso del masculino genérico invisibiliza a la mujer”, añade. “Esto no tiene que ver ni con sentimientos ni con lo políticamente correcto, sino que es un fallo en el comportamiento comunicativo”. Es decir, hay contextos en los que es necesario especificar si nos dirigimos solo a hombres o a hombres y mujeres. Hacerlo es, precisamente, una cuestión de “eficacia comunicativa”, apunta Márquez.

 

Hasta ahora, esta necesidad de especificar en muchos contextos no era tan habitual porque los hombres monopolizaban muchos espacios públicos, por lo que la ambigüedad no se manifestaba de forma tan habitual. No se trata de que con la lengua se quiera cambiar la sociedad, como se apunta en ocasiones, sino que la sociedad ha cambiado y los hablantes buscan nuevas formas de reflejar estos cambios.

 

Desdoblamientos: manual de uso

 

La RAE considera que desdoblamientos como “ministros y ministras” son “artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico”. La mención del femenino solo se recomienda cuando es relevante en el contexto, como en el ejemplo “el desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad”.

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RAE

@RAEinforma

 

#RAEconsultas Salvo que la mención explícita de ambos géneros sea un factor relevante en el mensaje, esos desdoblamientos son innecesarios desde el punto de vista lingüístico. El masculino gramatical «todos» engloba en la referencia a hombres y a mujeres.

 

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6:23 - 28 mar. 2019

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Aun así, Álvarez de Miranda recuerda que usar los dos géneros es normal "como muestra de cortesía" en encabezamientos o en caso de duda. No es nada nuevo, sobre todo al principio de discursos que comienzan con encabezados como “señores y señoras”, aunque luego sigan con un “estamos reunidos”. En estos casos “es muy lógico subrayar la presencia de los dos sexos, poniendo como ejemplo el Cantar del Mío Cid: “Salíanlo a ver mujeres y varones, / burgueses y burguesas por las ventanas son”. Hace ocho siglos nadie se quejaba de la supuesta dictadura de lo políticamente correcto.

 

También apunta que es normal que lo veamos más a menudo que hace unos años porque cada vez hay más mujeres presentes en la esfera pública. Por ejemplo, en su opinión es lógico que el pie de una foto de Pedro Sánchez con sus .

 

 

 

ministros y ministras especifique que aparece el presidente con sus ministros y ministras: “En la foto se veían más mujeres y sería anómalo que solo pusiera ministros”. Pero estos desdoblamientos “no se pueden llevar a sus últimas consecuencias porque sería agotador”

 

No es lo mismo que introducir un neologismo, que puede tener éxito más o menos rápido, dependiendo del término y del contexto, como tuitear, walkman o televisión: “La gramática es la columna vertebral de la lengua”, recuerda Álvarez de Miranda. Podemos incorporar una palabra y luego dejar de usarla si ya no es útil, pero los cambios en la gramática afectan a toda la lengua.

 

Al final, es lo que hemos hecho siempre: “Siempre han sido necesarias la precisión y la claridad”, explica Márquez. Simplemente ocurre que la precisión y la claridad que son necesarias no son estáticas, sino que responden a los cambios sociales. Si cada vez hay más mujeres en la esfera pública, es normal que en nuestros discursos las incluyamos más a menudo.

 

La creación de nuevos femeninos

 

La creación de femeninos también ha generado resistencias a lo largo de la historia, como pasó con presidenta y jueza. Pero “la creación de femeninos específicos cuando hay referencias humanas”, como en el caso de las profesiones, es “una de las tendencias estructurales desde los orígenes de la lengua” y “está asentada desde hace siglos”, explica Márquez, que añade

Palabras como señor, trabajador, infante y parturiente no tenían formas femeninas, que se crearon espontáneamente: señora, trabajadora, infanta y parturienta. Por ejemplo y como escribía en Verne Lola Pons, “señor” se usaba para hombres y mujeres hasta finales de la Edad Media, cuando se crea la forma femenina, con "a" al final, en lo que difícilmente se puede ver como una imposición de lo políticamente correcto, sino, como sucede siempre en estos casos, una respuesta que damos los hablantes a nuevas realidades.

 

Márquez también recuerda que muy a menudo los cambios en profesiones generan resistencias mayores cuanto más prestigio tenga esa profesión: los femeninos de sirvienta y asistenta no generaron ni de lejos tantas quejas como presidenta, a pesar de ser casos gramaticalmente iguales.

 

Es decir, no se trata de que se quiera cambiar la sociedad mediante cambios en la lengua, sino que la sociedad ha cambiado y queremos reflejar estos cambios a la hora de hablar y escribir. Es normal que surjan dudas e incluso que se cometan excesos lingüísticos, pero Márquez recuerda en su libro que estos cambios “siempre obedecen a necesidades expresivas de los hablantes, que pueden ser funcionales, sociales, culturales o estéticas, pero nunca son azarosas o caprichosas”. En su opinión, la lengua es “un proceso y no un código, y tiene un desarrollo dinámico. La lengua no refleja la realidad como un espejo, pero entre ambas hay “interdependencia e influencia mutua”. 

 

Todos, todas y... ¿todes?

 

Tanto Álvarez de Miranda como María Márquez no le auguran ningún futuro a opciones como “chicxs, chic@s o chiques”. Ambos recuerdan que la arroba y la X ni siquiera se pueden pronunciar. Márquez apunta que pueden tener sentidos en ámbitos como mensajes de texto, igual que otras abreviaturas que la RAE considera admisibles en ciertos ámbitos, pero no cree que puedan pasar a la lengua general.

 

En el caso de “chiques”, Álvarez de Miranda explica que es un morfema inventado, que no viene del latín, como ocurre con el masculino y el femenino. “Jamás ha ocurrido, en ninguna lengua, que se imponga de arriba a abajo un morfema nuevo”, por lo que no cree que esta propuesta tenga mucho recorrido. Márquez apunta que esta forma se usa para hacer referencia también a identidades sexuales no binarias, pero recuerda que “aunque haya interrelación entre la lengua y la realidad, la primera no es un calco de la segunda”. Ni son independientes la una de la otra, ni hay un juego de espejos en el que la lengua refleje la realidad de forma exacta.

 
 

 

 

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