El Imparcial-Pagina 10

 

                                                                                                                                  Pereira, Colombia -  Edición: 12.538-118 - Fecha: 11-09-2019

MAGAZÍN LITERARIO                                                              Pg. 1-14

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El suicida
[Cuento. Texto completo]

 

Por Enrique Anderson Imbert

"El suicida", por el autor argentino Enrique Anderson Imbert (1910-2000). 17 Mar 2006


Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.


Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.


¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revolver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.


Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.


Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.


Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.


Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

 

 

FIN

 

 

El secreto de la muerta
[Cuento. Texto completo]

 

 

Por Lafcadio Hearn

 

"El secreto de la muerta", por el autor irlandés Lafcadio Hearn (1850-1904). 06 Jul 2011


Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader llamado Inamuraya Gensuké. Tenía una hija llamada O-Sono. Como ésta era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales; la confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kyõto, para que allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O-Sono cayó enferma y murió después del cuarto año de matrimonio.


En la noche siguiente al funeral de O-Sono, su hijito dijo que la madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había sonreído, pero sin dirigirle la palabra: el niño se había asustado y había emprendido la fuga. Algunos miembros de la familia subieron al cuarto que había pertenecido a O-Sono, y no poco se asombraron al ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu, o cómoda, que aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo la imagen se esfumaba hasta tornarse invisible; semejaba un imperfecto reflejo, transparente como una sombra en el agua.


Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron entre sí; y la madre del esposo de O-Sono declaró:


-Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O-Sono le tenía gran afecto a sus pertenencias. Acaso haya vuelto para contemplarlas. Muchos muertos suelen hacerlo... a menos que las cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las ropas y adornos de O-Sono, es probable que su espíritu guarde sosiego.


Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo tan pronto como fuera posible. A la mañana siguiente, por tanto, vaciaron los cajones y llevaron al templo las ropas y los adornos. Pero O-Sono regresó la próxima noche y contempló el tansu tal como la vez anterior. Y también volvió la noche siguiente, y todas las noches se repitió su visita, que transformó esa casa en una morada del temor.


La madre del esposo de O-Sono acudió entonces al templo y le contó al sumo sacerdote lo que había sucedido, pidiéndole que la aconsejara al respecto. El templo pertenecía a la

  

 

 

 

secta Zen, y el sumo sacerdote era un docto anciano, conocido como Daigen Oshõ.

Dijo el sacerdote:


-Debe haber algo que le causa ansiedad, dentro o cerca del tansu.


-Pero vaciamos todos los cajones -replicó la anciana-; no hay nada en el tansu.


-Bien -dijo Daigen Oshõ-, esta noche iré a la casa y montaré guardia en el cuarto para ver qué puede hacerse. Den órdenes de que nadie entre a la habitación mientras monto guardia, a menos que yo lo requiera.


Después del crepúsculo, Daigen Oshõ fue a la casa y comprobó que el cuarto estaba listo para él. Permaneció allí a solas, leyendo los sûtras; y nada apareció hasta la Hora de la Rata. Entonces la imagen de O-Sono surgió súbitamente ante el tansu. Su rostro denotaba ansiedad, y permaneció con los ojos fijos en el tansu.


El sacerdote pronunció la fórmula sagrada prescrita para tales casos, y luego, dirigiéndose a la imagen por el kaimyõ de O-Sono le dijo:


-Vine aquí para ayudarte. Quizá haya en ese tansu algo que despierta tu ansiedad. ¿Quieres que te ayude a buscarlo?


La sombra pareció asentir mediante un leve movimiento de cabeza; el sacerdote se incorporó y abrió el cajón de arriba. Estaba vacío. A continuación, abrió el segundo, el tercero y el cuarto cajón; hurgó detrás y encima de cada uno de ellos; examinó con cuidado el interior de la cómoda. No halló nada. Pero la imagen permanecía erguida, con tanta ansiedad como antes. “¿Qué querrá?”, pensó el sacerdote. De pronto se le ocurrió que acaso hubiera algo oculto debajo del papel que revestía los cajones. Levantó el forro del primer cajón: ¡nada! Pero debajo del forro del cajón inferior halló algo: una carta.


-¿Era esto lo que te inquietaba? -preguntó.


La sombra de la mujer se volvió hacia él, con su lánguida mirada en la cara.


-¿Quieres que la queme? -preguntó Daigen Oshõ.


Ella se inclinó ante él.


-Esta misma mañana será quemada en el templo -prometió el sacerdote-, y nadie la leerá salvo yo.


La imagen sonrió y se disipó.


Rompía el alba cuando el sacerdote bajó las escaleras, a cuyo pie la familia lo aguardaba expectante.


-Cálmense -les dijo-, no volverá a aparecer.
Y la sombra, en efecto, jamás regresó.


La carta fue quemada. Era una carta de amor redactada por O-Sono en la época de sus estudios en Kyõto. Pero sólo el sacerdote se enteró de su contenido, y el secreto murió con él.

 

 

FIN

 

Otra vez frente al viaducto

 

Por: Julián Davis Vásquez

 

Otra vez frente al viaducto, el recorrido que llevo haciendo desde que se fundó, ya lo conozco palmo a palmo. Por este camino elevado de cemento he vistos personas y animales, cada uno con sus particularidades que solo se pueden visualizar de soslayo cuando pasan por mi lado, miles de historias desconocidas, que tal vez están noveladas en el libro de los destinos.


Son las ocho de la mañana, el recorrido empieza como siempre, es una mañana soleada de nubes blancas dispersas, acompañadas con el ruido de los automóviles, las personas y el viento tímido que se estrella contra las guayas de soporte. Comienzo a caminar con paso decidido, pero pausado, en mi mente voy creando imágenes e historias inverosímiles, que se suceden una tras otra como una vorágine de vídeos de YouTube, con la diferencia que son mis propias producciones.

 

En uno de esos vídeos, una bomba termo nuclear cruza el cielo de Pereira; a su paso va rasgando las nubes y el fuego que impulsa la ojiva es el preámbulo al futuro próximo. Al estrellarse contra la catedral del parque la

 

 

 

libertad, el ruido cesa, una luz cegadora se come toda la ciudad, el viaducto colapsa bajo mis pies y la ola de fuego radiactivo me engulle y desaparece mi cuerpo lívido, en átomos. Esta magnífica producción mental, iba llegando a su fin cuando apenas estaba acercándome a la primera columna de soporte del viaducto.

 

Voy recuperando mi cordura lentamente, mis ojos vuelven a ver la realidad inmediata. Un hombre de avanzada edad bota unos papeles al suelo, con determinación e ira, voltea mirar y me dice - esos desocupados del centro lo llenan a uno de papeles- no le contesto nada y recojo los papeles del suelo en un acto cívico trasnochado. En uno de los papeles un indígena amazónico con su penacho ceremonial, cuyo rostro pintado y una risa que deja entrever problemas con la higiene dental, prometía devolver al ser amado con amarres de amor; en otro prometían dar préstamos sin codeudor a pensionados y el último papel, era el recorte de una fotocopia, en ese trozo de papel había un poema sin título, de no sé quién, dedicado a quién sabe quién. Y decía así:


Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
dormido en la garganta de las afortunadas
islas blancas y dulces como caderas frescas.
Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
locamente cargado de eléctricas gestiones,
de modo heroico dividido en sueños
y embriagadoras rosas practicándose en mí.
Aguas arriba, en medio de las olas externas,
tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
como un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido y lento en la energía subceleste.

El poema anónimo abrió una puerta que había tenido sellada desde mi época de colegio, era una vieja historia que creí que ya se había borrado, era el recuerdo de una amiga que me dejo en la temible e indeseable zona de amigos, apareció de nuevo. Esa sensación de frustración que conlleva el amor no correspondido y la amarga experiencia del primer no, en mi mente le volví a decirle que le iba a dedicar un poema de León de Greiff “Canción nocturna” y ella sin decir nada, dejó que lo leyera, al finalizar tan magnifico escrito, aquella mujer sin igual con una mirada misericordiosa movió sus labios y dijo de forma contundente y lapidaria “Me gusto el poema, pero solo te veo como un amigo, y te digo de una vez que yo no te voy a ver de otra forma diferente, lo siento mucho pero es mejor decírtelo ahora y no dar falsas esperanzas” en aquel momento sentí un vacío existencial e ira por el fracaso amoroso, la volví a odiar y otra vez la envié de regresó al exilió en el erebo del inconsciente.


Ese recuerdo nublo mi vista y como resultado de esa boba distracción casi choco contra un poste metálico, que había ya a mitad del viaducto; en el poste había un poster que decía así: “Conózcase a sí mismo y llegue a conocer a los dioses, descubra su poder interior; venga a nuestras conferencias totalmente gratuitas y aprenda a manejar las energías que nos rodean, la Gnosis le ayudara a dominarse cada vez que la vida le ponga pruebas”. Me quede mirando por un momento la imagen de Buda alcanzando la iluminación; deje atrás aquella invitación mística y seguí mi camino.


Al mirar hacia un costado, veo el río Otún transitando incesantemente como si fuese una serpiente que se arrastra sobre el lecho rocoso y de súbito me surge esta pregunta ¿Cuántas veces el río ha visto destrozarse sobre sus rocas, los cuerpos de kamikazes que cedieron ante la presión de la vida, del amor no correspondido y de los males que corrompen el alma de los sensibles, de aquellos que no han podido hallar lugar en este mundo de constante cambio que nos exige mantenernos firmes con fuerza de voluntad?


Creo que han sido muchos los que alimentaron con su sangre y cuerpos destrozados aquellas aguas impasibles y otros tantos los que han dado de beber lágrimas de desesperanza al pavimento polvoriento; lágrimas de desesperanza al darse cuenta a mitad de camino que ya no eran más de este mundo y muy seguro las soluciones llegaron ante sus ojos como burlas del destino y otros tantos que sobrevivieron sobre las copas de los guaduales que como recuerdo de su sensibilidad ante el mundo, quedaron lisiados y deformados.


Luego de haber contemplado aquellas imágenes en movimiento y después de haber conseguido conmoverme por los que ya no están, decidí darme un pequeño respiro y vivir en el aquí y en el ahora y continuar mi andar hacia el sitio de trabajo. Unos pasos más adelante un pelado de no más de quince años venía con una bolsa negra en su mano que inflaba y desinflaba con gran ansia, se acercó a mi lado y comenzó a caminar junto a mí y de un momento a otro me dijo – Oe pa ¿Qué se dice? ¿Viejo usted alguna vez ha visto a Dios?


-Yo tratando de desviar la atención mire hacia otro lado, aquel muchacho volvió y me repitió lo mismo; yo, al no tener más alternativa que contestarle, a ver si lograba hacerlo ir le contesté. No amigo nada, dicen que existe pero yo a ese man nunca lo he visto ni sentido –viejo no diga eso, él es el todo y nos quiere así seamos unas caspas-. Al escuchar el discurso de rehabilitación fallida le conteste –vea pelao, tal vez usted tenga razón, pero los temas paranormales no me llaman mucho la atención y en este momento tengo el tiempo justo para llegar al trabajo.


Aquel muchacho se quedó mirándome fijamente, con su antebrazo se limpió los grumos amarillos que pendían de sus fosas nasales. Acto seguido como poseído por el poder del bóxer, me dijo fuerte y claro. “Usted es un buen tipo, pero el tiempo se lo está comiendo y usted no se ha dado cuenta, por eso ya no le importa nada más, sino solo usted” al terminar el regaño reflexivo se alejó hablando con un ser etéreo que a partir de ese momento ya lo acompañaba. Seguí mi camino y en cuestión de minutos ya estaba llegando a la sexta, el olor a cloaca me indico el sitio exacto en el lugar donde estaba parado, ya finalizando el recorrido de todos los días hacia mí empleo.
 

 

 

 

 

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