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COLUMNISTA

 Pereira, Colombia -Edición: 12.859 - 439

Fecha: Sábado 18-12-2021

 

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Con el ángel
de la guarda


Jotamario Arbeláez


A Lucía Moure


Pintura ángel desnuda: Jaime Rendón + Pintura ángel vestida: Hernán Darío Correa + Ilustración Perséfone Plutón: Google + Fotografía poeta iluminado: Carlos Zatizábal
 

 

Siento que es la ocasión de aplicar un toque de romanticismo, movimiento sentimental del que había abjurado, para hacer más descarnada la seducción carnal y la expresión literaria.

Enciendo entonces el candelabro de bronce de triple vela y apago la luz al iniciar el ascenso que me ha de conducir por la rampa a la cámara donde me espera la desposada de hace 33, todavía joven y bella, dispuesta a suspender la veda de carne amada, impuesta desde antes de que apareciera la peste.

Por lo menos eso creí oír cuando estaba a punto, en la sala, de estar con la aparecida caderona Perséfone, reina de las sombras del Hades, dispuesta a sembrarle más cuernos al pobre Plutón.

 

 

Ni el propio diablo se salva de los cachos supernumerarios, leí por ahí.

De la que me libró mi ángel doméstico, porque hay que saber que quien pretende echar un polvo con la muerte, y lo logra, en polvo quedará convertido. 

Está profunda, trato de despertarla con palabras delicadamente obscenas pero no da señales, parecería que se estuviera haciendo la muerta, lo que podría ser un aliciente para este continente forzado.

Lo estará haciendo para no vivir en consciencia el ofrecimiento de que “puedes hacer conmigo lo que te provoque”’. Pero esto de hacerle el amor al dormido, que antes podía considerarse una obra de misericordia, ahora puede interpretarse como un delito, y es mejor no meneallo.

Levanto la sábana, le toco la nalga y se yergue, ella.

“¿Qué pasa?”

“Me llamaste. Que estabas dispuesta”.

“¿Yo? ¿Cuándo?”

“Me encontraba a punto de acoplarme con la personificación de la muerte e irme con ella, y con tu llamado me contuve y la conjuré. Y aquí estoy”.

“No te he llamado para nada, así haya sentido que conversabas con una mujer en la sala. Hasta me alegré de que pudiera ser para ti una aventurilla tranquilizante. Un desfogue para que sigas escribiendo a tus anchas, como dices que lo requieres. Y ya cálmate con tus delirios fantasmagóricos. Acuéstate en tu sitio que estás bebido, déjame dormir”.

            Bendito. Hasta allí había llegado la pretendida invitación fantasiosa. El caso es que seguía vivo, menos mal, aunque no menos calenturiento.

   

Decidí volver a bajar por el resto de whisky para continuar con la lectura de La filosofía del tocador, del divino Marqués, que hervía sobre mi mesa de noche, en novedosa traducción recomendada por una amiga por la que muero, de ganas, naturalmente. ¿Y qué veo? 

Aquí vacilo en continuar con mi narración. Van a pensar que sigo con mi antigua consumición de cannabis. Pero ya he sido muy claro con que fumé marihuana hasta que me supo a cacho, cosa que pasó hace muchos años. Y me pasé a la perica. Y en vista de que me eran las palabras fundamentales, cambié la coca cola por la cola sola. Con semejante maestro sadiondo (sic). Lo que pudo ser la causa de mi suspensión.

El que quiera creer, que crea. Algunos iniciados han vivido situaciones similares y podrán dar fe de que no alucino. Narraré sólo hasta el momento de la oferencia, pues en un escrito con innegables pretensiones espirituales y trascendentes no caben las delectaciones rijosas. “Las puertas del cielo deben ser abiertas en casa”, dice la placa de Lowels que preside mi palacete.   

 

 

Qué encuentro sobre la misma silla donde unos minutos antes había estado aposentada la golosa señora del Hades.

Una figura divina -aquí si casa el adjetivo-, un ángel de luz, luz en sí misma aunque no ilumina la estancia, luz hacia adentro.

Innecesario describir su sobrenatural belleza, aunque viene ataviada como esas damas burguesas que me engolosinaban en los cocteles. Nunca pensé estar enfrente de un ángel, y menos con abrigo de piel y lujosos collares.  

 

Me le siento enfrente y percibo que yo también ilumino.

“Soy Graciel, la gracia de Dios, y me ha correspondido ser tu ángel guardián. Eres querido en la Mansión Celeste por el compromiso adquirido de preparar el Advenimiento. Pero hemos visto preocupados que le vienes coqueteando a la Muerte, tal vez para controlarla. Pero en adelante, a la Muerte, ni el saludo. Suspende ese croar meloso de escribiente y escriviviente. La puedes volver loca con tus piropos y, aunque ya está puesta a raya, va a querer poseerte”.

“Menos mal que me salvó mi mujer llamándome, aunque ahora me dice que no lo hizo”.

“No fue tu mujer la que te llamó sino yo, imitando su voz, cuando vi que estabas a punto de caer en las garras de la pelona. Me han enviado para salvarte, porque los maestros espirituales que te acolitan no te pueden dejar marchar antes de que formules tu sagrado testimonial. Eso que llevas media vida escribiendo a tu forma, sin divorciar la Divinidad de la divina sensualidad. Tal vez no era lo esperado, pero esperaremos el resultado. En vos confiamos.”. 

“Si has sido mi ángel guardián, veo que el haber transitado mis años por esa concupiscencia de la que fui revestido, ha tenido tu permisión. Y que no incurrí en falta, en lo que

 

   

tal vez me fue sugerido por Buda, Zoroastro o Mahoma, de que la hazaña más virtuosa del ser humano era lograr el mayor número de contactos. “¿Acaso interpreté mal?”.

 

“No he sido tu ángel guardián vitalicio. Hasta hace una hora te custodiaba Muriel, la Muerte en mano de Dios, que te permitió todos tus excesos, hasta provocarla al punto donde llegaste. Para extender tus días sobre la Tierra decidieron cambiar a Muriel por Graciel, a fin de acompañarte hasta que pongas el punto final a esa obra prometida y glorificante que te dará acceso al Empíreo”. 

“No podría terminar de hacerlo antes de tener el sublime final contacto amoroso que contemple lo divino y lo terrenal. Sería algo así como “la corona de la obra”, de la que hablan los esotéricos. Creo que me lo merezco antes de partir. Ayúdeme ángel mío usted que todo lo puede.”

 “Veo que confías en demasía en aquello del “Pedid y se os dará”. Sin que lo hayas pedido, desde hace más de 60 años se te viene concediendo todo. Y ahora, por algún quebranto casero en tus exigencias de sátiro, aspiras a poseer el cielo y la tierra en un solo abrazo. Hasta se vuelve simpática tu aparentemente demónica aspiración desmedida”.

“Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra. Aunque me sigue preocupando no saber dónde existía el Eterno antes de crear el Cielo, que es su morada. Y la de los que iremos llegando. Pero no hay que ponerle lógica a la divinidad. Y casi que ni a la vida. Todo es maravilla. Todo es perfecto. Todo fluye. Empezando y terminando por y con el abrazo desnudo. Cuando en el colmo del éxtasis se siente la mano de Dios recorriendo el mundo y nuestra columna. Esa ha sido la base de mi predicamento”.

“¿Y hacia dónde quieres desembocar, oh mortal con ínfulas de elegido, por si fuera poco poeta, antes de que se te cierren los ojos, que te puedo aseverar que no será pronto? A no ser que tú mismo decidas irte para darle un mentís a la muerte. Pero eso, ya a tu edad, no te luciría.”

 

 

 

“Desde que asumí lo poético terrenal comprendí que el amor era la extralimitación triunfal del deseo. Y mi máximo deseo en esta vida precaria fue acariciar algún ángel”.

“Aunque eres un ser de luz, conmigo no puedes tener ningún contacto porque soy espíritu puro. Ni sexo tengo. O si lo tengo no es para eso. Pero para conciliarte, en vista de tu poder de convicción y tus auto- proclamados merecimientos, me puedo transformar en el ser que más desees en este momento. Y darte toda la satisfacción que tu libido requiera. Así, tendrás acceso al placer de los inmortales. Y la muerte no tendrá predominio”.

Llegué a pensar en la castigadora de mi mujer, pero sentí que me podría arruinar el milagro. Y pensé en ti. Namasté. 

 

 

La montaña mágica, Dic. 4 a 92021

 

  

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