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El
suicida
[Cuento. Texto completo]
Por
Enrique Anderson Imbert
"El suicida", por el autor argentino Enrique Anderson Imbert
(1910-2000). 17 Mar 2006
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el
versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al
juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de
nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revolver contra la
sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le
había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de
fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró
la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que
el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el
estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus
cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando
cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía
limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua
después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el
tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres
acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.
FIN
El
secreto de la muerta
[Cuento. Texto completo]
Por
Lafcadio Hearn
"El
secreto de la muerta", por el autor irlandés Lafcadio Hearn
(1850-1904). 06 Jul 2011
Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader
llamado Inamuraya Gensuké. Tenía una hija llamada O-Sono. Como ésta
era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo
la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales; la
confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kyõto, para que
allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas
de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue
cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader
llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro
años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O-Sono cayó enferma y
murió después del cuarto año de matrimonio.
En la noche siguiente al funeral de O-Sono, su hijito dijo que la
madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había
sonreído, pero sin dirigirle la palabra: el niño se había asustado y
había emprendido la fuga. Algunos miembros de la familia subieron al
cuarto que había pertenecido a O-Sono, y no poco se asombraron al
ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el
cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu,
o cómoda, que aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los
hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo la
imagen se esfumaba hasta tornarse invisible; semejaba un imperfecto
reflejo, transparente como una sombra en el agua.
Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron
entre sí; y la madre del esposo de O-Sono declaró:
-Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O-Sono le
tenía gran afecto a sus pertenencias. Acaso haya vuelto para
contemplarlas. Muchos muertos suelen hacerlo... a menos que las
cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las
ropas y adornos de O-Sono, es probable que su espíritu guarde
sosiego.
Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo tan pronto como fuera
posible. A la mañana siguiente, por tanto, vaciaron los cajones y
llevaron al templo las ropas y los adornos. Pero O-Sono regresó la
próxima noche y contempló el tansu tal como la vez anterior. Y
también volvió la noche siguiente, y todas las noches se repitió su
visita, que transformó esa casa en una morada del temor.
La madre del esposo de O-Sono acudió entonces al templo y le contó
al sumo sacerdote lo que había sucedido, pidiéndole que la
aconsejara al respecto. El templo pertenecía a la
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secta Zen,
y el sumo sacerdote era un docto anciano, conocido como Daigen Oshõ.
Dijo el
sacerdote:
-Debe haber algo que le causa ansiedad, dentro o cerca del tansu.
-Pero vaciamos todos los cajones -replicó la anciana-; no hay nada
en el tansu.
-Bien -dijo Daigen Oshõ-, esta noche iré a la casa y montaré guardia
en el cuarto para ver qué puede hacerse. Den órdenes de que nadie
entre a la habitación mientras monto guardia, a menos que yo lo
requiera.
Después del crepúsculo, Daigen Oshõ fue a la casa y comprobó que el
cuarto estaba listo para él. Permaneció allí a solas, leyendo los
sûtras; y nada apareció hasta la Hora de la Rata. Entonces la imagen
de O-Sono surgió súbitamente ante el tansu. Su rostro denotaba
ansiedad, y permaneció con los ojos fijos en el tansu.
El sacerdote pronunció la fórmula sagrada prescrita para tales
casos, y luego, dirigiéndose a la imagen por el kaimyõ de O-Sono le
dijo:
-Vine aquí para ayudarte. Quizá haya en ese tansu algo que despierta
tu ansiedad. ¿Quieres que te ayude a buscarlo?
La sombra pareció asentir mediante un leve movimiento de cabeza; el
sacerdote se incorporó y abrió el cajón de arriba. Estaba vacío. A
continuación, abrió el segundo, el tercero y el cuarto cajón; hurgó
detrás y encima de cada uno de ellos; examinó con cuidado el
interior de la cómoda. No halló nada. Pero la imagen permanecía
erguida, con tanta ansiedad como antes. “¿Qué querrá?”, pensó el
sacerdote. De pronto se le ocurrió que acaso hubiera algo oculto
debajo del papel que revestía los cajones. Levantó el forro del
primer cajón: ¡nada! Pero debajo del forro del cajón inferior halló
algo: una carta.
-¿Era esto lo que te inquietaba? -preguntó.
La sombra de la mujer se volvió hacia él, con su lánguida mirada en
la cara.
-¿Quieres que la queme? -preguntó Daigen Oshõ.
Ella se inclinó ante él.
-Esta misma mañana será quemada en el templo -prometió el
sacerdote-, y nadie la leerá salvo yo.
La imagen sonrió y se disipó.
Rompía el alba cuando el sacerdote bajó las escaleras, a cuyo pie la
familia lo aguardaba expectante.
-Cálmense -les dijo-, no volverá a aparecer.
Y la sombra, en efecto, jamás regresó.
La carta fue quemada. Era una carta de amor redactada por O-Sono en
la época de sus estudios en Kyõto. Pero sólo el sacerdote se enteró
de su contenido, y el secreto murió con él.
FIN
Otra vez frente al viaducto
Por:
Julián Davis Vásquez
Otra vez
frente al viaducto, el recorrido que llevo haciendo desde que se
fundó, ya lo conozco palmo a palmo. Por este camino elevado de
cemento he vistos personas y animales, cada uno con sus
particularidades que solo se pueden visualizar de soslayo cuando
pasan por mi lado, miles de historias desconocidas, que tal vez
están noveladas en el libro de los destinos.
Son las ocho de la mañana, el recorrido empieza como siempre, es una
mañana soleada de nubes blancas dispersas, acompañadas con el ruido
de los automóviles, las personas y el viento tímido que se estrella
contra las guayas de soporte. Comienzo a caminar con paso decidido,
pero pausado, en mi mente voy creando imágenes e historias
inverosímiles, que se suceden una tras otra como una vorágine de
vídeos de YouTube, con la diferencia que son mis propias
producciones.
En uno de
esos vídeos, una bomba termo nuclear cruza el cielo de Pereira; a su
paso va rasgando las nubes y el fuego que impulsa la ojiva es el
preámbulo al futuro próximo. Al estrellarse contra la catedral del
parque la
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libertad,
el ruido cesa, una luz cegadora se come toda la ciudad, el viaducto
colapsa bajo mis pies y la ola de fuego radiactivo me engulle y
desaparece mi cuerpo lívido, en átomos. Esta magnífica producción
mental, iba llegando a su fin cuando apenas estaba acercándome a la
primera columna de soporte del viaducto.
Voy
recuperando mi cordura lentamente, mis ojos vuelven a ver la
realidad inmediata. Un hombre de avanzada edad bota unos papeles al
suelo, con determinación e ira, voltea mirar y me dice - esos
desocupados del centro lo llenan a uno de papeles- no le contesto
nada y recojo los papeles del suelo en un acto cívico trasnochado.
En uno de los papeles un indígena amazónico con su penacho
ceremonial, cuyo rostro pintado y una risa que deja entrever
problemas con la higiene dental, prometía devolver al ser amado con
amarres de amor; en otro prometían dar préstamos sin codeudor a
pensionados y el último papel, era el recorte de una fotocopia, en
ese trozo de papel había un poema sin título, de no sé quién,
dedicado a quién sabe quién. Y decía así:
Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
dormido en la garganta de las afortunadas
islas blancas y dulces como caderas frescas.
Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
locamente cargado de eléctricas gestiones,
de modo heroico dividido en sueños
y embriagadoras rosas practicándose en mí.
Aguas arriba, en medio de las olas externas,
tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
como un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido y lento en la energía subceleste.
El poema anónimo abrió una puerta que había tenido sellada desde mi
época de colegio, era una vieja historia que creí que ya se había
borrado, era el recuerdo de una amiga que me dejo en la temible e
indeseable zona de amigos, apareció de nuevo. Esa sensación de
frustración que conlleva el amor no correspondido y la amarga
experiencia del primer no, en mi mente le volví a decirle que le iba
a dedicar un poema de León de Greiff “Canción nocturna” y ella sin
decir nada, dejó que lo leyera, al finalizar tan magnifico escrito,
aquella mujer sin igual con una mirada misericordiosa movió sus
labios y dijo de forma contundente y lapidaria “Me gusto el poema,
pero solo te veo como un amigo, y te digo de una vez que yo no te
voy a ver de otra forma diferente, lo siento mucho pero es mejor
decírtelo ahora y no dar falsas esperanzas” en aquel momento sentí
un vacío existencial e ira por el fracaso amoroso, la volví a odiar
y otra vez la envié de regresó al exilió en el erebo del
inconsciente.
Ese recuerdo nublo mi vista y como resultado de esa boba distracción
casi choco contra un poste metálico, que había ya a mitad del
viaducto; en el poste había un poster que decía así: “Conózcase a sí
mismo y llegue a conocer a los dioses, descubra su poder interior;
venga a nuestras conferencias totalmente gratuitas y aprenda a
manejar las energías que nos rodean, la Gnosis le ayudara a
dominarse cada vez que la vida le ponga pruebas”. Me quede mirando
por un momento la imagen de Buda alcanzando la iluminación; deje
atrás aquella invitación mística y seguí mi camino.
Al mirar hacia un costado, veo el río Otún transitando
incesantemente como si fuese una serpiente que se arrastra sobre el
lecho rocoso y de súbito me surge esta pregunta ¿Cuántas veces el
río ha visto destrozarse sobre sus rocas, los cuerpos de kamikazes
que cedieron ante la presión de la vida, del amor no correspondido y
de los males que corrompen el alma de los sensibles, de aquellos que
no han podido hallar lugar en este mundo de constante cambio que nos
exige mantenernos firmes con fuerza de voluntad?
Creo que han sido muchos los que alimentaron con su sangre y cuerpos
destrozados aquellas aguas impasibles y otros tantos los que han
dado de beber lágrimas de desesperanza al pavimento polvoriento;
lágrimas de desesperanza al darse cuenta a mitad de camino que ya no
eran más de este mundo y muy seguro las soluciones llegaron ante sus
ojos como burlas del destino y otros tantos que sobrevivieron sobre
las copas de los guaduales que como recuerdo de su sensibilidad ante
el mundo, quedaron lisiados y deformados.
Luego de haber contemplado aquellas imágenes en movimiento y después
de haber conseguido conmoverme por los que ya no están, decidí darme
un pequeño respiro y vivir en el aquí y en el ahora y continuar mi
andar hacia el sitio de trabajo. Unos pasos más adelante un pelado
de no más de quince años venía con una bolsa negra en su mano que
inflaba y desinflaba con gran ansia, se acercó a mi lado y comenzó a
caminar junto a mí y de un momento a otro me dijo – Oe pa ¿Qué se
dice? ¿Viejo usted alguna vez ha visto a Dios?
-Yo tratando de desviar la atención mire hacia otro lado, aquel
muchacho volvió y me repitió lo mismo; yo, al no tener más
alternativa que contestarle, a ver si lograba hacerlo ir le
contesté. No amigo nada, dicen que existe pero yo a ese man nunca lo
he visto ni sentido –viejo no diga eso, él es el todo y nos quiere
así seamos unas caspas-. Al escuchar el discurso de rehabilitación
fallida le conteste –vea pelao, tal vez usted tenga razón, pero los
temas paranormales no me llaman mucho la atención y en este momento
tengo el tiempo justo para llegar al trabajo.
Aquel muchacho se quedó mirándome fijamente, con su antebrazo se
limpió los grumos amarillos que pendían de sus fosas nasales. Acto
seguido como poseído por el poder del bóxer, me dijo fuerte y claro.
“Usted es un buen tipo, pero el tiempo se lo está comiendo y usted
no se ha dado cuenta, por eso ya no le importa nada más, sino solo
usted” al terminar el regaño reflexivo se alejó hablando con un ser
etéreo que a partir de ese momento ya lo acompañaba. Seguí mi camino
y en cuestión de minutos ya estaba llegando a la sexta, el olor a
cloaca me indico el sitio exacto en el lugar donde estaba parado, ya
finalizando el recorrido de todos los días hacia mí empleo.
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